AMOR SIN MEDIDA: El amor misericordioso de Dios en San Agustín

Por: Ana Lilia Lira

Fuente: AMOR SIN MEDIDA: El amor misericordioso de Dios en San Agustín de Enrique A. Eguiarte B.OAR

Queridos hermanos en Cristo, creo que casi todos conocemos el dicho: “Candil de la calle y oscuridad de su casa”. Es decir, es más fácil tener misericordia de las personas con las que no convivimos que con nuestra propia familia.

GENEALOGÍA DE LA MISERICORDIA:  DIVERSAS CLASES DE MISERICORDIA

Un personaje de Dostoyevski

Por otro lado, el pensamiento agustiniano nos invitaría a ser muy realistas, ya que se puede ser misericordioso con aquellas personas que nos piden por la calle, o al colaborar con alguna institución caritativa, pero posiblemente olvidar a las personas de la propia familia o comunidad, aquellas personas con las que se comparte la vida todos los días. En realidad, la misericordia debería comenzar por “casa”, es decir por este círculo pequeño de las personas con las que tratamos todos los días, de tal forma que en nuestras relaciones cotidianas, lo que primara fuera la caridad, la paciencia y la misericordia. Deberíamos ser capaces de reconocer el rostro de Cristo en todos los que nos rodean, particularmente aquellos con los que convivimos todos los días, cuyas cualidades y defectos llegamos a conocer con mucha precisión. Realmente, en cada persona con la que vivimos, está presente Cristo, y debería resonar en nuestros oídos interiores las palabras del Evangelio: “Lo que hicieron a uno de estos pequeños, a mí me lo hicieron” (Mt 25,40).

Deberíamos ser capaces de compadecernos de las debilidades de aquellos con los que convivimos, y de orar por ellos, más que criticarlos o de tratarlos mal. Cuando nos compadecemos y sentimos misericordia verdadera, es cuando compartimos el sentimiento del corazón de Cristo, que los autores del Nuevo Testamento privilegiaron, su compasión amorosa y su misericordia infinita.

En su famosa novela, Los hermanos Kamarazov, Dostoyevski nos presenta en el Capítulo IV a una mujer con grandes aspiraciones de perfección espiritual, que va a visitar al starets del monasterio en el que vive Aliosha Karamazov. Al decirle esta dama que amaba a toda la humanidad, el starets le cuenta el caso paradójico de un médico amigo suyo, quien caía en esta ambigüedad, de decir que amaba a todos, pero no podía amar a una persona concreta. Este médico decía: “Amo a la humanidad, pero, para sorpresa mía, cuanto más quiero a la humanidad en general, menos cariño me inspiran las personas en particular individualmente. Más de una vez he soñado apasionadamente con servir a la humanidad, y tal vez incluso habría subido el calvario por mis semejantes, si hubiera sido necesario; pero no puedo vivir dos días seguidos con una persona en la misma habitación (…).

Realmente el error de este personaje es creer que la misericordia empieza por las personas que están lejos, o que son una realidad abstracta, lejana, sin rostro (“la humanidad”). Para evitar este error creo que es preciso que nos demos cuenta de las llamadas a la misericordia que Dios nos hace en las personas con las que vivimos, y que nos rodean, en un primer lugar, y después, no olvidar a todos aquellos que pueden padecer alguna necesidad y a quienes podamos ayudar.

Por otro lado, no podemos olvidar que ser misericordioso implicaría, también, no aliarnos con el mal, ni combatir el mal con el mal, sino como nos invita San Pablo, saber combatir el mal con las armas del bien y del amor (Rm 12,21), sabiendo que cuando ponemos amor, lo que vamos a obtener es precisamente amor. Si vamos creando relaciones familiares y comunitarias basadas en la misericordia, y podemos crear espacios y ámbitos de misericordia, de acogida y de comprensión, en nuestras familias y comunidades en general.

Por otro lado, San Agustín nos recordaría otra obra de misericordia que en ocasiones olvidamos y se trata del perdón de las ofensas. Cuando perdonamos, somos doblemente misericordiosos, ya que tenemos compasión de la persona que nos ha ofendido, y por otra parte nos liberamos nosotros mismos del peso del rencor y del resentimiento. Por eso sería una obra de misericordia que comienza por casa, el buscar la reconciliación y otorgar el perdón, o pedirlo a las personas con las que convivimos.

En resumen, debemos ser misericordiosos también con nuestros familiares y perdonar sus faltas, y no solamente con los que están lejos de nosotros. San Pablo nos dice que amor con amor se paga. Así mismo, San Agustín dice: “Ama y haz lo que quieras”. El que ama de verdad, no puede hacer ningún mal.

El Señor los colme de bendiciones y la Santísima Virgen y el glorioso San José los acompañen.

Oración de la comunidad

Ave María

Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita Tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

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"Que sus conversaciones sean siempre agradables y oportunas, a fin de que sepan responder a cada uno como es debido". Colosenses 4:6

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