3.2.- EL CARDENAL DE RICHELIEU, CONFISCA LOS ESCRITOS (1641) [45 años]


La Madre de Matel dejó en París verdaderos amigos que la apoyaron en su misión, movidos por un profundo respeto por su santidad. Algunos para lograr el apoyo del Cardenal Ministro de Richelieu le habían hablado acerca de los méritos de la Fundadora y de las gracias con que Dios la bendecía. Le enviaron algunos escritos que habían quedado en manos de sus directores. Puede que detrás de todo eso la mano de los padres Jacquinot y de Lingendes se haya movido para conseguir el apoyo. Y posiblemente también el padre Carré, dominico, que en 1634 había escrito a la Madre de Matel pidiendo rogara por el Cardenal, lo informara de lo que Dios comunicó a la Madre, sirviéndose de eso para atraer sobre ella la atención y benevolencia del poderoso Ministro. 

Sea como fuere, se logró el objetivo, de Richelieu quedó asombrado, encantado al leer sus escritos. Al conocer que la Madre de Matel pertenecía a la diócesis de Lyon donde estaba su hermano, le escribió diciéndole, «me molesta, haber conocido a la Madre de Matel por otros y no por ti; y como prueba de que estoy bien informado de lo que pasa en el interior de la sierva de Dios, te envío escritos redactados por ella, que he leído con admiración. Estoy persuadido de que no quedarás menos sorprendido que yo al leerlos, y deseo conocer tu opinión al respecto»249

Según la madre de Bély, se ignora quién transmitió los detalles de ese episodio, ni lo que los hermanos de Richelieu hablaron sobre el tema. Sólo se sabe que desde que el Cardenal recibió la carta de su hermano, leyó con gran atención los cuadernos escritos por nuestra Madre, pasándolos después al señor Deville, su vicario general, al que manifestó su asombro. 

«No puedo creer, le dijo, que una mujer sea capaz de escribir con tanta perfección sobre temas tan profundos. Quizás la Madre de Matel sólo copió las obras de alguno de sus directores, semejante manera de escribir sobre los misterios de la fe, excede con mucho la capacidad de su sexo»250

Habiendo dicho esto, hizo llamar al padre Gibalin, en ese momento director espiritual de Jeanne, para conocer su opinión al respecto. Éste confirmó que los conocimientos que la Madre tenía los había aprendido de Dios. Pero él estaba obstinado pensando que este trabajo estaba muy por encima de las luces que podía recibir una mujer, por lo que la respuesta del padre Gibalin, no le convenció. Quería aclarar todo eso mediante una prueba decisiva, por lo que le prohibió al padre ver a la Madre de Matel hasta nueva orden. 

El 1º. de diciembre de 1641, el Cardenal, acompañado de su Vicario y de su ecónomo, se presentó a las cuatro de la tarde ante la puerta de la Congregación. Jamás había llegado una visita más inesperada. La Madre de Matel, una vez en presencia del Arzobispo, le pidió su bendición. «Hija, deseo hablar con usted un momento en su habitación»251. Ella lo guio, acompañada de Isabel Grasseteau y su secretaria, Francisca Gravier. 

No esperó mucho para comunicarle el motivo de su visita. Deseaba leer sus escritos y le rogó que se los entregara: «Monseñor, usted es mi Pastor y maestro, respondió ella humildemente, nada tengo que objetar al mandato que me hace: he aquí las llaves del lugar donde están guardados». El Cardenal, se volvió hacia su Vicario, se las dio y dijo: «Usted conoce mi intención, obre conforme a mis órdenes»252. Acto seguido, recogieron todos los escritos. 

Las hermanas testigos de esa escena no podían resignarse a perder un tesoro tan precioso y trataron de salvar alguna cosa. Pero todo fue inútil. 

Mientras tanto, el Cardenal se quedó conversando con la Madre de Matel acerca de los temas tratados en los escritos que él había leído. Trató de confundirla, pero la Madre apoyada sólo en Dios, respondió con calma y sencillez. Poco a poco la actitud fría del Cardenal se fue suavizando a medida que hablaba con ella. Le sorprendió y hasta admiró su actitud serena, que no participaba de la agitación de sus hijas al confiscar todos sus escritos, conocidos únicamente por sus directores. 

Comenzó a mostrar un visible interés, acerca de las gracias que había recibido de Dios, cuando el Gran Vicario, acercándose, advirtió a Su Eminencia que habían terminado. 

