Evangelio según San Lucas 4,38-44.
Al salir de la sinagoga, entró en la casa de Simón. La suegra de Simón tenía mucha fiebre, y le pidieron que hiciera algo por ella.
Inclinándose sobre ella, Jesús increpó a la fiebre y esta desapareció. En seguida, ella se levantó y se puso a servirlos.
Al atardecer, todos los que tenían enfermos afectados de diversas dolencias se los llevaron, y él, imponiendo las manos sobre cada uno de ellos, los curaba.
De muchos salían demonios, gritando: "¡Tú eres el Hijo de Dios!". Pero él los increpaba y no los dejaba hablar, porque ellos sabían que era el Mesías.
Cuando amaneció, Jesús salió y se fue a un lugar desierto. La multitud comenzó a buscarlo y, cuando lo encontraron, querían retenerlo para que no se alejara de ellos.
Pero él les dijo: "También a las otras ciudades debo anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado".
Y predicaba en las sinagogas de toda la Judea.
Comentario del Evangelio
Venerable Madeleine Delbrêl (1904-1964), laica, misionera en la ciudad.
La alegría de creer (La joie de croire, Seuil, 1968), trad. sc©evangelizo.org
La soledad, oh mi Dios,
no es que estemos solos,
es que tú estás ahí,
ya que enfrente de ti todo deviene muerte
o todo se convierte en ti. (…)
Somos un poco niños si pensamos
que esta gente reunida,
es tan grande,
tan importante,
tan viviente,
como para cubrirnos el horizonte
cuando miramos hacia ti.
Estar solo,
no es haber sobrepasado a los hombres,
o haberlos dejado.
Estar solo,
es saber que eres grande, oh mi Dios,
que sólo tú eres grande,
y que no hay diferencia considerable entre
la inmensidad de los granos de arena
y la inmensidad de vidas humanas reunidas.
La diferencia, no altera la soledad,
ya que lo que hace esas vidas humanas
más visibles a los ojos de nuestra alma
y más presentes,
es la comunicación contigo,
es su prodigiosa semejanza
al único que es.
Es como una parte tuya,
parte que no hiere la soledad. (…)
No reprochemos al mundo,
no reprochemos a la vida,
ocultarnos el rostro de Dios.
Encontremos este rostro, él velará,
absorberá todas las cosas. (…)
No importa nuestro lugar en el mundo,
no importa si está poblado o despoblado,
en todas partes somos “Dios con nosotros”,
en todas partes somos Emmanuel.
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"Que sus conversaciones sean siempre agradables y oportunas, a fin de que sepan responder a cada uno como es debido". Colosenses 4:6