AMOR SIN MEDIDA: El amor misericordioso de Dios en San Agustín

Por: Ana Lilia Lira

Fuente: AMOR SIN MEDIDA: El amor misericordioso de Dios en San Agustín de Enrique A. Eguiarte B.OAR

Queridos hermanos en Cristo, cuántas veces no hemos escuchado testimonios de conversión de personas que dicen me he convertido, o nosotros mismos lo hemos dicho. Nosotros no podemos convertirnos sin la misericordia de Dios. Dios es el que nos llama a la conversión. Si no le damos gloria a Dios por la misericordia que tiene con nosotros los pobres pecadores, estamos atribuyéndonos algo que sólo le pertenece a nuestro Redentor. Y eso no es una verdadera conversión. Hoy veremos los cuatro pasos para vivir la misericordia de Dios.

Cuatro pasos para vivir la misericordia de Dios

Ya que el hombre es tan pobre y miserable que no tiene más que sus pecados, y que para que pueda hacer el bien necesita de manera imprescindible de la gracia de Dios, San Agustín nos señala cuatro pasos para verdaderamente vivir la misericordia de Dios y ser agradecidos con ella. Estos cuatro pasos se encuentran en el marco de uno de los comentarios que San Agustín hace en su obra a la parábola de los hombres que subieron al templo a orar, el fariseo y el publicano (Lc 18, 9-14).

De este modo, el primer paso sería la humilde confesión de los pecados, una confessio peccatorum, donde el hombre reconoce su propia pequeñez y fragilidad, y se acusa a sí mismo de sus pecados, sin buscar ni excusas, ni tampoco atribuir sus pecados a otras realidades, como hacían los maniqueos.

No hay una sustancia del mal en cada ser humano que sea la que le impulse a pecar contra su propia voluntad, como le habían explicado los maniqueos a San Agustín. El mismo Obispo de Hipona reconocerá que él se había engañado así mismo al aceptar esta teoría falsa de los maniqueos, pues quien pecaba era él mismo, y por ello en el camino del crecimiento espiritual, de la conversión, es preciso dar el primer paso del reconocimiento y confesión de las propias culpas y pecados:

Lo primero que debe hacer tanto el hombre como la mujer, es la confesión de los pecados (Ídem).

Un segundo paso sería la penitencia que hay que hacer por dichos pecados. No basta con reconocer la propia culpa, es preciso realizar acciones por medio de las cuales se manifieste el propio arrepentimiento, y que lleven al ser humano a un cambio y corrección en su vida:

La saludable penitencia que penitencia que produce la corrección del hombre, no que sea un mofarse de Dios (En. Ps. 93,15).

Un tercer paso es no atribuirse a sí mismo nada, ninguna buena obra, sino atribuir todo a la gracia y misericordia de Dios. Es preciso reconocer que la santidad no es la obra de las manos del hombre, sino de la gracia de Dios.

Ciertamente Dios necesita que el ser humano ponga de su parte, que implique su propia voluntad en el proceso. No se trata de vivir una espiritualidad quietista, en donde todo se deja a Dios y el hombre no pone nada de su parte y sólo se abandona como los ángeles.

Por eso dice San Agustín: “nadie es ayudado si no hace algo por sí mismo” (S. 156, 11). Sin embargo, es preciso no perder de vista que el papel protagonista lo tiene la gracia de Dios. Así pues, quien se atribuye a sí mismo las buenas obras, cae en la soberbia, y por ello se hace indigno de seguir recibiendo la misericordia de Dios.

Y después de la penitencia, cuando ya haya comenzado a vivir correctamente, aún tiene que pensar en no atribuirse las buenas obras, sino en dar gracias a aquel por cuya gracia llegó a vivir bien, puesto que Él lo llamó y lo iluminó (En. Ps. 93,15).

Finalmente, un cuarto paso es el de no despreciar ni llenarse de orgullo frente a quienes todavía no han podido convertirse o cambiar de vida. Se trata de aquellas personas que movidas por su soberbia han creído que la santidad es sólo obra de sus manos, y no una obra de Dios en sus corazones, de tal forma que llegan a necesitar del pecado de los que le rodean para poderse sentir mejores que ellos, y poder tener ocasión de despreciar y juzgar a aquellos que no han llegado a la perfección que ellos creen haber alcanzado:

¿Luego éste ya es perfecto? No. Aún le falta algo. ¿Qué le falta? No ensoberbecerse sobre aquellos que viven como vive él (Ídem).

En resumen, San Agustín nos dice que debemos reconocer nuestros pecados, luego confesarlos y hacer penitencia para reparar el daño que hacemos con nuestros pecados; y por último ser humildes y no soberbios despreciando a los que no pueden o no han llegado a la conversión. Al igual que San Agustín reconozcamos que somos pecadores: "Mi pecado más incurable era el no creerme pecador" (San Agustín).

El Señor los colme de bendiciones y la Santísima Virgen y el glorioso San José los acompañen.

Oración de la comunidad

Ave María

Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita Tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

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"Que sus conversaciones sean siempre agradables y oportunas, a fin de que sepan responder a cada uno como es debido". Colosenses 4:6

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