Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado
Dice el Salmo 31:
«Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado;
dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito y en cuyo espíritu no hay engaño.
Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: "Confesaré al Señor mi culpa", y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. Por eso, que todo fiel te suplique en el momento de la desgracia: la crecida de las aguas caudalosas no lo alcanzará.
Tú eres mi refugio, me libras del peligro, me rodeas de cantos de liberación.»
Los dos fueron elegidos y ungidos por Dios.
Los libros de Samuel que leemos estas semanas en la lecturas de las misas cuentan el distanciamiento y la separación de Dios respecto a Saúl, porque dio la espalda a Dios, se dejo poseer por la ira ante la admiración del pueblo y su propia familia por David, y terminó por perder la razón, y la vida.
A cambio, David, quien cometió pecados posiblemente más graves que Saúl, «le remordió la conciencia, y dijo al Señor: "He cometido un grave error. Ahora, Señor, perdona la culpa de tu siervo, porque he hecho una locura." " Mejor es caer en manos de Dios, que es compasivo, que caer en manos de hombres. El Señor mandó la peste a Israel y murieron setenta mil hombres. Entonces David, al ver el ángel que estaba hiriendo a la población, dijo al Señor: "¡Soy yo el que ha pecado! ¡Soy yo el culpable! ¿Qué han hecho estas ovejas? Carga la mano sobre mí y mi familia. El Señor se arrepintió del castigo, y dijo al ángel que estaba asolando a la población: "¡Basta! ¡Detén tu mano!»
«Dios no se cansa de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón.» Papa Fransisco
¡Gracias! 50 personas oraron
"Que sus conversaciones sean siempre agradables y oportunas, a fin de que sepan responder a cada uno como es debido". Colosenses 4:6