2 de septiembre

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De las cartas de Calasanz

1. Haga hacer la profesión al H. Juan Antonio cuanto antes, a pesar de que dos afirmen lo contrario, siendo cinco los que le admiten. ¡Dios quiera que los demás se acomoden al ejercicio de nuestro Instituto como dicho Hermano! (Al P. Graziani, Nápoles, 2267-1634).

2. Pienso mandarle algunos de los nuestros para sustituir ahí a los inquietos, los cuales o se convierten en observantes o tendrán que pasar a otra Religión y, si no, serán castigados, de todas formas tendrán que venir a Roma para aprender obediencia, porque ahí la Religión no recibe más que molestias y escándalos (ídem).

3. El P. Carlos debe ordenar que no aparezca más aquella mujerzuela que es causa de tantas murmuraciones, pero creo que está obstinado en quererlo pasar por alto y me parece una gran cosa que los sacerdotes se mantengan contra él, viendo el escándalo manifiesto de venir continuamente a la iglesia dicha persona. No hubiera creído tanta relajación, y compadezco a V.R. Pido al Señor que le dé fuerza y espíritu para superar toda dificultad. Querría ordenar algunos clérigos quienes, aunque jóvenes, creo que tendrán más éxito en el oficio de Superiores, porque en Florencia lo ha hecho mejor el P. Diomedes que los demás sacerdotes mayores. Sea alabado el Señor porque hemos llegado a tiempo, cuando aquellos que debían ayudar más a la Religión más la han relajado y quiera Dios que podamos tener sujetos para reunir una Congregación General, pero el P. Pedro, allí donde está, deja hacer a los Superiores sin preocuparse de enterarse detalladamente de las cosas y ahora V.R. encuentra tantas dificultades (ídem). 

4. Sobre las cosas de Palermo he pensado siempre que el P. Melchor no querría a nadie cerca, pero tendrá que tener paciencia, que las cosas no han de ir a su gusto, porque me parece que posee poco temor de Dios; pero poco a poco con la ayuda del Señor se pondrá remedio (ídem). 

5. Soy de la opinión de que el P. Adriano, aunque es sujeto débil, no es vicioso. Resultaría mejor como sustituto que esos sabihondos que no saben ni pizca de perfección religiosa, ni de humildad ni de obediencia. Si lo quiere se lo mandaré, no con ánimo de que lo haga Superior, sino de emplearlo en lo que V.R. ordene. Y Dios sabe cómo me encuentro, no teniendo quien me ayude como me ayudaba V.R., porque a menudo y sobre todo ahora me encuentro oprimido por el deber de contestar a tantos (ídem).

6. Al presente no le puedo dar ninguna nueva sobre el Breve que acomoda nuestras cosas, porque hablando humanamente parecen muy complicadas, y en ocasiones semejantes Dios bendito suele mostrar su piedad enviando al remedio cuando menos se espera (Al P. V. Berro, Nápoles, 4289-1645).

1. La última Cena

a) Al entrar en estos acontecimientos, no podemos hacer otra cosa que adorar. Nos mantenemos pendientes de lo que vive Jesús. Humilde y confiadamente asistimos a todo el proceso del Misterio Pascual. El Espíritu de Jesús tiene que abrir nuestro corazón a las dimensiones de Dios, de un Dios que es todo ternura, olvido de sí y entrega.

b) Se da una relación estrecha entre estas dos realidades: la conspiración oculta de quienes buscan matar a Jesús y la preparación, también a escondidas, de la cena de los doce con el Maestro. Ellos porque no quieren que nadie se dé cuenta; tienen miedo al pueblo. Jesús porque no quiere que Satanás desbarate sus planes.

c) Jesús comprende que ha llegado su destino de Mesías; se da cuenta del sentido del pasaje de Isaías. Y en la cena pascual va a prefigurar su pasión y muerte. Lo va a realizar sólo con los suyos, sus amigos, que no entienden toda la tragedia del momento. Al menos su compasión le sirve. Les va a hacer partícipes del mayor don que jamás el hombre pudiera soñar: su cuerpo y sangre entregados ahora de una manera incruenta.

2. El P. Juan Antonio Ridolfi

Era de Bolonia y vistió el hábito de las Escuelas Pías en Fanano en 1632. Los votos solemnes los hizo dos años más tarde, en 1634. La vida del P. Ridolfi toma más protagonismo a partir de 1642 en que va a Florencia y luego a Pieve di Cento. Es entonces cuando el P. Mario Sozzi, al ausentarse tan prolongadamente de la Provincia, lo nombra su Vicario Provincial. Cuando se inicia la Visita Apostólica a la Orden, Mario lo llama a Roma y lo hace su secretario, a quien reconocen en ese cargo tanto Pietrasanta como Cherubini. El cargo no lo ejerció siempre ni con prudencia ni con la debida caridad. Astuto e inteligente, adicto a Mario, Cherubini y Pietrasanta hasta el máximo, fue el instrumento más terrible para crear dificultades a la Orden y aumentar la confusión reinante. Pietrasanta le llegó a dar tal confianza que le entregaba las cartas en blanco con su propia firma. Mientras que hoy en carta al P. Graziani Calasanz lo defiende, diez años más tarde, en 1644, dirá de él: «Y respecto a relajar la Religión, parece que el P. Esteban, su secretario (Ridolfi) y aquel P. Visitador son de la opinión de relajarla en algunas cosas y particularmente acerca de la pobreza» (c.4153), En julio de 1645 impide con todas sus fuerzas la reintegración de Calasanz en su oficio. A comienzos de 1646 se traslada a Nápoles, como Visitador General y declara a todos la inminente reducción de la Orden. En septiembre de 1647 abandona el Instituto y enseña en las escuelas públicas con ánimo de volver cuando esté reintegrada la Orden. Se traslada a Bolonia y muere en fecha desconocida. En 1646, después de la reducción inocenciana, dio muestras de una esperanzadora conversión que no llegó, debido a circunstancias de cosas y personas.

Oración de la comunidad

Padre mío, Calasanz

Padre mío Calasanz, mi maestro, luz y guía. Mírame desde la Gloria, y bendíceme en este día. Alcánzame del Eterno, inteligencia y piedad, y un entero rendimiento, a Su Santa Voluntad.

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"Que sus conversaciones sean siempre agradables y oportunas, a fin de que sepan responder a cada uno como es debido". Colosenses 4:6

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