La contemplación en medio del mundo.

La contemplación es el estado de gran intimidad del alma, de unión con Dios, que le permite de alguna manera ver a Dios ya en la tierra, antes de sumergirse en la eternidad del cielo, en el abismo de amor de la Trinidad. Esto no es incompatible con una vida muy activa. Ser contemplativo no implica retirarse a un monasterio. "Nosotros somos contemplativos en medio del mundo" decía San Josemaría. "Nuestra vida consiste en trabajar y en rezar, y a la inversa en rezar y trabajar. Porque el momento llega en que no sabemos distinguir estos dos conceptos, estas dos palabras, contemplación y acción, que terminan por significar la misma cosa en el espíritu y en la conciencia. (Carta del 9 de enero de 1932) Sin el trabajo, sin el cumplimiento de los deberes personales, no puede haber para un cristiano corriente vida de oración, vida contemplativa.

Sin vida contemplativa, no serviría de mucho querer trabajar para Cristo. Sería como querer coser con una aguja sin hilo.

La oración

 

La oración ha sido y será siempre la única arma para ser santo y ayudar a los hombres a serlo. "La vida habitual de un cristiano que tiene la fe, cuando trabaja o descansa, cuando ora o cuando duerme, en todo momento, es una vida en la que Dios está siempre presente" decía San Josemaría (3 de marzo de 1954) - Así “nosotros alcanzaríamos el garbo de las almas contemplativas, en medio de lo bello de la tarea cotidiana" , porque nos invade la certeza de que Él nos mira y nos pide una nueva victoria sobre nosotros mismos: “Ese pequeño sacrificio, esa sonrisa delante la persona importuna, ese esfuerzo para dar la prioridad al trabajo menos agradable, pero lo más urgente, ese cuidado de detalles de orden, esa perseverancia en el cumplimiento del deber cuando sería muy fácil abandonarlo, esa voluntad de no dejar para el día siguiente lo que debe hacerse el día mismo, y todo esto para complacer a Dios nuestro Padre!” (Amigos de Dios, 67) -

 

Oremos con San Josemaría

Es con alegría Señor que nos encontramos dentro de tu mano herida.

¡Abrázanos muy fuerte!

¡Apúranos, haz que abandonemos nuestra miseria terrestre! ¡Que nos purifiquemos, nos inflamemos, nos sintamos embebidos en tu sangre! Y entonces, lánzanos lejos, muy lejos, con el deseo de cosechar, de hacer por Amor a ti, siembras más y más fecundas.