-«Hija, dijo entonces el Arzobispo, estoy satisfecho en cierto modo; sin embargo, para que lo esté del todo, es necesario que vuelva a usted escribir el contenido de los cuadernos que llevo conmigo para examinarlos. Se lo mando, y es mi intención que me vaya usted enviando los nuevos cuadernos a medida que los vaya llenando con detalles de su vida. No deseo que anote en ellos sus pecados; resérvelos para el tribunal de la confesión. Le doy mi palabra de que le devolveré todos estos manuscritos. Le prohíbo hablar con su padre espiritual hasta que yo dé una contraorden. Espero que no le moleste seguir bajo mi dirección durante algún tiempo» 

-«Monseñor, objetó la Madre de Matel, ¿cómo me será posible obedecer esta orden puesto que no me deja ningún apunte?» 

-«Es verdad, respondió el Cardenal, que la privo de sus papeles, pero no le quito al Espíritu que la ha inspirado. Le pedirá usted que la ilumine por segunda vez, lo cual seguramente no le rehusará, puesto que ya le ha concedido tantas gracias»253

Después el Cardenal se dirigió al coro, donde encontró a la Comunidad y a las pensionistas, entre ellas la futura madre de Bély. Comprobó de primera mano el buen nivel de instrucción que tenían esas jóvenes. 

Al salir, comentó que estaba muy contento y edificado ante la regularidad y el buen orden que reinaban en la casa. 

Después de ese mal trago vivido por las hermanas, comenzaron los lamentos. Pensaron que habían sido demasiado respetuosas al no leerlos a escondidas de la Madre, consideraron que esto no era faltar al voto de obediencia puesto que no lo habían hecho, y por lo menos ahora tendrían el consuelo de haberlos leído. 

La Madre no fue capaz de calmarlas, no confiaban en el Arzobispo que llevaba ya siete años con la Bula en su poder y no la había ejecutado, y les constaba que su corazón no sentía ningún cariño hacia ellas. Hasta les molestó el ver a la Madre tan indiferente ante una pérdida que les dolía a todas: «Usted tiene en sí misma la fuente de estas luces, pero sus continuas enfermedades nos quitan la esperanza de participar alguna vez en lo que el Espíritu de Dios le ha inspirado para bien de la Orden»254

«¡Hijas, hijas mías! el Verbo Encarnado es el libro de vida; Él mismo podrá instruirlas, o se valdrá de personas más capaces que yo. Obren como Abraham, esperen contra las apariencias de la desesperación para que reciban estas luces en su espíritu. Dejen de afligirse, el Verbo Encarnado cuida de ustedes y de su Orden. Pídanle solamente que yo me corrija, pues mis pecados son la causa de sus penosas esperas. ‘Las consolaba como podía’, dijo la buena Madre»255

Su secretaria, la hermana Francisca Gravier, no se perdonaba no haber hecho una copia de sus escritos. No había consuelo para ella, se quería morir después de semejante pérdida. «Al menos, Madre mía, exclamó, pida a Dios que la libre de sus enfermedades para que pueda usted obedecer la orden de Su Eminencia» 

El Cardenal la sometió a una prueba que casi era imposible de cumplir. De repente y autoritariamente la dejó sin sus escritos, su posesión más íntima, hasta entonces oculta. Volver a relatar todas las gracias y luces sin dejarle ningún apunte, era humanamente una quimera. Sólo sería posible con el auxilio de la gracia que reciben las personas cuya sumisión es puesta a prueba, y que pueden decir: “como Dios lo quiere, puedo hacerlo”. ¡Y manos a la obra! Eso fue lo que hizo la Madre de Matel. 

A la dificultad del trabajo encomendado, se añadió el tener que hacerlo en medio de la vida ordinaria, con todas las ocupaciones e imprevistos que se presentaban en la Comunidad, además de su débil salud que lo hizo más complicado aún. 

