Al comienzo de cada Misa, se invita a los fieles a declararse pecadores -mediante el Confiteor, una oración en la que se repite esta fórmula: "Yo confieso ante Dios todopoderoso, y ante ustedes hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, acción y omisión"... Pero, ¿alguna vez te has preguntado qué es un pecado por omisión? ¿Acaso es tan grave no hacer el bien como hacer el mal? ¿Podría ser tan grave ocultar una verdad como tergiversarla?
Es posible pecar teniendo malos pensamientos, actuando mal con Dios, con el prójimo o incluso con nosotros mismos. También podemos pecar con nuestras palabras, que a veces pueden ser orgullosas, falsas, maliciosas, engañosas...
Pero debemos recordar que también se puede pecar por omisión, es decir, por no hacer ("olvidando" conscientemente) el bien que podríamos hacer.
Según el sitio catholic.net, la omisión se entiende de manera general como “la abstención deliberada de hacer o decir algo. Más en concreto suele entenderse por omisión la actitud negativa de quien se inhibe ante un deber positivo, no haciendo algo a lo que está obligado”, y luego añade que “el pecado de omisión tiene lugar especialmente cuando urge un precepto de ley natural o positiva que obliga a salir de la inacción y ejecutar lo prescrito.Toda ley exige que se utilicen los medios necesarios para cumplirla. Omitirlos cuando urge su cumplimiento es pecar contra ella… Es menester cumplirla siempre que no haya causa excusante o eximente, evitando los impedimentos que puedan oponerse a ella. De lo contrarío se incurre en el pecado de omisión propiamente dicho.
En el Nuevo Testamento, los apóstoles Pablo y Santiago nos hablan del pecado por omisión:
De hecho, en los Evangelios, Jesús también nos había alertado contra esta forma de pecado de dos maneras:
A través de parábolas, por ejemplo:
O también recordándonos que todo lo que negamos a nuestros hermanos y hermanas, nos lo negamos a nosotros mismos:
“Estos, a su vez, le preguntarán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?". Y él les responderá: "Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo" (Mat. 25, 44-45).
Lo primero es mirar en nuestro corazón y distinguir aquellas acciones, aquellas palabras, que estaban a nuestro alcance y que no quisimos hacer o decir. Por miedo, por cobardía, por indiferencia, por pereza, por resentimiento... En definitiva, por falta de amor.
Si bien es importante reconocer y arrepentirse de este tipo de pecado, también es importante comprender la razón por la que no actuamos. ¿Qué es lo que nos detiene? Además de nuestros fallos, también podemos presentar nuestras limitaciones y debilidades al Señor, con humildad y confianza, para que nos ayude a superarlas. Por ejemplo, si ciertas acciones o palabras nos parecen demasiado difíciles, el simple hecho de reconocerlo y presentar esta debilidad a Dios, significa un paso para evitra la omisión. De este modo, podemos pedirle al Señor que nos envíe su Espíritu de audacia, de fuerza y de amor para ayudarnos a hacer el bien que está a nuestro alcance, a no retener las palabras que curan o consuelan, a no mirar de reojo a los que sufren, a no temer los compromisos que nos dicta nuestra fe.
Esto no significa que tengamos que "lanzar" nuestras buenas palabras y obras sobre todo el mundo y en todo momento, pues se corre el riesgo de resultar inoportunos… En realidad, se trata de discernir cómo, en qué medida y de qué manera podemos hacer la voluntad de Dios, en cada situación y sobre todo, con la ayuda del Espíritu Santo. Y si en ocasiones decidimos mantenernos al margen, siendo pacientes y discretos, debemos procurar que esa "inacción" sea dictada por el amor y no por la indiferencia, la negación o el miedo. ¡Eso lo cambia todo!
El Papa Francisco en su homilía del 1 de octubre de 2019 por el inicio del Mes Misionero, nos recuerda que omitir es negar nuestra misión “porque la hemos recibido no para enterrarla, sino para ponerla en juego; no para conservarla, sino para darla. Quien está con Jesús sabe que se tiene lo que se da, se posee lo que se entrega; y el secreto para poseer la vida es entregarla. Vivir de omisiones es renegar de nuestra vocación: la omisión es contraria a la misión. Pecamos de omisión, es decir, contra la misión, cuando, en vez de transmitir la alegría, nos cerramos en un triste victimismo, pensando que ninguno nos ama y nos comprende. Pecamos contra la misión cuando cedemos a la resignación: “No puedo, no soy capaz”. ¿Pero cómo? ¿Dios te ha dado unos talentos y tú te crees tan pobre que no puedes enriquecer a nadie? Pecamos contra la misión cuando, quejumbrosos, seguimos diciendo que todo va mal, en el mundo y en la Iglesia. Pecamos contra la misión cuando somos esclavos de los miedos que inmovilizan y nos dejamos paralizar del “siempre se ha hecho así”. Y pecamos contra la misión cuando vivimos la vida como un peso y no como un don; cuando en el centro estamos nosotros con nuestros problemas, y no nuestros hermanos y hermanas que esperan ser amados”.
Sí, somos pecadores, pero sí, ¡todos estamos llamados a la santidad! Así que pongámonos en marcha para que nuestros pensamientos, acciones y palabras estén al servicio de Dios.
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