Santa Catalina Labouré

Una mujer con un sentido común agudo y una obediencia sin límites

Quisieron obligarla a casarse, pero ella resistió y logró entrar al convento. ¡Allí recibió la visita de la Virgen María, quien le encarga acuñar una medalla! Catalina, una mujer humilde, que con sus manos ordeñaría unos 100.000 litros de leche para la comunidad, obedeció al Señor, a pesar de mil obstáculos y cumplió el mandato con sumisión, recibiendo como recompensa que la medalla milagrosa fuera difundida por todo el mundo. De hecho, durante la rebelión de París, Catalina distribuyó estas medallas sin temor, y, cuando supo que los insurgentes saquearon la iglesia de Nuestra Señora de las Victorias, dijo: “Han tocado a Nuestra Señora. No irán muy lejos.: ¡la rebelión cesó poco después! 

Catalina es un ejemplo de sentido común y obediencia absoluta, características que la convirtieron en la mensajera de la Madre de Dios en un momento de revueltas sociales.

(Encuentra otras santas y santos en la Guía de Santos de Hozana)

Biografía de Catalina Labouré

Zoé Labouré nació el 2 de mayo de 1806 en Fain-les Moutier, un pueblo de la región Borgoña, en Francia. Era la octava de diez hijos y sus padres eran granjeros. En 1815, su madre murió y Zoé decidió acoger a la Virgen María como madre. Posteriormente, cuando su hermana mayor ingresó al convento de las Hijas de la Caridad, Zoé, quien tan sólo tenía 12 años, tomó la responsabilidad de todas las tareas domésticas de la casa y de la granja. 

 Zoé deseaba en su corazón convertirse en religiosa, e ingenuamente le confió su deseo a su padre. Este se opuso radicalmente, puesto que tenía intenciones de casarla. Finalmente, decidió enviarla a París para que ayudara a su hermano mayor quien administraba un restaurante. Poco tiempo después, en 1830, cuando su hermano se casó por segunda vez, Zoé recibió el permiso de comenzar su misión y ser parte de las Hijas de la Caridad. Tres años más tarde, ingresó al convento principal ubicado en 140 Rue du Ba(calle de Bac), en París, para comenzar su formación. La jovencita acababa de llegar al convento, pero esto no le impidió participar en una gran procesión con motivo del traslado del cuerpo de San Vicente de Paul, fundador de la comunidad de las Hijas de la Caridad. De hecho, Catalina que se sentía profundamente ligada a él, e iba todos los días a orar junto a una reliquia de su corazón. Allí tuvo una experiencia espiritual profunda, al ver durante tres días de seguido este corazón. Primero era de color blanco, lo cual simboliza la paz y la unión, luego rojo, sínbolo  del fuego de la caridad y por último negro, como presagio de los infortunios inminentes que iban a sobrevenir al pueblo de Francia. 

Además, constantemente Catalina pudo ver a Cristo presente en la hostia, y en 1830,  la joven vio tres veces a la Santa Virgen. En el transcurso de estas apariciones, la Madre de Dios le reveló su misión, le confíó algunas profecías sobre Francia y le mostró la obra que deseaba llevar a cabo en París, especialmente mediante la difusión de la medalla milagrosa. Luego de estos sucesos, la joven hermana, confesó todo a su director espiritual, el padre lazarista Aladel, quien se mostró un poco escéptico al principio. Sin embargo, cuando iniciaron las jornadas revolucionarias de Julio, la fe del padre fue sacudida y decidió escuchar a Catalina con más interés.  

En 1831 a la hermana Catalina se le asignó servir en la comunidad del hospicio de Enghien, en la ciudad de Reuilly (Francia). Allí primeramente estuvo a cargo de la cocina, luego pasó a cuidar a los moribundos y a velar por los pobres. Cabe destacar que todas estas misiones las realizó con mucho amor y devoción.
El 3 de mayo de 1855, Catalina pronunció sus votos y poco tiempo después asistió con gran alegría a la primera distribución de la medalla milagrosa en su comunidad. Allí fue testigo de muchos milagros que acompañaron ese gran suceso. No obstante, con mucho pesar era consciente que aún faltaban varios aspectos para satisfacer las peticiones de la Santa Virgen, por ejemplo, en ese entonces aún no se conmemoraba la aparición, y en la capilla faltaba el altar y la estatua de la Virgen con el Globo. Durante la revuelta de 1848, la vida era muy difícil en el hospicio, la comida escaseaba y París estaba cubierta de barricadas. No obstante, la confianza de Catalina se mantenía intacta: “La Virgen vigilará, ella cuidará todo. No nos alcanzará ningún mal”. De hecho, mientras los cadáveres eran alineados en las aceras, milagrosamente ningún miembro de la comunidad fue tocado.

Por último, tras haber servido a Cristo y a los pobres durante 46 años, Catalina murió el 31 de diciembre de 1876 en completa paz. 

