Tema 16: LA ADOPCION COMO OPCION ANTE EL ABORTO Y LAS INSTITUCIONES

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*Catequesis Sobre las Cuestiones del Aborto - Tema 16*: LA ADOPCION COMO UNA OPCION ANTE EL ABORTO Y LAS INSTITUCIONES DE PROTECCION A LA MADRE.

*TEXTO COMPLEMENTARIO AL TEMA 16*

 

La adopción es un profundo acto de amor, un sí a la vida. La adopción salva la vida de un niño en peligro de ser abortado. Si estás embarazada, respeta la vida de tu bebé. Si no puedes mantenerlo, dalo en adopción. Si estas casado/a, considera adoptar un bebé.

 

El documento Evangelium vitae, 93 reconoce: La adopción por parte de matrimonios constituye un testimonio concreto de solidaridad y de amor.

 

Y el Catecismo de la Iglesia católica subraya: “En su gratuidad y generosidad, la adopción es un signo patente de la comprensión del mensaje de Jesucristo, que derrama su amor hacia los niños y los acoge con alegría y bondad. Las parejas estériles que eligen la adopción son un ejemplo elocuente de caridad conyugal”.

 

De un Articulo publicado en http://www.vidasacerdotal.org

Observaciones generales SOBRE LA ADOPCION EN TODOS LOS CASOS

La adopción es una resolución -y la situación resultante del mismo- por el que se incorpora a una familia un menor de edad que de hecho carece de ella. Se formaliza por medio de una ficción jurídica, por la que se considera a todos los efectos hijo de la familia adoptante al menor que no es hijo biológico de la misma. Este acto de adopción da lugar a una situación que se prolonga de modo indefinido, pues, lógicamente, los hijos no son de quita y pon. De ahí que sea necesario -y muy importante para este estudio- distinguir la adopción de cualquier otra situación en la que un niño convive, en un régimen que podríamos calificar de familiar, en un hogar que no es el correspondiente a su familia biológica, sin la estabilidad que supone la adopción, ni su formalización. Podemos llamar a esta última situación “acogida”. Ésta agrupa una gran variedad de posibilidades: periodo de prueba previo a la adopción, convivencia en un hogar mientras se busca familia adoptante, convivencia con una familia por el periodo de tiempo en que el menor está imposibilitado de convivir con la propia, etc. Algunos supuestos de acogida pueden estar contemplados por el Derecho, como el periodo de prueba previo a la formalización de la adopción; mientras que otros son sin más situaciones de hecho. Pero, en todo caso, aquí lo que se expone se refiere directamente a la adopción, mientras que la acogida aparece indirectamente, como punto de comparación principalmente.

Es poco frecuente encontrar estudios de moral sobre la adopción, así como referencias sobre el tema en los manuales de moral. El motivo parece radicar en que era una realidad que hasta hace poco no presentaba problema alguno. Las adopciones tenían lugar, sobre todo, cuando un matrimonio no podía tener descendencia, o, en algunos casos, cuando, teniéndola, hacían una verdadera obra de misericordia adoptando algún niño sin familia -un pariente huérfano, o un niño sin familia alguna-, lo cual no presentaba problemática alguna desde el punto de vista moral. La situación ha cambiado en nuestros días debido al debilitamiento de la institución familiar, con la aparición de numerosas situaciones nuevas y los llamados “modelos alternativos” de familia, que en su gran mayoría no son otra cosa que sucedáneos de una verdadera familia, e incluso, en algunos casos, verdaderas situaciones aberrantes. El asunto ha pasado a un primer plano con la reciente polémica creada por el debate sobre la adopción por parte de parejas homosexuales. Pero esto es el problema más llamativo, no el único; quizás ha tenido la virtud de mover a la reflexión del tema más general de la adopción en sus aspectos morales, cuando en realidad se empezaban a dar casos de otro tipo que no han llamado la atención, pero que merecerían un estudio moral, por la importancia del asunto y su repercusión sobre la noción misma de la familia. 

 

Precisamente porque se asimila a todos los efectos al niño adoptado con el propio, hay un paralelismo en los principios morales que rigen las dos situaciones. Destaca uno, recogido en el nº 2378 del Catecismo de la Iglesia Católica: “El hijo no es un derecho sino un don. El don más excelente del matrimonio es una persona humana. El hijo no puede ser considerado como un objeto de propiedad, a lo que conduciría el reconocimiento de un pretendido «derecho al hijo»”. Lo cual quiere decir que, si se puede hablar aquí de derechos, es por parte del niño, no de los padres. Los padres no pueden esgrimir un derecho al niño, pues equivaldría a convertirse en esclavo en vez de hijo. Pero sí se puede decir que el hijo tiene derecho a ser recibido en una familia, porque responde a una necesidad natural para poder desarrollarse como persona. Esta misma idea se puede y se debe trasladar a la adopción. No puede esgrimirse el derecho de adoptar un niño, y sí en cambio el derecho del niño a que quienes le reciban como hijo constituyan una auténtica familia. Aquí también vale decir que, aunque el niño deba ser deseado, no debe convertirse en objeto de deseo. No es lo mismo. Son, en cierto modo, los padres quienes tienen que vivir para el hijo, y no al revés; se mire como se mire, la familia y la sociedad sólo funcionan bien cuando se acepta esta ley de vida. Esta tarea, que corresponde a un anhelo igualmente natural, se debe desear, y por tanto el hijo debe ser deseado y aceptado con ilusión. Pero aquí estamos en las antípodas de tener un hijo -sea engendrado, sea adoptado- para satisfacer un deseo personal, aunque parezca a primera vista tan inocente como el deseo de compañía, o parezca responder a la naturaleza como el deseo de maternidad de la mujer.

