San Ignacio de Loyola: el caballero que cambió su destino
Para conocer:
Esta historia comienza en Loyola, en el norte de España. Íñigo, como así se llamaba de joven, era el pequeño de una larga y orgullosa familia vasca que sigue y sirve al poderoso rey de Castilla. Sus sueños y aspiraciones eran grandes, como los de su noble familia. Vive en la corte y sueña con conquistar ni más ni menos que a la hija de Carlos V, el hombre más importante de un planeta que hasta poco antes de ese momento se creía plana. Sin embargo, justo hace 500 años, en el fragor de la batalla una bala francesa le hiere de gravedad, rompiéndole ambas piernas y, en parte, el corazón. Lejos de rendirse, es durante su convalecencia en su casa-torre cuando él descubre que se puede vivir de otra manera, que Dios le habla y que su vida sigue mereciendo la pena si sirve a otro Rey: Jesús de Nazaret. Y con ese deseo se echa a los caminos, cruzando el Mediterraneo hasta Tierra Santa, y después viajando a pie a Barcelona, París y finalmente Roma, donde con otros compañeros fundará la Compañía de Jesús.
Para meditar:
El primer punto es traer a la memoria los beneficios recibidos de creación, redención y dones particulares, ponderando con mucho afecto cuánto ha hecho Dios nuestro Señor por mí y cuánto me ha dado de lo que tiene y consecuente el mismo Señor desea dárseme en cuanto puede según su ordenación divina. Y con esto reflectir[1], en mí mismo, considerando con mucha razón y justicia lo que yo debo de mi parte ofrecer y dar a la su divina majestad, es a saber, todas mis cosas y a mí mismo con ellas, así como quien ofrece afectándose mucho:
Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; Vos me lo distes, a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta. San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales [234].
[1] San Ignacio entiende este verbo como reflejar, y ver cómo puedo aprovechar este pasaje en mi vida.
Para rezar…
Te invitamos a acercarte al Evangelio de una forma distinta. Haz silencio interior e imagínate dentro de la escena, como un discípulo más. Fíjate en Jesús y quédate con una mirada, una frase o un sentimiento, algo que puedas sacar provecho para tu vida.
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 14, 25-33
En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que lo miran, diciendo: "Este hombre empezó a construir y no pudo acabar". ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.
Ahora conversa con Jesús, como un amigo habla con otro amigo.
Para reflexionar:
- ¿Has buscado alguna vez la voluntad de Dios en tu vida?
- ¿Cuáles han sido las heridas más importantes para ti?
Para pedir:
- Te ruego, Padre, que me ayudes a encontrar tu voluntad en mi vida.
- Te ruego, Padre, por todos aquellos que no han descubierto todavía el sentido de su vida.
¡Para descubrir!
41 comentarios
"Que sus conversaciones sean siempre agradables y oportunas, a fin de que sepan responder a cada uno como es debido". Colosenses 4:6