Milagros y canonización de Catalina Labouré  

Justo después de la muerte de Sor Catalina, se difundió la noticia de que ella era la hermana que tuvo las visiones de la Santísima Virgen, hecho que originó la distribución y extensión de la devoción a la medalla milagrosa. En París, se dieron a conocer muchos milagros que sucedieron gracias a la medalla, por lo que las multitudes se agolpaban alrededor del cuerpo de Catalina. El primer milagro de Catalina Labouré sucedió cuando una madre traía a su bebé paralítico para llevarlo a su tumba, pero incluso antes de llegar, ya su hijo había sido curado. Este es el primer milagro de Catalina Labouré. Después de su muerte, su cuerpo intacto permaneció suave e incorrupto. Actualmente, sus restos mortales descansan en un relicario de cristal en la capilla milagrosa de la Rue du Bac.

Catalina Labouré fue beatificada el 28 de mayo de 1933 por Pío XI y canonizada el 27 de julio de 1947 por Pío XII, a quien le gustaba llamarla “la santa del silencio”. Su fiesta se celebra el 28 de noviembre.

Las apariciones

El 18 de julio de 1830, en víspera de la fiesta de San Vicente de Paúl, a quien tanto amaba, Catalina le pidió la gracia de ver a la Santísima Virgen. De hecho, la joven novicia ya había tenido visiones del corazón de San Vicente y de Jesús en la Hostia, pero su mayor deseo era ver a la Madre de Dios. Milagrosamente, su petición fue concedida esa misma noche, cuando un niño misterioso vino a despertarla de su sueño para llevarla a la capilla del convento, diciéndole: "la Santísima Virgen te espera". Al ver a la Santísima Virgen sentada en el sillón del sacerdote, Catalina corrió hacia ella y puso las manos en sus rodillas. Durante esta primera aparición, la Santísima Virgen reveló a Catalina sus profecías sobre Francia y la misión a la cual había sido llamada.

En la segunda aparición, el 27 de noviembre de 1830, Catalina pudo ver a la Santa Virgen en la capilla mientras las novicias rezaban. Fue en ese momento cuando vio algo semejante a dos cuadros vivientes: en ellos veía a la Santísima Virgen de pie sobre la mitad del globo terrestre, mientras aplastaba a la serpiente con sus pies. Durante esta aparición la Santísima Virgen le mostró a Catalina el modelo de la medalla milagrosa.   

La tercera y última aparición sucedió en diciembre de 1830. Esta vez la Santa Virgen apareció detrás del altar, junto al tabernáculo. La Reina del Cielo vino a confirmarle su misión y a despedirse, diciendo: “Ya no me verás más”. Posteriormente, la jovencita contó los sucesos a su confesor, quien le recomendó no pensar más en todas esas imaginaciones, sin saber que la obra de la Virgen a penas estaba comenzando en la vida de Catalina.

La medalla milagrosa

La hermana Catalina ya había presenciado la última aparición y había sido enviada al Hospicio Enghien, sin embargo, aún escuchaba una voz interior que la impulsaba a cumplir con las peticiones de la Santísima Virgen de hacer acuñar una medalla. Por dicho motivo, Catalina volvió a hablar con el padre Aladel, su confesor, y al ver que se vivía una gran inseguridad, y que la epidemia de cólera se agravaba cada vez más, el padre comenzó a acuñar la medalla. Acto seguido, las Hermanas de la Caridad empezaron a distribuirlas y las curaciones milagrosas comenzaron a suceder por doquier. Este hecho motivó a que los habitantes de París la consideraran como la medalla "milagrosa" y a querer tenerla. Como eran bastante solicitadas, constantemente se acuñaban nuevas medallas, hasta el punto que en el año de 1835 ya había más de un millón de ejemplares. Cuatro años después, las cifras eran diez veces mayor, y cuando sor Catalina falleció, había más de mil millones de medallas extendidas por todo el mundo.

Oraciones a Santa Catalina Labouré

Cuando voy a la capilla, me paro delante de Dios y le digo:
"Señor, heme aquí dame lo que quieras"
Si Él me da algo, me pongo muy contenta y le agradezco.
Si no me da nada, le agradezco de nuevo porque no merezco más.
Y luego le digo todo lo que me viene a la mente: le cuento mis penas, mis alegrías y escucho.
Si lo escuchas, Él también te hablará porque con el Buen Dios, tienes que decir y escuchar,
Siempre habla cuando vamos de manera directa y sencilla.
Para confiar sus intenciones personales a la Virgen de la rue du Bac, es posible rezar la “novena a la Virgen de la Medalla Milagrosa”.

Acto de consagración

"Oh María, concebida sin pecado, Madre de Dios y Madre de los hombres, discípula de Cristo Jesús, tú eres bendita entre todas las mujeres y todas las generaciones te proclaman bienaventurada.
Modelo de consagración a Dios, el cual Santa Catalina, que acababa justo de perder a su madre, escogió como nueva madre, a la vez yo te escojo como Madre, con el fin de consagrarme a Dios nuestro Padre.
De pie, junto a la Cruz tu corazón inmaculado fue atravesado de dolor, como por un puñal, y tu corazón está unido al de tu hijo Jesús.
Porque la gracia brota del sagrado corazón de Jesús, sobre todos nosotros, pasando por tus manos, acéptame enteramente, dispón de mí, cuerpo y alma para caminar a la par de Jesús y recibir la luz y la fuerza del Espíritu Santo.  
En señal de esta consagración, llevaré conmigo la santa medalla con confianza para que el el Dios de Amor, Padre, Hijo y Espíritu Santo reine sobre mi corazón de bautizado y sobre todos los corazones.
A Él la gloria por los siglos de los siglos. Amén."