Introducción: ¿Cómo se extendió el Cristianismo? 

«Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo.» Estas palabras de Jesús pueden llevarnos a creer que los Doce con la ayuda de Pablo difundieron el nombre del Resucitado por todo el mundo entonces conocido en unos cien años. Pero la razón nos dice que esta empresa es imposible. ¿Qué es lo que sucedió entonces? Que los apóstoles a quienes se convertían a la nueva religión por su predicación los hacían misioneros; así fue cómo se extendió el cristianismo a todas las naciones. ¿Qué ha pasado después para que los que creen en Jesús se contenten con aceptar los dogmas de la Iglesia y recibir los sacramentos, pensando que con esto están salvados? Varias han sido las causas, alguna inconfesable.

1. Todo bautizado es un misionero. 

No creo que la homilía sea un lugar idóneo para descubrir las causas, pero sí un tiempo muy a propósito para ayudar a superar los desoladores efectos: la ignorancia o desinterés de los católicos respecto a las misiones. ¿Pensáis qué sería del mundo si los millones de católicos que habitan en él fueran misioneros? ¡El mundo entero se habría convertido a Cristo! Y en consecuencia tendríamos un mundo con más paz y bienestar. Por eso es necesario que los católicos nos espabilemos y dejemos la indolencia y la pereza para nuestros adversarios. El papa Francisco lo ha visto muy claro, y por eso no cesa de instarnos a que seamos consecuentes con las exigencias de la fe y el bautismo: ¡Todo bautizado es un misionero!
Y sí, aprovechando que este año se cumplen los cien años de la publicación por el papa Benedicto XV (no Benedicto XVI) de la primera encíclica misionera Maximum illud, que vio la luz en el año 1919, ha querido conmemorarlo con un octubre especialmente misionero (octubre es ya un mes misionero), para que sea una urgente llamada a los católicos a poner énfasis en su deber respecto a procurar la conversión de todos los hombres a Jesucristo, el Señor de todos. Me consta que se está trabajando en todas las diócesis, también en la nuestra, para que ese mes sea una llamada eficaz a todos para reconsiderar este asunto. Y no se trata solamente de ir a las misiones o ayudar a los que trabajan en tierras de infieles, cosa sin duda muy necesaria; sino también de trabajar en la medida de las fuerzas de cada uno en detener lo mejor posible la descristianización de nuestro mundo tradicionalmente cristiano, haciendo ver a nuestros vecinos la grandeza de Jesucristo y la necesidad de construir una sociedad enriquecida con los valores evangélicos.

2. Date por enterado.

 Y no es menos apta para encendernos en amor a la misión esta fiesta que estamos celebrando, la Ascensión de Jesús a los cielos, en la que escuchamos por primera vez estas palabras tan suyas: «Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado» (Mt 28,18-20). ¿Es que no nos habíamos enterado? ¿o acaso pensamos que se lo decía a los curar y frailes? Jesús no hace distinciones y en su vida pública, siempre que uno lo acepta como Señor y Salvador lo envía a anunciar el Reino de Dios, sin hacerlo cura ni fraile (p.e. Lc 9,59-62). Hoy, al celebrar esta fiesta, te lo dice a ti.

Conclusión:

El ejemplo del Maestro. Hoy que, para celebrar la fiesta vamos a hacer presente en medio de la comunidad al Jesús el Señor, oigamos su voz que nos pide ser misioneros, y nos lo pide desde lo alto de la cruz –la misa es un memorial de la Pasión- donde se ha dejado la vida para que los hombres pudieran ser felices en esta vida y en la otra, lavados del pecado y reconciliados unos con otros y todos con el Padre del cielo.

Pbro. Antonio Troya Magallanes.

Que tu mirada sea...

Que tu mirada sea,
mirada clara,
sea mirada de niño,
que transparenta el alma.

Que tu sonrisa sea,
sonrisa ancha,
fuerza que surja de adentro,
ganas que se contagian,
buen humor que de sentido
al quehacer de tu jornada.

Que tus palabras sean,
valientes palabras,
que no oculten la verdad
y no teman proclamarla.
Que sean la voz de aquellos,
que ya no pueden ni alzarla.

Que tus manos sean,
manos entrelazadas,
manos con otras tendidas,
abiertas, no solitarias.
Manos unidas y fuertes
que hoy construyan el mañana.

Que tu caminar sea,
compartida caminada,
que busque abrir junto a otros
huellas de nueva esperanza.
Que tu camino acompañe
el caminar del pueblo en marcha.

Que tus silencios sean,
eco de tus entrañas,
crisol de anhelo y proyectos,
que solo el tiempo amalgama.
Silencio fértil, simiente
que en brotes de vida estalla.

Que tu vida entrega sea,
para que valga la pena
ser vivida y no gastada.

Autor: Marcelo A. Murúa