Enfermedades en Santa Teresita , curación por la sonrisa de la Virgen

Queridos amigos:

Si recordáis ayer hablábamos de la enfermedad que padeció Santa Teresa de Jesús, una de ellas, pues durante toda su vida tuvo muchas. Y esto es algo connatural al ser humano, la enfermedad. Pero lo es también que , particularmente los santos,  tuvieron un especial contacto con la enfermedad en su vida.

Dice así Javier de la Torre en la introducción del libro “Los santos y la enfermedad”:

“La experiencia de muchos santos es que, cuando el cuerpo, la fuerza física y la salud no puede ser la condición de la felicidad, queda más abierta la persona, por la fractura de la herida para encontrar otros fundamentos. La enfermedad, se convierte así en una tierra arada, con profundos surcos, para encontrar raíces más hondas de la existencia y del vivir. Las heridas abren un surco en la existencia que permite otra tierra en que asentar la existencia”.

Y así fue desde luego en nuestras dos Teresas. Cuenta así nuestra querida Teresita en el Libro de la Vida, Capítulo 3 a partir del punto 13:

“Es asombroso ver cómo se desarrolló mi espíritu en medio del sufrimiento. Se desarrolló de tal manera, que no tardé en caer enferma. La enfermedad que me aquejó provenía, ciertamente, del demonio. Furioso por tu entrada en el Carmelo, quiso vengarse en mí del daño que nuestra familia iba a causarle en el futuro. Pero lo que él no sabía era que la amorosa Reina del cielo velaba por su frágil florecilla, que ella le sonreía desde lo alto de su trono y que se aprestaba a calmar la tempestad en el mismo momento en que su flor iba a quebrarse sin remedio...

Me encantaba trabajar para Paulina. Le hacía pequeños trabajos en cartulina, y mi ocupación preferida era hacer coronas de margaritas y de miosotis para la Santísima Virgen. Estábamos en el mes de mayo. Toda la naturaleza se vestía de flores y respiraba alegría. Sólo la «florecita» languidecía y parecía marchita para siempre. Sin embargo, tenía un sol cerca de ella. Ese sol era la estatua milagrosa de la Santísima Virgen, que le había hablado por dos veces a mamá, y la florecita volvía muchas, muchas veces su corola hacia aquel astro bendito... Un día vi que papá entraba en la habitación de María, donde yo estaba acostada, y, dándole varias monedas de oro con expresión muy triste, le dijo que escribiera a París y encargase unas misas a Nuestra Señora de las Victorias para que le curase a su pobre hijita. ¡Cómo me emocionó ver la fe y el amor de mi querido rey! Hubiera deseado poder decirle que estaba curada, ¡pero le había dado ya tantas alegrías falsas! No eran mis deseos los que podían hacer ese milagro, pues la verdad es que para curarme se necesitaba un milagro... Se necesitaba un milagro, y fue Nuestra Señora de las Victorias quien lo hizo. Un domingo (durante el novenario de misas), María salió al jardín, dejándome con Leonia, que estaba leyendo al lado de la ventana. Al cabo de unos minutos, me puse a llamar muy bajito: «Mamá... mamá». Leonia, acostumbrada a oírme llamar siempre así, no hizo caso. Aquello duró un largo rato. Entonces llamé más fuerte, y, por fin, volvió María. La vi perfectamente entrar, pero no podía decir que la reconociera, y seguí llamando, cada vez más fuerte: «Mamá...» Sufría mucho con aquella lucha violenta e inexplicable, y María sufría quizás todavía más que yo. Tras intentar inútilmente hacerme ver que estaba allí a mi lado, se puso de rodillas junto a mi cama con Leonia y Celina. Luego, volviéndose hacia la Santísima Virgen e invocándola con el fervor de una madre que pide la vida de su hija, María alcanzó lo que deseaba... También la pobre Teresita, al no encontrar ninguna ayuda en la tierra, se había vuelto hacia su Madre del cielo, suplicándole con toda su alma que tuviese por fin piedad de ella... De repente, la Santísima Virgen me pareció hermosa, tan hermosa, que yo nunca había visto nada tan bello. Su rostro respiraba una bondad y una ternura inefables. Pero lo que me caló hasta el fondo del alma fue la «encantadora sonrisa de la Santísima Virgen». En aquel momento, todas mis penas se disiparon. Dos gruesas lágrimas brotaron de mis párpados y se deslizaron silenciosamente por mis mejillas, pero eran lágrimas de pura alegría... ¡La Santísima Virgen, pensé, me ha sonreído! ¡Qué feliz soy...! Sí, pero no se lo diré nunca a nadie, porque entonces desaparecería mi felicidad.”

Desde entonces se conoce a esta Virgen como la Virgen de la Sonrisa, y a ella se encomiendan las personas con enfermedades como depresión y otras enfermedades emocionales, como lo fue la enfermedad de Teresita.

Pidamos intercesión a Santa Teresita del Niño Jesús para nuestras enfermedades físicas, emocionales y espirituales. Ella conoce mejor que nadie nuestra fragilidad y nuestra pobreza porque ella también fue una criatura muy sensible y que sufrió mucho.

Oración a Jesús

Querido Jesús. Tú conoces nuestra fragilidad, nuestras heridas emocionales, nuestros vacíos de amor. Sabes Jesús que muchas veces nos sentimos muy mal, muy ansiosos o deprimidos, y no encontramos la salida a nuestros estados de ánimo. En esos momentos nos unimos a Ti y te hacemos compañía en Getsemaní, donde tú también pasante angustia. Y esperamos el consuelo del ángel y tu consuelo y el de la Virgen Santísima. Que tu madre nos sonría y nos sane de nuestras dolencias Jesús. Te lo pedimos por intercesión de Santa Teresita del Niño Jesús.

Amén.

Sigue si quieres en este clima de oración viendo este pequeño vídeo:

¡Hasta mañana queridos amigos!

Oración de la comunidad

El Señor es mi luz y mi salvación. Salmo 26.

El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? Cuando me asaltan los malvados para devorar mi carne, ellos, enemigos y adversarios, tropiezan y caen. Si un ejército acampa contra mí, mi corazón no tiembla; si me declaran la guerra, me siento tranquilo. Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo. Él me protegerá en su tienda el día del peligro; me esconderá en lo escondido de su morada, me alzará sobre la roca; y así levantaré la cabeza sobre el enemigo que me cerca; en su tienda sacrificaré sacrificios de aclamación: cantaré y tocaré para el Señor. Amén.

¡Gracias! 379 personas oraron

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"Que sus conversaciones sean siempre agradables y oportunas, a fin de que sepan responder a cada uno como es debido". Colosenses 4:6

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