Evangelio según San Marcos 8,1-10.

En esos días, volvió a reunirse una gran multitud, y como no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:
"Me da pena esta multitud, porque hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer.
Si los mando en ayunas a sus casas, van a desfallecer en el camino, y algunos han venido de lejos".
Los discípulos le preguntaron: "¿Cómo se podría conseguir pan en este lugar desierto para darles de comer?".
El les dijo: "¿Cuántos panes tienen ustedes?". Ellos respondieron: "Siete".
Entonces él ordenó a la multitud que se sentara en el suelo, después tomó los siete panes, dio gracias, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que los distribuyeran. Ellos los repartieron entre la multitud.
Tenían, además, unos cuantos pescados pequeños, y después de pronunciar la bendición sobre ellos, mandó que también los repartieran.
Comieron hasta saciarse y todavía se recogieron siete canastas con lo que había sobrado.
Eran unas cuatro mil personas. Luego Jesús los despidió.
En seguida subió a la barca con sus discípulos y fue a la región de Dalmanuta.

Comentario del Evangelio

Balduino de Ford (¿-c. 1190), abad cisterciense, después obispo
El sacramento del altar, II, 1

Jesús partió el pan.  Si no hubiera partido el pan ¿cómo hubieran llegado hasta nosotros las migajas? Pero él lo partió y repartió; “lo repartió y dio a los pobres” (Sl 111,9 Vlg). Lo ha roto por gracia, para romper la cólera del Padre y la suya. Dios lo había dicho: nos hubiera exterminado si su Único “su elegido, no se hubiera puesto en la brecha frente a él, para apartar su cólera del exterminio” (Sl 105, 23). Se puso delante de Dios y lo apaciguó; por su fuerza indefectible, se mantuvo de pié, no roto.

Pero él mismo, voluntariamente, ha roto, ha ofrecido su carne hecha pedazos por el sufrimiento. Es ahí que “quebró el escudo” (Sl 75,4) “rompió la cabeza del dragón” (Sl 73,14), a todos nuestros enemigos, en su cólera. Allí rompió, en cierta manera, las tablas de la primera alianza a fin de que no estemos ya más bajo la Ley. Allí quebró el yugo de nuestra cautividad. Quebró todo lo que nos quebraba a nosotros para reparar todo lo que en nosotros estaba roto y para “dejar libres a los oprimidos” (Is 58,6).  En efecto, estábamos “cautivos de hierros y miserias” (Sl 106,10).

Buen Jesús, todavía hoy, aunque tú hayas quebrado la cólera, partido el pan para nosotros, pobres mendigos, todavía tenemos hambre... Parte este pan cada día para los que tienen hambre. Porque hoy y todos los días podamos recoger algunas migajas, y cada día tengamos de nuevo necesidad de nuestro pan cotidiano. “El pan nuestro de cada día, dánosle hoy” (Lc 11,3). Si tú no nos lo das ¿quién nos lo dará? En nuestra pobreza y necesidad, no tenemos a nadie que nos parta el pan, nadie para alimentarnos, nadie para rehacer nuestras fuerzas, nadie si no eres tú, oh Dios nuestro. En toda consolación que nos envías, recogemos las migajas de este pan que nos partes y saboreamos “cuán dulce es tu misericordia” (Sl 108, 21 Vlg).


    

Oración de la comunidad

Padre Nuestro

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.

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"Que sus conversaciones sean siempre agradables y oportunas, a fin de que sepan responder a cada uno como es debido". Colosenses 4:6

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