La amistad: La resurrección de Lázaro

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El Evangelio - Juan 11, 1-4.32-35.39.42-44

Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta. María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos.  Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: «Señor, el que tú amas, está enfermo». Al oír esto, Jesús dijo: «Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella». (…) María llegó adonde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo:  «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto». Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó: «¿Dónde lo pusieron?». Le respondieron: «Ven, Señor, y lo verás». Y Jesús lloró. Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y le dijo: «Quiten la piedra».  (…). Entonces (...) Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero le he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado». Después de decir esto, gritó con voz fuerte: «¡Lázaro, ven afuera!». El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario.  Jesús les dijo: «Desátenlo para que pueda caminar».

Meditación

Esta amistad de Cristo es real. Jesús ama a Marta, a María y a Lázaro. Cuatro veces en este texto, el evangelista Juan lo atestigua. Una primera vez, cuando Jesús se entera de que Lázaro está enfermo, Marta y María le envían un mensaje: «el que tú amas, está enfermo». Inmediatamente después, mientras que Jesús decide, pese a la noticia, quedarse dos días más en el lugar donde estaba, Juan hace este comentario: Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Luego, cuando Jesús va hacia Betania, les habla de Lázaro a sus discípulos como se habla de un amigo. Los propios judíos, al ver Jesús llorando con María Magdalena, dicen: «¡Cómo lo amaba!» (Juan 11, 36). Todas estas palabras nos muestran la relación amistosa que existía entre Jesús y la familia de Betania.

Esa relación nos permite entender el verdadero sentido de la amistad, un amor verdadero que supera nuestros horizontes humanos. Aún sabiendo que su amigo Lázaro está enfermo, Jesús no acude en seguida a su lado. La primera cosa que hace es hacerse presente mediante el pensamiento y la oración. Se toma un tiempo para encomendarlo a Dios, para discernir cuál es el bien más perfecto para su amigo. Cristo nos enseña que el mejor bien que podemos desearle a un amigo es el bien que Dios quiere para él y para su entorno.  Jesús podría haberse puesto inmédiatamente en marcha para liberar a Lázaro de su enfermedad. En vez de eso, espera el momento adecuado para liberar a Lázaro de la muerte. Cristo decide ir al encuentro de Lázaro y de sus hermanas en el momento en el cual más necesitan su amistad.

Porque tener amigos, los tenían. ¿Cuántos judíos habían venido a ver a la familia de Betania para estar con ellos y consolarlos? Pero la presencia de sus amigos no basta para sacarlos de su pena. En vez de sacarlos del luto, los agobian con sus lágrimas. Jesús llega a las puertas de la ciudad. Apenas se entera Marta, se levanta para ir al encuentro de Cristo. Pide que le digan en secreto a su hermana María que el maestro ha llegado: ella también sale al encuentro de su Señor. Este relato está lleno de ternura, que es ante todo consuelo. Cristo se toma tiempo para estar con cada uno de los miembros de la familia. Él carga con la pena de Marta y María. Al ver a María tan triste, Cristo se estremece. Se turba y llora con María. Cristo consuela a Marta y a María cargando con su pena. Entiende el estado de sus corazones, el estado de sus almas. Llora con los que lloran. Este consuelo que muestra Cristo con sus amigos no es solamente un sentimiento de indulgencia, es un momento de confianza total, de comprensión del otro.

Ambas hermanas llegan hacia Jesús diciéndole: «Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto». A Marta, el Señor le responde con estas palabras de esperanza: «No te preocupes, yo soy la Resurrección y la Vida. Cree simplemente y tu hermano vivirá» (ref. Juan 11, 25). A María, el Señor le responde con lágrimas y los pasos dados para ir al sepulcro de Lázaro. Ante la puerta del sepulcro, Jesús pronuncia esta palabra que se realiza: «¡Lázaro, ven afuera! ¡Sal de tu sepulcro!» ¿No es esta palabra la señal de la más hermosa de las amistades de Cristo con Lázaro, con sus hermanas y con todos los testigos de la escena? Por este acto, Cristo desvela toda la intensidad de su amistad. El amigo desea el bien de sus amigos: que vivan. Cristo desea el bien más perfecto, que es llevarnos a su Padre para que vivamos de su vida.  Así quiere dar testimonio en verdad de lo que dice: «no hay amor más grande que dar la vida por los amigos» (Juan 15, 13).

Oración de la comunidad

Oración de un penitente

Santa María Magdalena, tú que obtuviste el perdón de Jesús de todos tus pecados, tú que lo has asistido hasta su último suspiro al pie de la cruz, tú que fuiste el primer testigo de su resurrección y del primer anuncio de la alegría pascual, te suplico que escuches mi oración. Intercede por mí ante nuestro Señor Jesucristo, para me conceda su perdón por todos mis pecados, mis dudas, mi falta de bondad y caridad con mis parientes, y con todos los que están cerca de mí, por todos mis errores cometidos voluntariamente o involuntariamente. Ahora que estás cerca de Jesús, no me abandones en mi desamparo. Haz que el Señor me otorgue la absolución, que me permita recuperar la serenidad, la paz del corazón, del alma y del espíritu.

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"Que sus conversaciones sean siempre agradables y oportunas, a fin de que sepan responder a cada uno como es debido". Colosenses 4:6

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Novena a Santa María Magdalena, para AMAR a Jesús

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