La confesión o sacramento de la reconciliación (también conocido como sacramento de la penitencia), constituye uno de los siete sacramentos de la Iglesia católica. Tengamos en cuenta que, la penitencia, junto con la contrición, conducen a la absolución y al perdón de los pecados. No obstante, en algunas ocasiones el término puede asustar o distanciar, al ser malentendido, y esto se debe a que durante mucho tiempo se ha asociado a la idea de castigo. Sin embargo, lejos de ser una privación o una humillación, la verdadera penitencia es una liberación, que se vive con alegría como un acto de amor que conduce a una conversión profunda y duradera.
"La penitencia interior del cristiano puede tener expresiones muy variadas. La Escritura y los Padres insisten sobre todo en tres formas: el ayuno, la oración, la limosna (cf. Tb 12,8; Mt 6,1-18), que expresan la conversión con relación a sí mismo, con relación a Dios y con relación a los demás. Junto a la purificación radical operada por el Bautismo o por el martirio, citan, como medio de obtener el perdón de los pecados, los esfuerzos realizados para reconciliarse con el prójimo, las lágrimas de penitencia, la preocupación por la salvación del prójimo (cf St 5,20), la intercesión de los santos y la práctica de la caridad "que cubre multitud de pecados" (1 P 4,8)” (número 1434 del Catecismo de la Iglesia Católica).
La penitencia no es exactamente lo mismo que el arrepentimiento: arrepentirse (ser moralmente consciente de las propias faltas) significa reconocer su falta, su pecado. En otras palabras, no se trata solamente de ser consciente de ello, sino de expresar pesar por ello mediante la contrición del corazón (de hecho, eso es lo que hacemos al pronunciar el acto de contrición).
En este orden de ideas, la penitencia no solo consiste en el simple arrepentimiento, sino que constituye un acto de reparación y un acto de conversión.
Por su parte, la conversión es dar un giro de 180 grados, o cambiar de dirección, por lo tanto, constituye un proceso profundo e interior de cambio de mentalidad, de comportamiento y de corazón.
La penitencia exterior es la acción elegida o aceptada por la persona que ha pecado, que se compromete a realizar para recibir la absolución por ese pecado. A menudo, dicha penitencia está directamente relacionada con el pecado confesado (pedir perdón a alguien a quien se ha herido, decir una verdad que se ha ocultado o tergiversado, devolver un objeto robado, rezar por alguien de quien se ha hablado mal, etc.).
La penitencia interior es un acto más profundo, más íntimo, acompañado de una conversión personal. Puede provocar un verdadero cambio de comportamiento para evitar volver a caer en el pecado (además de mi culpa, ¿qué es lo que me impulsa a robar, a mentir, a ser poco amable o indiferente con tal o cual persona...? ¿Qué hay en mí que está herido o dañado para que actúe así?).
De hecho, Jesús nos llama precisamente a esta penitencia interior, a este cambio radical de comportamiento, de mentalidad, de vida… Al respecto, el Catecismo de la Iglesia Católica nos da algunas indicaciones:
"Como ya en los profetas, la llamada de Jesús a la conversión y a la penitencia no mira, en primer lugar, a las obras exteriores "el saco y la ceniza", los ayunos y las mortificaciones, sino a la conversión del corazón, la penitencia interior. Sin ella, las obras de penitencia permanecen estériles y engañosas; por el contrario, la conversión interior impulsa a la expresión de esta actitud por medio de signos visibles, gestos y obras de penitencia" (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1430).
Hacer penitencia nos permite experimentar verdaderamente la reconciliación con Dios y su plan de amor para nosotros y para el mundo. En otras palabras, nos reconciliamos con nuestros hermanos y hermanas, con la Iglesia, y con nosotros mismos...
Hacer penitencia significa responder al llamado de Cristo que nos dice "¡conviértanse!": esto incluye reconocer lo que no nos permite avanzar, lo que nos pesa (por ejemplo, el pecado y la culpa) y decidir firmemente cambiar de vida, de mentalidad y de comportamiento, para seguir a Cristo.
Tengamos presente que, el acto mismo de confesar nuestros pecados, de exponerlos ante Jesús, de reconocer que hemos hecho algo malo, nos ayuda a avanzar en un verdadero proceso de penitencia interior.
La conversión total no es fácil ni instantánea, sino que constituye un camino, a veces difícil de transitar. Sin embargo, cada una de nuestras confesiones nos permite avanzar en este camino, e incluso si retrocedemos, Dios nos vuelve a levantarnos nuevamente y nos permite seguir avanzando. Cabe destacar que, cada una de nuestras penitencias externas pueden ayudarnos a comenzar nuestra verdadera penitencia interior.
“En el sacramento de la penitencia, los fieles que confiesan sus pecados a un ministro legítimo, arrepentidos de ellos y con propósito de enmienda, obtienen de Dios el perdón de los pecados cometidos después del bautismo, mediante la absolución dada por el mismo ministro, y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que hirieron al pecar" (Canon nº 959 - Código de Derecho Canónico CIC/1983)
Quizá muchos no lo tienen en cuenta, pero al comienzo de cada misa, confesamos nuestros pecados ante nuestros hermanos y hermanas mediante la oración del Confiteor (Yo pecador, o yo confieso). Esta oración puede combinarse con el gesto del puño en el pecho para mostrar que somos verdaderamente conscientes de nuestra pecaminosidad.
La Iglesia nos recuerda que la penitencia se vive diariamente, en nuestra preocupación por los demás, en nuestro deseo de servir a Dios a través de cada una de nuestras acciones y de trabajar por su Reino.
"La conversión se realiza en la vida cotidiana mediante gestos de reconciliación, la atención a los pobres, el ejercicio y la defensa de la justicia y del derecho (cf Am 5,24; Is 1,17), por el reconocimiento de nuestras faltas ante los hermanos, la corrección fraterna, la revisión de vida, el examen de conciencia, la dirección espiritual, la aceptación de los sufrimientos, el padecer la persecución a causa de la justicia. Tomar la cruz cada día y seguir a Jesús es el camino más seguro de la penitencia (cf Lc 9,23)". (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1435).
También podemos alejarnos de las cosas que nos llevan a pecar. El ayuno -que puede implicar muchos ámbitos de nuestra vida- puede ayudarnos a liberarnos de comportamientos nocivos o de adicciones que impiden nuestra libertad.
Por su parte, la oración nos ayuda a mantener la mirada en Dios y a vivir esta conversión. Tengamos presente que, en cualquier momento, cuando sintamos la necesidad, podemos recitar un salmo penitencial, meditar la Palabra de Dios o dirigir lo que hay en nuestro corazón, con confianza y humildad, a nuestro Padre misericordioso.
Te invitamos a desarrollar tu gusto por la práctica de los sacramentos y a descubrir nuevamente la misericordia de Dios mediante este sacramento. También puedes descubrir las comunidades en torno a la Divina Misericordia que Hozana ha preparado para ti, para que recuerdes el Amor infinito del Padre hacia nosotros sus Hijos. Por ejemplo:
¡No lo dudes más y sumérgete en la Divina Misericordia del Señor!