Padre Pío te habla hoy
Una vez más mi alma ha bajado estos días al infierno. Una vez
más el Señor me ha expuesto al furor de Satanás, y sus asaltos son
violentos y frecuentes. Este infame apóstata quiere arrancarme del corazón lo que de más sagrado hay en él: la fe. Me asalta de día, a cada
momento y me amarga el sueño durante la noche.
Hasta el momento en que escribo, tengo plena conciencia de no haber
sido nunca vencido; pero ¿qué sucederá en lo futuro? Siento que la
voluntad está fuertemente adherida a Dios; pero debo confesar también
que, a causa de la lucha que estoy sosteniendo, las fuerzas físicas y
morales se van debilitando cada vez más
Mi alma sigue envuelta en tinieblas que se van haciendo cada vez
más densas. Las tentaciones contra la fe van en continuo aumento; así, pues, vivo siempre en la oscuridad. Me esfuerzo por ver, pero inútilmente. ¡Dios mío!, ¿cuándo aparecerá no digo el sol, pero siquiera la aurora? La palabra de la autoridad es lo único que me sostiene. ¡Hágase la voluntad de Dios!
Quiero creer, cueste lo que cueste, a esta voz de la obediencia, y de hecho creo, aunque ignoro si será éste un creer a flor de labios o con
toda la voluntad. Pero me temo que esta voz se apaga en medio de una
furia de ansiedades y tormentos, y que después de un momentáneo
alivio que procede de esta voz, el alma se siente precipitar en una
amargura más despiadada y beber a grandes tragos el cáliz de la amargura sin consuelo alguno y sin saber por qué y por quién sufre.
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"Que sus conversaciones sean siempre agradables y oportunas, a fin de que sepan responder a cada uno como es debido". Colosenses 4:6