Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos: Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó; en las entrañas maternas, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo: «Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso.»

Mientras yo pensaba: «En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas», en realidad mi derecho lo llevaba el Señor, mi salario lo tenía mi Dios.

Y ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel –tanto me honró el Señor, y mi Dios fue mi fuerza–: «Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra.»

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    Cerremos los ojos por un momento e imaginemos que vivimos una vida consagrada absolutamente al Señor; imaginemos que cada día al despertar, solo hay dos pensamientos que gobiernan nuestra mente y nuestro corazón: Dios y el reino de los cielos. 

    Imaginemos que nada más nos preocupa, cada día tenemos el alimento, la ropa, el techo, la salud y no sabemos cómo, pero tampoco tenemos porque saberlo pues simplemente es Dios encargándose de todo lo que necesitamos para que podamos estar concentrados en las tareas del Reino.

    Aún con los ojos cerrados, meditemos: ¿Qué habilidades tengo, que fortalezas considero que hay en mí con los cuales, si estuviera dedicado al reino podría estar utilizando? Pensemos en cuántas veces hemos utilizado esas habilidades para el reino de Dios y cuántas para simplemente vivir en este mundo.

    Ahora abramos los ojos y pensemos: ¿Por qué no vemos esto posible para nuestras vidas cuando tenemos los ojos abiertos?¿Por qué es más fácil creer que mis propósitos de vida personales son mejores que aquellos que Dios quien me creo puede tener para mí? ¿Por qué es difícil creer que el tiene un propósito conmigo? ¿Será porque en el fondo se que tiene que ver con el reino de los cielos y eso no me es atractivo, no hay una paga acordé a mis talentos, estaré lejos de las esferas sociales que tanto me deslumbran, sería tirar por la borda toda mi costosa educación, mi profesión, renunciar al reconocimiento público, ser señalado (a) y quizás tildado de loco (a) o fracasado (a)?

    Carísimos en Cristo, no venimos a este mundo por casualidad, aún si usted no tuvo un nacimiento como piensa que debió ser, aún si no querían tenerlo, nació por algo y para algo. Y ese algo será la diferencia entre encontrar la felicidad o no hacerlo.

    Fama, gloria, dinero, propiedades si satisfacen, pero solo por un corto tiempo, mucho más corto que el que invirtió en lograrlo.

    Amados de Dios, el texto de hoy el profeta nos deja unas palabras para meditar en este día, y ruego al Señor que en cada uno de los que nos resten: 

«En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas», en realidad mi derecho lo llevaba el Señor, mi salario lo tenía mi Dios.

    Cada día al despertar hacemos una elección, tomamos una decisión: En que invertir nuestra vida, a quien dar lo que tenemos y cuál será la motivación para despertar el próximo día. 

Hoy puede ser un día diferente, el primero de una vida diferente.