XXXI Domingo del Tiempo Ordinario
Primera entrega
Admirar, he ahí la solución para nuestros innumerables problemas
El egoísmo acarrea amargura e infelicidad. Hagamos como Zaqueo, subamos con valor y sin respeto humano al “árbol de la admiración”. Admiremos todo lo que es verdadero, bueno y bello. Así tendremos la alegría de recibir a Jesús en nuestra alma.
Ahora, como todo lo que existe en el universo refleja en cierta medida al Creador, el movimiento ordenado del alma es dejarse atraer por los reflejos de verdad, belleza y bien, presentes en las criaturas.
Así, todos debemos procurar que nuestra alma se vuelva muy propensa a la admiración, de manera que al encontrarnos algo que es elevado, santo, noble o sencillamente recto, nos encantemos y remontemos hasta la Causa suprema. Como es evidente, esa admiración cabe sobre todo en relación al Hombre Dios, a su Madre Santísima y a la Santa Iglesia.
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"Que sus conversaciones sean siempre agradables y oportunas, a fin de que sepan responder a cada uno como es debido". Colosenses 4:6