3.1.- TRISTEZAS Y CONSUELOS (1640-1641) [44-45 años]


Habiendo partido de Avignon con la pequeña Lucrecia de Bély, la hermana Francisca Gravier y el Prior Bernardon, la Madre de Matel de camino a Lyon se detuvo en Vienne, a visitar a su amiga la señora de Lauzun, quién después de tres días, les llevó a su destino. 

Tenía muchas ganas de abrazar a sus queridas hijas, pero antes que nada quiso saludar al Cardenal “inflexible”, por lo que la dejaron frente al arzobispado. A pesar de tanta oposición, nada le impidió respetar en él a su Pastor, mostrando una vez más una virtud heroica. 

«Monseñor, dijo ella una vez en su presencia, aunque por la misericordia del Verbo Encarnado he llegado a hacer religiosas, puede usted ver que yo no lo soy. A pesar del deseo que he tenido de tener semejante dicha, que he anhelado durante tanto tiempo, me he privado de ella para conformarme a las intenciones de Su Eminencia»237

Al Cardenal, le encantó la deferencia que la Madre había tenido hacia él. Escuchó con gran interés el relato de la Madre sobre las gracias recibidas en el primer Monasterio de la Orden del Verbo Encarnado. Expresó públicamente su satisfacción ante su conducta y le ofreció su propia carroza para llevarla su casa. 

Hay que decir que la dureza del Cardenal hacia la Madre de Matel no era contra su persona propiamente dicha, en realidad la humildad, la sumisión y la santidad de la Fundadora le cautivó; si bien es verdad que cuando no estaba con ella podía decir «Nada de Madre de Matel», en su presencia no sabía mostrar sino benevolencia y respeto. 

A pesar de la alegría del encuentro con sus hijas, rápidamente su mirada se percató de la presencia de cizaña en medio de la Comunidad, «encontré, dijo, a una parte de mis hijas muy alejadas del fervor, la humildad y la mortificación que tenían a mi salida de Lyon, lo cual fue para mí una pena muy sensible»238

Como en otras ocasiones, su discreción y caridad no nos permiten saber con exactitud lo que había pasado. Si bien es verdad que las hermanas que vivían en la Congregación no habían profesado, eso no impedía que vivieran como si estuvieran obligadas por los votos. La Madre las animaba a vivir dignamente su vocación, la elección que el Verbo Encarnado hacía de cada una para transformarlas Él mismo en otras, en quienes pudiera brillar algún día su nombre, su hábito y, sobre todo sus virtudes. 

Si hubieran seguido en la misma línea que la Madre las dejó hubiera sido un Monasterio con los mejores fundamentos. Pero no fue así, a causa de un religioso que en lugar de afianzarlas en el camino en el que se encontraban, había detenido su marcha, haciéndoles saber que no estaban obligadas a nada de lo que estaban viviendo y que mejor se fueran a otra parte. 

Para la Madre era el momento de seguir el consejo del Apóstol, predicar a tiempo y a destiempo, reprender, rogar, exhortar con toda paciencia y doctrina. Pero el daño ya se había hecho, una vez que la mediocridad y el relajamiento se instalan es difícil desterrarlo. En esta ocasión el celo de la Madre de Matel fracasó delante de ese obstáculo: 

«Viendo que estas jóvenes no deseaban sino seguir sus inclinaciones, que no eran ciertamente la perfección -se dejaban llevar por los argumentos de la persona que desvía del servicio de tu Majestad a las almas que no tienen suficiente confianza para permanecer fieles a las promesas que te hicieron- viendo, pues, que no gustaban más de la piedad, las dejé ir hacia donde ellas mostraban tanta preferencia, y como además se sentían ricas, obraron más libremente conforme a sus sentimientos»239

La Madre siempre profesó a cada una de sus hijas un afecto filial y tierno, toda separación era para ella causa de gran sufrimiento. En ese caso, vemos cómo la Madre se rinde, su corazón no pudo considerar como suyas a quienes el Verbo Encarnado no era su amor. Eso sí, hizo todo lo posible por mantener en la Congregación a las que no tenían nada y facilitó la salida a las que poseían su fortuna. «Estuve más inclinada a retener a las que eran pobres, empleando para ello todos los medios, porque Tú llamaste a los pobres. Me alegré de conservarlas en nuestra Congregación; la caridad se practica de este modo, y se da testimonio de que eres Tú quien hace triunfar tus designios, cuando desaparecen los medios que las personas tanto estiman»240

La Comunidad nuevamente había sido diezmada. Para reconfortar su alma destrozada, «resolví, dijo, hacer los ejercicios para rogarte que enviaras a tu Santo Espíritu»241. Después de recibir durante esos días la visita del Amado, «Encontré a Aquel que ama mi alma; no lo dejaré ir» […] «te complaces en comunicarme tus esplendores, creando en mi espíritu un cielo nuevo, y en mi cuerpo una tierra nueva»242

Algunas hermanas fueron testigos de las maravillas de Dios en su vida. «Querido Amor, no hago mucho caso de lo que me dicen mis hijas, cuando pretenden haber visto luces o percibir aromas que les parecen sobrenaturales. No me detengo en estos signos visibles, sino en los misterios invisibles que obras en mí al mismo tiempo que estas cosas son vistas o detectadas por las personas a quienes haces testigos de tus bondades hacia mí, de las que soy tan indigna. Con estas claridades exteriores y estos perfumes sensibles, deseas atraer a estas almas hacia un amor interior, a fin de que, según el dicho de tu Apóstol, a través de estas cosas visibles y sensibles, se vuelvan a las intangibles e invisibles»243

Tanto en la vida de los discípulos de Jesús, como en la de su Maestro, las horas de transfiguración fueron cortas y raras. También para la Madre, apenas descendía las pendientes del Tabor, la situación implicaba sufrimientos y cruz, que no se hacían esperar. 

