DÍA 4 : Últimos años -La filiación divina

El apoyo espiritual del fundador

En los años 50, San Josemaría recorrió varios países de Europa para preparar la venida de los primeros miembros del Opus Dei, o para animarlos cuando ya estaban instalados en una ciudad. Así, en multiples ocasiones recorrió Francia, donde había abierto un centro del Opus Dei en 1953, en París.

En 1960, inauguró la universidad de Navarra que fundó en Pamplona. Esta fue la ocasión de conocer a miles de personas. Otras universidades fueron fundadas durante su vida en América latina y en Kenia.

Los últimos años

En 1970, preocupado por las tensiones que aparecieron en la Iglesia después del Concilio Vaticano II, fue a rezar a Nuestra Señora de Guadalupe en México. En 1972, dialogó con más de 150 000 personas durante dos meses, en una gran gira de catequesis por España y Portugal. De mayo a agosto de 1974, y en febrero de 1975, estuvo, asimismo, en varios países de América latina, para encontrarse con decenas de miles de personas y animarlas a llevar una vida coherente con su fe. Murió repentinamente en Roma el 26 de junio de 1975. El Opus Dei contaba entonces con 60 000 miembros, de los cuales unos mil eran sacerdotes ; todos ellos tenían estudios y habían ejercido una profesión durante un tiempo. Los miembros numerarios o agregados mantienen el celibato y, desde 1947, algunos miembros pueden estar casados : son los supernumerarios. Reciben la misma formación y buscan por igual su santificación en su profesión, pero también en su vida de familia.

 

Textos de San Josemaría Escrivá de Balaguer

LA FILIACIÓN DIVINA (in “Cuando Cristo pasa” 64)

“Dios es mi padre!” : esta verdad fundamental de la fe cristiana, casi banal, San Josemaría la experimentó de una manera particularmente impresionante un día de 1931, cuando estaba angustiado por el cariz que tomaban los acontecimientos, en un Madrid presa de un anticlericalismo que parecía amenazar el futuro de su fundación.

“La filiación divina es el fundamento del espíritu del Opus Dei. Todos los hombres son hijos de Dios. Pero, frente a su padre, un hijo puede reaccionar de mil maneras. Nos toca a nosotros esforzarnos, como niños, por darnos cuenta de que el Señor, al querernos por hijos, nos hace vivir en su casa, en medio de este mundo ; nos integra a su familia, hace nuestro lo que es suyo, y suyo lo que es nuestro ; nos da esa familiaridad y esa confianza que nos hacen pedirle, como niños pequeños, lo imposible. Un hijo de Dios trata al Señor como a un padre. Sus relaciones no se reducen a un homenaje servil, a una educación puramente formal, de simple cortesía, sino que están llenas de sinceridad y de confianza. Dios no está escandalizado con los hombres. Dios no está harto de nuestras infidelidades. Nuestro Padre del Cielo perdona cualquier ofensa cuando el niño vuelve hacia Él, cuando se arrepiente y pide perdón. Nuestro Señor es padre hasta tal punto que se adelanta a nuestro deseo de ser perdonados y nos abre los brazos.

Estad convencidos de que no invento nada. Recordad esa parábola que el Hijo de Dios nos contó, para hacernos comprender el amor del Padre que está en los Cielos : la parábola del hijo pródigo. Cuando aun estaba lejos su padre lo vio y se compadeció ; corrió a abrazarlo y lo besó largamente. Éstos son los términos mismos del Libro santo : lo besó largamente, se lo comía a besos. ¿Se puede emplear lenguaje más humano? ¿Hay una manera más expresiva de describir el amor paterno de Dios por los hombres?

...continuará mañana

Prière de la communauté

Oración de San Josemaría al Espíritu Santo

¡Ven, oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos: fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo: inflama mi voluntad... He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después..., mañana. Nunc coepi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte. ¡Oh, Espíritu de verdad y de sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y de paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras..

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Que vos paroles soient toujours bienveillantes, qu’elles ne manquent pas de sel, vous saurez ainsi répondre à chacun comme il faut. Col 4 : 6

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