"El Crucifijo es el gran libro que ofrece a nuestros ojos horizontes infinitos"

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San Guido Maria Conforti nació en Casalora di Ravadese, cerca de Parma, el 30 de marzo de 1865, de Rinaldo y Antonia Adorni, octavo de diez hijos. En Parma, hizo los estudios de primaria en los Hermanos de las Escuelas Cristianas. De camino a la escuela, pasaba por la Iglesia de la Paz en Borgo delle Colonne. Guido entraba todos los días y se paraba frente al Crucifijo: “Yo lo miraba y Él me miraba y me parecía que decía tantas cosas”, recordará ya obispo. Precisamente del encuentro con ese Crucifijo nació en el joven Conforti la vocación sacerdotal.


A pesar de la resistencia de su padre, en 1876 Guido entró en el seminario de Parma. En esos años, el rector era Mons. Andrea Ferrari, que se convirtió en el guía del joven. Aunque todavía no era sacerdote, Conforti fue nombrado vicerrector y siguió siéndolo después de su ordenación, demostrando cualidades notables como educador. Durante los años del seminario, Conforti leyó una biografía de San Francisco Javier, el misionero jesuita que anunció el mensaje de Cristo en toda Asia hasta Sancián, a las puertas de China, donde murió en 1552. El joven estaba fascinado por la figura de Javier y se sintió llamado a continuar la obra que había quedado por cumplir. Esta fue la chispa inspiradora de su nueva vocación: la vocación misionera.


Superando no pocos obstáculos, debido a su frágil salud, fue ordenado sacerdote en el santuario de Fontanellato, Parma, el 22 de septiembre de 1888. Ya en los años de seminario, había visto la posibilidad de ser admitido en algún instituto con misiones en el extranjero, pero no le fue posible debido también a su precaria salud. Sin embargo, esto no lo detuvo en su ideal misionero y el 3 de diciembre de 1895, fiesta de San Francisco Javier, daba inicio al Instituto Emiliano para las Misiones Extranjeras, que sería reconocido oficialmente como la Congregación de San Francisco Javier para las Misiones Extranjeras, los javerianos, el 3 de diciembre de 1898. Y con gran alegría, en marzo de ese mismo año, entregaba la cruz a los dos primeros misioneros javerianos que partían para China: el P. Caio Rastelli y el P. Odoardo Mainini.

"No es posible fijar la mirada en este modelo divino sin sentirse empujado a cualquier sacrificio por grande que sea".

En los años siguientes, continuó su actividad como Vicario General en Parma, hasta que fue llamado por León XIII a dirigir la archidiócesis de Rávena. El 11 de junio de 1902, el día de su ordenación episcopal, Conforti hizo los votos religiosos junto con el voto de dedicarse sin reservas al anuncio del Evangelio ad gentes.


Desafortunadamente, su salud empeoró y, después de solo dos años, tuvo que abandonar su cargo en la Archidiócesis de Rávena: regresó así a Parma a su Instituto Misionero, donde pudo seguir la formación de los jóvenes aspirantes misioneros. Pero le esperaban nuevas tareas: Pío X inicialmente lo nombró coadjutor con derecho a sucesión del obispo de Parma, diócesis que rigió desde 1907 durante casi 25 años. La instrucción religiosa fue el punto clave de su compromiso pastoral. Afrontando  fatigas y dificultades sin número, realizó cinco veces la visita pastoral de toda la diócesis, celebró dos sínodos diocesanos, instituyó y promovió la Acción Católica, sobre todo juvenil. Cuidó especialmente la cultura y la santidad del clero, la formación de los laicos, las asociaciones católicas, la prensa católica, las misiones populares, los congresos eucarísticos, marianos y misioneros.


A los compromisos de su cargo episcopal y a los de su Instituto Misionero, Mons. Conforti añadió nuevas actividades: participó activamente en la difusión de las Obras Misionales Pontificias y colaboró con el Beato Paolo Manna en la fundación de la Pontificia Unión Misional, convirtiéndose en su primer presidente. De hecho, Conforti creía que la proclamación del Evangelio ad gentes era el principal cauce para la evangelización de los pueblos.


En estos años, tuvo la dicha de enviar misioneros javerianos a China y de consagrar en la catedral de Parma a uno de sus misioneros, el padre Luigi Calza, obispo de Cheng-Chow, en 1912. El 15 de agosto de 1921, fue otra fecha importante en la historia del Instituto Javeriano: Mons. Conforti terminó su “Carta Testamento” con la que presentaba las Constituciones javerianas definitivamente aprobadas por el Papa. Y en 1928 viajó a China para visitar a sus misioneros, confirmando el vínculo de comunión entre la Iglesia de Parma y la joven iglesia en Hunan occidental.


De vuelta en Parma, reanudó la actividad pastoral, pero su salud empeoró. El 5 de noviembre de 1931, recibidos la unción de enfermos y el Viático, profesada públicamente su fe y habiendo implorado a Dios por su clero y su pueblo, Mons. Guido Maria Conforti descansó en el Señor. En su funeral se dio cita toda Parma.


La heroicidad de las virtudes de Guido Maria Conforti fue aprobada por un decreto del 11 de febrero de 1982, mientras que el decreto sobre el milagro que tuvo lugar a través de su intercesión en Burundi se remonta al 6 de abril de 1995. Mons. Guido Maria Conforti fue beatificado por San Juan Pablo II el 17 de marzo de 1996 y proclamado Santo por el Papa Benedicto XVI el 23 de octubre de 2011.


ORACIÓN DE SAN GUIDO MARIA CONFORTI POR LOS MISIONEROS

Oh Jesús,

autor y consumador de nuestra fe,

que has querido que el amor mutuo

sea la característica distintiva

de tus discípulos,

te pedimos especialmente

por nuestros queridos hermanos

que en lejanas tierras se afanan

por la dilatación de tu Reino.

Fecunda con tu gracia sus trabajos,

consuélalos en las tribulaciones,

defiéndelos de todo peligro

y hazlos cada vez más dignos de sacrificarse por la gloria de tu Nombre.

Y a nosotros,

por intercesión de San Francisco Javier,

concédenos la suerte de participar un día

en sus fatigas y en sus méritos

para gozar también nosotros de tu felicidad. 

Oración de la comunidad

Oración de intercesión por los misioneros

Señor, que has querido que tu Iglesia sea sacramento universal de salvación para todos los hombres, escucha bondadoso las súplicas que te dirigimos por los misioneros: sacerdotes, religiosos y laicos. Ya que te dignas concedernos la gracia de cooperar en la santificación de tu Iglesia, acepta nuestro deseo de hacerte amar y conocer, por el que te ofrecemos nuestra oración, amor y sacrificio, Para que por los méritos de tu Hijo Jesucristo bendigas a los misioneros, guardándolos de todo peligro, haciéndoles sentir tu presencia en sus trabajos y preocupaciones, haciendo de ellos unos apóstoles que emulen el fervor misionero de San Francisco Javier y Santa Teresa del Niño Jesús, co-patronos de las misiones. María, Madre de la Iglesia, Estrella de la evangelización y Reina de las Misiones, acompaña a los misioneros en su entrega y concédeles el don de la perseverancia en su compromiso de dar a conocer a Jesucristo, nuestro Salvador y compartir el evangelio con quienes no lo conocen. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén

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"Que sus conversaciones sean siempre agradables y oportunas, a fin de que sepan responder a cada uno como es debido". Colosenses 4:6

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