Sólo contó con Dios, en realidad creyó que la razón última de dicha prueba procedía de Él. «Yo misma me sorprendo ante lo que recuerdo y puedo anotar, pues solamente puedo expresarlo en el papel sobre el que me impulsas a hablar por medio de mi pluma, a la que conduces y transformas en pluma de los vientos, para expresar las maravillas de tu bondad»256

El tono en el que están redactados estos escritos, lo expresó en sus primeras líneas mediante una oración llena de humilde confianza: 

«Adorable Trinidad, mi Dios y mi Todo, Verbo Encarnado, mi querido Esposo; amores de mi corazón, suplico a Ustedes, con toda humildad, me envíen a su divino Espíritu de verdad […]. El suyo está presente en todo por su inmensidad, participando sus luces cuando y a quien le place. […] Conoces la debilidad de mi cuerpo, los continuos dolores que sufro, y cuánto trabajo me dará recordar lo que escribí hace ya veintitrés años, si no fortaleces mi memoria y me representas, por una gracia singular, las cosas que me mandaste escribir por orden de los RR. PP. de Villars, Cotton, Jacquinot, de Meaux, etc., las cuales jamás pensé que volvería a escribir. Te pido perdón, mi dulce Amor, por el rechazo que experimento, y que es tan grande al presente. Sin embargo, como es un mandato de Monseñor, el Eminentísimo Cardenal de Lyon, mi queridísimo y augusto Prelado, quiero obedecer sin réplica […]»257

La confianza y generosidad de la santa Madre fueron bendecidas. El Espíritu de verdad le fue dado en abundancia. Las hermanas que le ayudaron a transcribir sus notas no se daban a vasto, les costaba llevar su ritmo, con frecuencia, trabajaban hasta media noche. 

Así hizo saber la asistencia que recibió de lo alto: «Queridísimo Amor, sabes bien hasta qué punto me mortificó esta orden y cuánta fuerza necesité para sobreponerme a mis repugnancias. Si el Espíritu Santo no me hubiese tomado por la mano para encaminarme con sus acostumbradas caricias en medio del recuerdo de las gracias que el Padre, Tú y Él me han concedido. Si no me hubiera elevado el Espíritu hasta la fuente de las divinas luces, en el interior de los archivos sagrados donde vi los originales de los extractos que me fueron comunicados, no hubiera podido escribir con orden ni secuencia, como este Espíritu me ha ayudado a hacerlo. No ha dejado de consolarme durante esta pesada tarea, ayudándome a caminar por los senderos por los que siempre me ha llevado»258

Podemos decir que la Madre trabajó en compañía del Verbo Encarnado, a Él a su querido Amor, como de ordinario lo llamaba, es a quien hizo el relato de sus penas, de sus alegrías y de las gracias que había recibido. A él dirigió todas las reflexiones que le inspiraban los hechos narrados. 

La Fundadora terminó en poco tiempo la tarea encomendada, y como sabemos fue asistida en todo momento por el Espíritu Santo. 

En total la obra constaba de más de 100 páginas, tamaño cuartilla, divididas en 90 capítulos. Su secretaria, Francisca Gravier, la llevó al Cardenal, quien quedó admirado de la rapidez con la que fueron cumplidas sus órdenes. Al compararlos se sorprendió todavía más, al comprobar que en ambos aparecían lo mismos hechos, las mismas palabras llenas de unción y claridad e idéntica excelencia de luces. Fue imposible negar que todo fuera obra del mismo autor. 

El Prelado vio con claridad que la Madre de Matel que, inspirada por el Espíritu de Dios, y su obra, querida por Él. Pero, aunque eso pudiera hacer pensar lo contrario, se mantuvo firme en su determinación de no ejecutar la Bula. Sólo con medio pie cerca de la tumba, debido a la enfermedad de la que la Madre había predicho que moriría, cambió de opinión. Lo único que revocó fue la prohibición de no dirigirse con el padre Gibalin. Visto con la perspectiva del tiempo, el resultado de esa dura prueba fue un gran beneficio para toda la Orden del Verbo Encarnado, porque imprimió autenticidad y ortodoxia a todos sus escritos, estampando en ellos un sello indiscutible. La prueba aseguró su veracidad, rebatió de antemano cualquier sospecha que pusiera en tela de juicio que esos escritos no hubieran salido de su corazón y de su pluma, y que fueran un simple plagio. 

En cuanto a la cuestión de la ortodoxia, no pudieron ser sometidos a un examen más competente, riguroso e imparcial. Si el Cardenal hubiera encontrado algo fuera de la doctrina de la Iglesia, los hubiera censurado sin piedad. Incluso hubiera acabado con la Congregación haciendo valer su poder, no permitiendo en su diócesis un foco de error. 

