Hoy, les propongo reflexionar sobre cómo actuamos, cuando caemos y como manejamos nuestra frustración y enojos.

Cuanto más cercanos a Dios y María estamos, en muchas ocasiones, parece que la vida se ensaña con nosotros, los problemas surgen de a montones, la salud decae, nuestro interior se turba y nuestras reacciones parten al medio nuestras ansias de santidad. 

Cuántas veces hemos experimentado el pedir paciencia a Dios y coincidentemente o dioscidentemente nos explotan los problemas y requerimos aún de más paciencia que la que teníamos al rezar... ?

A veces, la vida se torna tan difícil que uno no sabe si realmente es posible pasar por esas cosas, pero si, todo lo que vivimos está marcado por el permiso de Dios, recordemos a Job, el hacedor de sus males fue el demonio, pero con el permiso de Dios que supo y confio en su corazón.

A veces el demonio nos pone trabas, nos genera mal estar, no golpea con fuerza, porque aborrece que elijamos a Dios, lo enfurece, lo debilita... Por ello cuanto más cercano a Dios estamos más nos golpea, pero que hacemos cuando los golpes llegan? Simplemente nos alejamos de Dios para no recibirlos más?

Pues no... Cómo todo niño, cuando se golpea, se lastima o tiene miedo, debemos correr a manos de nuestro Padre Dios, de nuestra mamá María, ellos con gran amor y ternura acogerán nuestro corazón en sus manos, nos secaran las lágrimas y nos dirán "ve hijo, ya todo pasó", ahí es donde yo experimentamos el gran amor de Dios y María, el sabernos tan pequeños que no podemos valernos de nuestras propias fuerzas, y es cuando sentimos el espíritu santo, obrar en nuestro corazón, nos destapa los ojos y comenzamos a ver con claridad, nos señala por donde caminar y nos emparcha las heridas...

Hoy reflexionemos sobre nuestra capacidad de ir a Dios y María ante nuestros problemas, nos ponemos libremente en sus manos? Permitimos al espíritu obrar en nosotros?

Que el señor los bendiga y bajo la protección de nuestra madre sigamos abriéndonos a la autoeducacion de nuestro interior.