Símbolos, nombres y carismas del Espíritu Santo

¿Qué pedirle al Espíritu Santo en nuestras oraciones? ¿Cómo llamarlo y cómo dirigirse a Él? A veces parece más fácil orar a Dios, nuestro Padre celestial, o a Jesús, nuestro salvador y amigo. ¿Pero qué relación tenemos con la tercera persona de la Trinidad Cristiana?. Descubre dónde y cómo trabaja el Espíritu Santo en nuestras vidas a través de sus diferentes símbolos, nombres y carismas.

¿Cómo orar al Espíritu Santo? Símbolos y nombres del Espíritu Santo

En la Biblia, se muestran los diferentes nombres del Espíritu Santo. Estas evocaciones tan diversas destacan sus cualidades y nos enseñan a reconocerlo un poco mejor en nuestras vidas.

Él está en todas partes y es esencial. Él es el soplo de vida que fue dado a Adán, aquel que nos anima e inspira.

A mí me hizo el Espíritu de Dios, el aliento del Todopoderoso me dio la vida.” (Job 33:4). Él es el Espíritu de vida

Libre, invisible y poderoso, nadie lo detiene y nadie lo captura. Él recorre el mundo y supera nuestra capacidad de percepción. Jesús le dijo a Nicodemo: “El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu.” (Juan 3:8).

Él también es pureza y suavidad. Se percibe de este modo cuando fue enviado por Dios en forma de paloma durante el bautismo de Jesús. “Y al salir del agua, vio que los cielos se abrían y que el Espíritu Santo descendía sobre él como una paloma.” (Marcos 1:10).

Jesús, hablando del Espíritu Santo, evoca al Consolador y al Paráclito, es decir, a nuestro Abogado. Él fue enviado como el Espíritu de Verdad, para acompañarnos y apoyarnos en la lucha contra el mal. “Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.” (Juan 14:26).

También se presenta como el agua viva, puesto que el Espíritu Santo es quien sacia nuestra sed. Así como el agua es vital para mantenernos vivos, el Espíritu Santo también es indispensable para que tengamos vida eterna. El agua también constituye uno de los símbolos del bautismo, que nos conduce al Espíritu y a la vida eterna. “Pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en el manantial que brotará hasta la vida eterna.” (Juan 4:14).

En los Hechos de los Apóstoles, durante el Pentecostés, el Espíritu Santo se manifestó en forma de lenguas de fuego sobre los apóstoles, dándoles varios dones para su misión profética. Él es el fuego ardiente que calienta, y que además consume y purifica. “Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos". (Hechos 2: 3-1).

Estas diferentes comparaciones destacan no solo la acción invisible, libre y poderosa del Espíritu, sino también el cambio y la purificación que provoca en nosotros (como el fuego o el agua), además de su capacidad para animarnos. Es un poder que nada puede resistir, como el fuego o el viento. Sin embargo, también es dulzura, ternura y consuelo, como el viento suave, la paloma blanca o la caricia del agua fresca.

Además de los anteriores, existen muchos otros símbolos como el aceite (la unción), el sello, el dedo, la mano (especialmente a través de la imposición de manos).

¿Qué pedirle al Espíritu Santo? Los dones y carismas del Espíritu Santo

El Espíritu Santo puede saciar nuestra sed, transformarnos, vivificarnos, fortalecernos, guiarnos… Abrir nuestros corazones a su acción, se refiere principalmente a abrirnos al amor y a la misericordia de Dios.

Además de todo esto, el Espíritu Santo puede actuar en nosotros para ayudarnos a ser parte de la edificación de la Iglesia y para ser obreros en el Reino de Dios. Como cristianos, somos parte del cuerpo de Cristo, un cuerpo que es guiado por el Espíritu. Él nos permite entrar en el plan de Dios, que nos envuelve y, a su vez, va más allá de nuestros límites.

Para llegar a dicho fin, Él puede ofrecernos carismas, como lo hizo con los apóstoles en Pentecostés. Los carismas son dones del Espíritu que cada uno de nosotros puede recibir y poner al servicio de los demás y del Señor. Cada uno de nosotros recibe carismas diferentes, por lo tanto, debemos pedírselos al Espíritu con confianza y abandono, y debemos compartirlos con humildad, generosidad y benevolencia.

En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común. El Espíritu da a uno la sabiduría para hablar; a otro, la ciencia para enseñar, según el mismo Espíritu; a otro, la fe, también el mismo Espíritu. A este se le da el don de curar, siempre en ese único Espíritu; a aquel, el don de hacer milagros; a uno, el don de profecía; a otro, el don de juzgar sobre el valor de los dones del Espíritu; a este, el don de lenguas; a aquel, el don de interpretarlas. Pero en todo esto, es el mismo y único Espíritu el que actúa, distribuyendo sus dones a cada uno en particular como él quiere.” (1 de Corintios 12: 7-11). 

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