Por el contrario, al conocer la calidad de sus escritos y el origen de los mismos, ordenó a la Fundadora que siguiera plasmando por escrito las gracias y las luces que Dios le concedía. Conservó sus manuscritos hasta su muerte, «sea, dijo la madre de Bély, porque deseaba examinarlos a su placer, sea porque sólo deseaba entregarlos a la Madre de Matel en persona, la cual, poco después de habérselos enviado, salió de Lyon para fundar nuevos Monasterios, no regresando a dicha ciudad sino hasta diez años después, en el año de 1653»259

En sus últimos momentos, el Cardenal confió los escritos de la Fundadora a su Vicario General como si de un depósito sagrado se tratara, haciéndole prometer que los entregaría a ella misma cuando volviera a Lyon, lo cual cumplió con toda fidelidad. 

Para suavizar la prueba de la venerable Madre y recompensar la generosidad con la que la aceptó, su adorable Esposo multiplicó hacia ella las muestras de su amor: «Durante todo el Adviento, dijo ella, tu bondad me rodeó de continuas caricias, no permitiendo que sintiera resentimiento alguno a causa de que su Eminencia se llevó mis escritos»260

El 7 de enero de 1642, le dijo, «Hija, quiero darte con qué fundarme y dotar cinco Monasterios». «Hija, por el regalo que has hecho a mis cinco llagas, te daré con qué fundar cinco casas, y dirás que soy Yo Quien te ha enriquecido de bienes espirituales y temporales»261

La Madre objetó: «Señor, se necesitará mucho para fundar cinco Monasterios». Él quería que ella fuera la única Fundadora de su Orden tanto en lo temporal como en lo espiritual, y que Él le procuraría los recursos necesarios para su establecimiento. A pesar de todas las oposiciones y conspiraciones posibles, nada iba a impedir a la Madre realizar los designios misericordiosos de Dios. Superó todos los ataques con la constancia de una santa, luchando hasta su muerte para seguir siendo fiel. 

Ese mismo día, en una visión observó un sagrario de cristal, el Señor le dijo, «Hija y esposa mía, tú eres este sagrario de cristal al que me complazco en bajar, morar y hacer resplandecer con mis claridades. Tu alma, que es transparente, recibe al divino Esposo, el cual es un sol que entra a su cámara nupcial. Los sagrarios de madera, de plata y oro no convienen a un sol como éste, por ser cuerpos opacos en los que no penetra la luz. Te he hecho ver que eres un cristal, pero recuerda que eres frágil como el vidrio. Me das a conocer porque tu sencillez te hace transparente. Permites que me vea a través de ti como un vidrio de espejo, y el amor que te tengo me lleva a obrar en ti, y sólo por tu medio, todo lo que hago por los demás. Soy Yo Quien te engasta amorosamente en el oro de mi dilección, y resueno como la plata a través de tu pluma y de tu lengua»262

La vocación de la Fundadora, de esta hija predilecta del Verbo Encarnado, no fue otra cosa sino la elección a convertirse en esposa, en copia y morada de Aquel que, siendo el Verbo, es la Luz, que se encarnó a fin de tener sangre para derramarla en honor de Dios y para la salvación de la humanidad. El Verbo Encarnado tuvo el deseo de instituir una Orden que llevara su Nombre, en la que todas las cosas, hasta el blanco y rojo que la revestirían, dieran testimonio de esta dotación sagrada de luz y sangre divina. La Madre de Matel debía recibir en ella la plenitud de estas gracias, que se derramarían a torrentes sobre toda la Orden. 

Oración de la comunidad

Pidiendo por la pronta beatificación...

Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te alabamos por todos los dones con los que has enriquecido a tu sierva Jeanne de Matel. Te suplicamos, por los méritos del Verbo Encarnado y los dolores de su Santísima Madre, elevarla al honor de los altares, para mayor gloria y salvación de la humanidad. Por su intercesión, te rogamos, Jesús, nos concedas la gracia de amarte cada vez más (gracia que se quiera alcanzar) y llegar un día a tu Reino de Amor. Amén V/ Venerable Jeanne de Matel, Apóstol de la Encarnación... R/ Intercede por nosotros. comunicar favores y gracias a [email protected]

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"Que sus conversaciones sean siempre agradables y oportunas, a fin de que sepan responder a cada uno como es debido". Colosenses 4:6

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