AMOR SIN MEDIDA: El amor misericordioso de Dios en San Agustín

Por: Ana Lilia Lira

Fuente: AMOR SIN MEDIDA: El amor misericordioso de Dios en San Agustín de Enrique A. Eguiarte B.OAR

Queridos hermanos en Cristo, si queremos parecernos a Cristo, debemos ser misericordiosos como Él lo es. Mostremos misericordia con las personas que necesitan de nosotros, ya sea con una oración, un consejo o consuelo cuando se sienten tristes o débiles tanto física como espiritualmente.

La misericordia de un Dios Padre-Madre

Todo ello en consonancia con la bella frase de San Agustín que nos presenta a Dios como padre y madre. De este modo, cuando el Obispo de Hipona explica en sus enarrationes in Psalmos (su comentario a los salmos) el salmo 26, y llega a la frase: “Si mi padre y mi madre me abandonan el Señor me recogerá”, que en la versión biblíca que San Agustín tenía entre las manos sonaba todavía más fuerte pues desaparece el condicional “si” y da por hecho el abandono de parte de los padres, pues decía: “Mi padre y mi madre me abandonaron pero el Señor me recogió”. El comentario de San Agustín a esta frase tan fuerte no puede sino muy hermoso, pues dice que que este Dios que está siempre atento a nuestra necesidades es Padre y Madre. Y explica esta identidad de Dios con cuatro verbos respectivamente. De este modo presenta cuatro verbos con un cariz que podríamos llamar masculino, para descubrir la acción misericordiosa y paterna de Dios, pues nos ha creado (condidit), nos llama (uocat), nos manda (iubet) y nos gobierna (regit).

Por otro lado la acción femenina de Dios es descrita con otros cuatro verbos sumamente plásticos, y con los que se describe la acción materna de la misericordia de Dios. De este modo, este Dios Padre-Madre, nos protege (fouet) nos nutre (nutrit), nos amamanta (lactat) y nos conserva (continet).

Es interesante notar la duplicación de verbos que hacen referencia a la alimentación, como es el verbo nutrir y amantar. De este modo el verbo nutrir puede hacer referencia a la alimentación a la acción de Dios de haber creado todo para el sustento del hombre, y es precisamente él quien por medio de sus criaturas, alimenta al ser humano.

No obstante el verbo amamantar hace referencia al hecho de alimentar al hombre no con elementos externos y ajenos a Dios sino con un alimento que ha salido de las propias entrañas, en este caso, el mismo cuerpo y sangre de Cristo:

Es padre porque nos crea, nos gobierna, nos rige, nos manda. Es madre porque nos protege, nos nutre, nos amamanta, nos conserva (En Ps. 26, 2, 18).

Una idea similar es la que expresa el Papa Francisco en la Misericordiae Vultus:

Así pues, la misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es como el de

un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo. Vale decir que se trata realmente de un amor “visceral”. Proviene desde lo más íntimo como un sentimiento profundo, natural, hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón (Papa Francisco, Misericordiae Vultus, 6).

En el Nuevo Testamento la misericordia se expresa con la palabra splagchnizomai que significa etimológicamente, que se mueven las entrañas ante la miseria de los demás. Se trata de un sentimiento que aparece doce veces dentro del Nuevo Testamento, y que es atribuido a Dios Padre o a Cristo, o bien a personajes que representan a alguno de los dos.

En este sentido San Agustín invita a sus fieles a que tengan entrañas de misericordia, imitando de este modo a Cristo. Es verdad que esas dos palabras en las obras agustinianas son una paráfrasis del texto de Col 3,1, donde San Pablo invita a los fieles de Colosas a que imiten a Cristo, y que al igual que él, tengan mutuamente estas entrañas de amor compasivo los unos para con los otros.

Del mismo modo, San Agustín en repetidos lugares de su obra, invita a sus oyentes a que imiten a Cristo, y que se configuren con él por medio de una conducta misericordiosa, que sea un claro reflejo de la identificación interior con Cristo:

Por eso debéis tener muchas entrañas de misericordia, porque quien no ejerciere la misericordia será sometido a un juicio sin misericordia.  Por eso habéis de orar con nosotros por aquellos que todavía están tristes, para que se cure la debilidad carnal de su espíritu, contraída y crónica por la inveterada costumbre (Ep 142,4).

Todo ello llevaría a San Agustín a meditar que el hecho que un creyente misericordioso, no es otra cosa más que un vivo reflejo de su proceso de identificación con el maestro interior, y un crecimiento importante en la deificación interior del cristiano. De este modo, para San Agustín, como lo es en toda la espiritualidad católica, la finalidad de la vida cristiana no es otro que el lograr una perfecta identificación con Cristo, con su pensamiento, con sus afectos y su amor, su obediencia al Padre y su entrega total.

Así pues, para San Agustín quien realmente es misericordioso y ejerce una misericordia auténtica, es decir una misericordia hecha en el nombre de Dios y por Dios, mostraría de este modo su plena identificación y configuración con Cristo y verdaderamente podría decir con San Pablo: Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí (Gál 2, 20).

De este modo, quien realiza obras de misericordia se va configurando cada vez más con Dios Padre y con Cristo, por medio de su Espíritu Santo, quien como artífice, hace que se grabe y se acuñe en el corazón del creyente, la imagen de Cristo, pues el hombre es moneda de Dios, según señala el mismo San Agustín, y es el Espíritu Santo quien acuña dicha imagen en el corazón del creyente:

Moneda de Cristo es el hombre. En él está la imagen de Cristo, en él el nombre de Cristo, el don de Cristo y los deberes impuestos por Cristo (S. 90, 10).

Hagamos una obra de misericordia, ya sea corporal o espiritual.

El Señor los colme de bendiciones y la Santísima Virgen y el glorioso San José.

Oración de la comunidad

Ave María

Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita Tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

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"Que sus conversaciones sean siempre agradables y oportunas, a fin de que sepan responder a cada uno como es debido". Colosenses 4:6

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