Hermanos, hoy los invito a reflexionar sobre el ser luz que disipa la oscuridad.

El evangelio nos dice que la luz no se tapa, se debe poner en lo alto para iluminar la oscuridad, allí es donde nosotros debemos poner a Cristo, en lo alto de nuestro corazón, o nuestro corazón en lo alto...

El elevar nuestro corazón a Cristo nos enciende como esas antorchas que iluminan en la oscuridad, que disipan el temor de la noche...

Cuántas veces dejamos que la vida tape la luz que iradia nuestro corazón? Cuántas veces nuestras pasiones desordenadas nos apagan el fuego interior?

Hoy, pidamos al espíritu santo, a Cristo y a nuestra Madre y Reina que enciendan nuestro corazón, y que nos den la fortaleza para elevar nuestra luz e iluminar al prójimo, con amor y humildad.

Que el buen Padre Dios, nuestra Madre, tres veces admirable de Schoenstatt, y nuestro señor Jesucristo los bendigan hoy y siempre.