Evangelio según San Lucas 1,39-45.

María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá.
Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo,
exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?
Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno.
Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor".

Comentario del Evangelio

Santa Teresa de Calcuta (1910-1997), fundadora de las Hermanas Misioneras de la Caridad
Jesus, the Word to Be Spoken (Trad. sc©Evangelizo.org “Jésus, celui qu'on invoque”, Paris, Nouvelle Cité, 1988.)

El regocijo y la alegría eran la fuerza de Nuestra Señora. Hicieron de ella la solícita servidora de Dios, su Hijo, porque desde que él vino a ella, ella «partió sin demora». Solamente la alegría podía darle la fuerza para marchar a toda prisa más allá de las colinas de Judea y convertirse en la servidora de su prima. Igualmente para nosotras. Como ella, debemos ser verdaderas servidoras del Señor. Cada día, después de la santa comunión, apresurarnos para ir más allá de las montañas de dificultades que encontremos al ofrecer, de todo corazón, nuestro servicio a los pobres. Den Jesús a los pobres, como servidoras del Señor.

La alegría es la oración, la alegría es la fuerza, la alegría es el amor, una red de amor gracias a la cual pueden alcanzar a las almas. «Dios ama al que da con alegría» (2Cor 9,7). Quien da con alegría, da más. Si en el trabajo encuentran dificultades y las aceptan con alegría, con una amplia sonrisa, en esto, como en muchas otras cosas, se constatará que sus obras son buenas y el Padre será glorificado en ellas. La mejor manera de mostrar su agradecimiento a Dios y a los hombres, es aceptar todo con alegría. Un corazón alegre proviene de un corazón que arde de amor.


    

Oración de la comunidad

Padre Nuestro

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.

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"Que sus conversaciones sean siempre agradables y oportunas, a fin de que sepan responder a cada uno como es debido". Colosenses 4:6

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