Sabemos que la Madre de Matel era muy sensible a todo lo que se refería a su Patria, por eso su corazón se llenó de alegría al enterarse sobrenaturalmente del nacimiento de Felipe de Orleans, el segundo hijo del Rey. 

Para ese tiempo, ya había pasado el año de noviciado de las cinco primeras Madres de la Orden del Verbo Encarnado. Mientras más se acercaba ese momento, más tristeza sentía la Madre en su corazón. Las palabras de Simeón a la Santísima Virgen: «Y una espada traspasará tu corazón» (Lc 2,35), estaban constantemente presentes en su espíritu. «Queridísimo Amor, fortaléceme en las cruces que permitirás que me lleguen»244. El Verbo Encarnado escuchó esta humilde y generosa oración, ya que la Madre de Matel, nunca huyó del sufrimiento, lo que pedía únicamente era fuerza para soportarlo. 

El 6 de diciembre de 1640, vio a San Pedro coronado con la tiara, asistiendo al examen canónico de las primeras novicias de la Orden del Verbo Encarnado, antes de ser admitidas a emitir sus votos. 

El 16 de diciembre de ese mismo año, tuvo lugar la consagración solemne de las primeras religiosas del Verbo Encarnado mediante la profesión religiosa. La Fundadora se sintió profundamente desolada. Durante la Eucaristía de ese día tuvo que hacer especialmente actos de fe, de esperanza y de amor. Jesús le dijo: 

«Soy yo quien ha querido que cayeras en esta desolación, para sacarte de ella gloriosamente. Hija, ha llegado para ti la hora de dar a luz. En esta mañana, das una Orden a la Iglesia. Cuando la reina da a luz, llora y sufre dolores de parto, mientras que el rey y todo el reino se regocijan. Hija, alégrate. Regocíjate dándome gracias porque quise, desde toda la eternidad, escogerte para producir en la Iglesia una Orden que es la extensión de mi Encarnación. Por tu medio, soy introducido por segunda vez al mundo»245

En la mañana de ese afortunado día, Dios se mostró a la madre Margarita de Jesús, diciéndole: «Hoy te engendraré y te participaré mi filiación para hacerte digna de ser la esposa de mi Hijo y de trabajar en la obra de su santa Orden»246

Después le hizo escuchar que deseaba derramar, sobre los miembros de esta Orden, mayor número de gracias que jamás había concedido, sin pedirles otra cosa que fidelidad y humildad. Algunas horas más tarde, Jesús se presentó a ella en compañía de la Virgen, permitiéndose reposar sobre su corazón. La embriagó entonces de tanta dicha, que exclamó: «¡Dios mío, mi amor y mi vida, que ya no sea yo quien viva, sino Tú en mí! ¡No más yo, únicamente tú, mi todo!»247

Con esas disposiciones, la madre Margarita de Jesús y sus cuatro compañeras se dirigieron a emitir sus votos, que debían transformarlas en Esposas de Jesús, todo un privilegio convertirse en Hijas del Verbo Encarnado. Se cumplieron en ellas las promesas hechas durante tanto tiempo a propósito de la Orden, a través de la cual el Verbo hecho Hombre deseaba emplear un medio, hasta entonces desconocido, de entregarse a las personas y transformarlas en Él. 

Sobre cada una el Verbo Encarnado derramó su ternura. A través de sus gracias y confianza en Él, las fue formando en el espíritu de su Orden, y en las virtudes fundamentales de su consagración. Un día, en que la madre Margarita de Jesús le pidió con insistencia el espíritu de su Orden, se manifestó a ella diciéndole: «Hija, mi vida es tu Regla; debes aspirar constantemente a mi crucifixión»248

También para la Madre de Matel iba a sonar ya la hora de la gran prueba que debía consagrar, para siempre, la autenticidad y la fidelidad de sus obras, marcándolas con el sello de la censura más severa y autorizada. 

Oración de la comunidad

Pidiendo por la pronta beatificación...

Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te alabamos por todos los dones con los que has enriquecido a tu sierva Jeanne de Matel. Te suplicamos, por los méritos del Verbo Encarnado y los dolores de su Santísima Madre, elevarla al honor de los altares, para mayor gloria y salvación de la humanidad. Por su intercesión, te rogamos, Jesús, nos concedas la gracia de amarte cada vez más (gracia que se quiera alcanzar) y llegar un día a tu Reino de Amor. Amén V/ Venerable Jeanne de Matel, Apóstol de la Encarnación... R/ Intercede por nosotros. comunicar favores y gracias a [email protected]

¡Gracias! 22 personas oraron

"Que sus conversaciones sean siempre agradables y oportunas, a fin de que sepan responder a cada uno como es debido". Colosenses 4:6

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