En el seguimiento de Cristo

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El Evangelio - Lucas 8, 1-3

Después, Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios.  Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, esposa de Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los ayudaban con sus bienes.

Meditación

Liberada de todos sus pecados, exorcizada de todos sus demonios, María Magdalena, serena y radiante por el perdón de Dios, desea seguir a Cristo y ayudarlo économicamente. Cristo la llama a formar parte de su rebaño. Cristo, el pastor por excelencia, reúne a sus ovejas.  Construye su cuerpo. Desde los apóstoles hasta las santas mujeres, todos se ponen en marcha. Van de pueblo en pueblo para proclamar el Reino de los cielos. Los discípulos y las mujeres como María Magdalena tienen el privilegio de recibir enseñanzas particulares. Cristo les enseña uno de los puntos capitales de su enseñanza: la disposición espiritual a adoptar para ser discípulo. María Magdalena escucha atentamente las palabras del maestro. Ella retiene dos pilares fundamentales: ser pobre como Cristo que se hizo pobre y ser dócil al Espíritu Santo.

Después de ser tocada por la gracia, María Magdalena toma conciencia de la felicidad a la cual nos llama Cristo. Esa felicidad supera nuestras esperanzas humanas, es divina. Como cualquier felicidad auténtica, debe ser construida. La edificación de la felicidad de Dios exige una cosa. Esta exigencia es ante todo una llamada a la pobreza. La pobreza a la cual nos llama Cristo es espiritual antes de ser material. La pobreza material es la señal visible de una auténtica pobreza espiritual. Esa pobreza consiste en renunciar a sí mismo, es decir, renunciar a todo lo que nos impide ir libremente a Dios. Renunciar significa rechazar nuestros placeres egoístas para estar enteramente orientados hacia Dios y hacia los demás. Cristo nos llama a renunciar a todos nuestros tesoros terrenales, a nuestros deseos impuros, a nuestras maneras tan humanas de pensar, de reflexionar, de amar y de actuar. Nos invita a dejar en sus hombros nuestras cargas, nuestras dificultades, nuestros fracasos, nuestros problemas, nuestras alegrías humanas para adoptar sus preocupaciones. Depositar nuestras cargas ante Cristo significa cargar con su yugo. Él nos invita a mirar nuestras preocupaciones a su manera. «Vengan a mí los que van cansados, llevando pesadas cargas, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy paciente y humilde de corazón, y sus almas encontrarán descanso. Pues mi yugo es suave y mi carga liviana» (Mateo 11, 28-30). Renunciar significa depositar a los pies de Cristo todo nuestro ser para que, por su gracia, nos eleve a la vida que Dios quiere para nosotros. «Porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará» (Lucas 9, 24). Renunciar a sí mismo significa responder al llamado de Dios con un «sí» libre y sincero.

Esa pobreza a la cual nos invita Cristo es una disposición para acoger la riqueza de Dios y dejarse moldear por la gracia. La gracia de Dios actúa en el corazón del hombre que está disponible para acogerla. Ser disponible requiere la humildad del corazón y la docilidad al Espíritu Santo. María Magdalena se dispone por la humildad a dejar que actúe la gracia en lo más íntimo de ella misma. En sus oraciones, le pide a Dios que venga en ella para que haga de ella su morada. «Señor, permite que yo me deje moldear por tu gracia, que me deje reconciliar por tu perdón, que me deje transformar por tu palabra, que me deje llevar por Cristo, que me deje guiar por tu Hijo, que me deje sanar por el verdadero médico de los corazones, que me deje encaminar en la buena dirección por el que has enviado, Tú, el camino, la verdad y la vida.» Ser dócil al Espíritu significa tener una confianza inalterable en Dios. Al confiar en Dios, Le permito que actúe en lo más íntimo de mi corazón. Confío en Él porque sé que sólo Él me conoce, que sólo Él conoce los caminos que he de tomar para encontrar la felicidad última. Sólo Él conoce el verdadero bien que corresponde con lo que soy. Sólo Él conoce el bien al cual me llama para servirlo. Sólo Él conoce el lugar en el cual podré realizarme, ser más feliz y entregarme sin medida como Él mismo se entregó totalmente.

Oración de la comunidad

Oración de un penitente

Santa María Magdalena, tú que obtuviste el perdón de Jesús de todos tus pecados, tú que lo has asistido hasta su último suspiro al pie de la cruz, tú que fuiste el primer testigo de su resurrección y del primer anuncio de la alegría pascual, te suplico que escuches mi oración. Intercede por mí ante nuestro Señor Jesucristo, para me conceda su perdón por todos mis pecados, mis dudas, mi falta de bondad y caridad con mis parientes, y con todos los que están cerca de mí, por todos mis errores cometidos voluntariamente o involuntariamente. Ahora que estás cerca de Jesús, no me abandones en mi desamparo. Haz que el Señor me otorgue la absolución, que me permita recuperar la serenidad, la paz del corazón, del alma y del espíritu.

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"Que sus conversaciones sean siempre agradables y oportunas, a fin de que sepan responder a cada uno como es debido". Colosenses 4:6

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Novena a Santa María Magdalena, para AMAR a Jesús

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