 

Una vez establecido este principio, podemos pasar a examinar los diferentes supuestos que pueden encontrarse, aun a sabiendas de que se trata de los más frecuentes, y no agotan todas las posibilidades. La vida es muy rica en situaciones, y un artículo como éste no puede ocuparse de todas.

 

Adopciones por parte de matrimonios

Aquí nos encontramos, sobre todo, con el supuesto más tradicional: la adopción como recurso para los matrimonios infértiles. La única novedad reciente al respecto es que se observa una cierta “globalización” de la adopción: mientras que hasta hace poco lo más habitual era la adopción de huérfanos del propio país y la rara excepción que el niño se trajera del extranjero, ahora es frecuente que en los países ricos los adoptados procedan de zonas más desfavorecidas del mundo. Sobre esto lo único que hay que decir desde el punto de vista moral -y legal- es que la entidad mediadora debe ser de confianza, de forma que se evite siempre el riesgo de tratar con gente que se dedica al inconfesable tráfico de bebés. Siempre es una gran inmoralidad comprar una persona, por mucho que se piense que al final es para su bien y que con ello se colman unos deseos legítimos de tener hijos. Es cierto que sobre el papel a veces no es fácil establecer la frontera entre la compra y la redención (rescate por precio de quien es esclavo), pero en la realidad es más fácil, pues, entre otras diferencias, en un caso se actúa abiertamente y en el otro de forma encubierta. Cuando se conoce la existencia de semejante mercado, lo que debe hacerse es denunciarlo. Cosa distinta es que se exijan sobornos por parte de funcionarios para tramitar una adopción, pues se trata de un caso de naturaleza distinta a lo que aquí se estudia.

 

Por lo demás, estamos ante un supuesto que generalmente deja satisfechas a todas las partes, lo que supone a la vez un bien tanto para las personas implicadas como para la sociedad en general. Para los adoptantes, es la forma de cumplir una vocación de padres a la que se suelen sentir llamados, y quizás de evitar frustraciones que pueden llegar a ser fuertes e incluso enrarecer la convivencia marital; para el niño huérfano, supone encontrar lo que más necesita: una familia. Para la sociedad, es la solución más aceptable al problema de la crianza de un considerable número de niños que de otra forma quedarían a cargo de instituciones públicas o privadas asistenciales, que, por mucho que se esfuercen, no podrán nunca suplir plenamente a la familia.

 

Aquí surge una pregunta: si un matrimonio no consigue tener descendencia, ¿deben adoptar?; o, al menos, ¿es conveniente aconsejarles que adopten? La primera es una cuestión moral; la segunda, más bien pastoral. A la primera hay que contestar que no. En algunos casos es posible que nos encontremos ante una situación dramática en la que la caridad postule recibir a un niño desvalido en el propio hogar, pero hay que añadir que, en todo caso, se trataría de un deber de acogida, no de adopción. El deber de hospitalidad puede tener sus exigencias, pero nunca puede llegar hasta incorporar al huésped a la familia propia. Se trata de una facultad, no de un deber. Sobre si resulta aconsejable o no, depende de las circunstancias. En primer lugar, de las personales de los cónyuges. Para que resulte aconsejable, debe encontrarse una positiva ilusión en los dos cónyuges, marido y mujer. Si uno de los dos -la mujer, más habitualmente- se empeña en ello pero la otra parte no lo ve con buenos ojos, es mejor desistir. Con más razón que cuando se trata de hijos concebidos por el matrimonio, no es lo más conveniente recibir un hijo a regañadientes, y menos aún con una voluntad claramente opuesta. Si se trata de aconsejarlo desde fuera, hay que ponderar bien la situación. Puede variar desde la recomendación clara si se aprecia una melancolía prolongada en el hogar por la falta de descendencia, hasta la recomendación contraria si ven serios obstáculos para la crianza de los niños adoptivos, o si hay inestabilidad en el matrimonio o graves problemas de convivencia. En todo caso, conviene tener en cuenta que, para un matrimonio sin hijos, la adopción no es la única salida posible para canalizar el amor paterno y materno, y para vivir una vida de entrega y servicio. Es un criterio que recuerda el reciente Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, señalando que, cuando el don del hijo no le es concedido a un matrimonio, “pueden mostrar su generosidad mediante la tutela o la adopción, o bien realizando servicios significativos en beneficio del prójimo. Así ejercen una preciosa fecundidad espiritual” (nº 501). Por el otro lado, hay que quitar el miedo que puedan tener los cónyuges de que su hijo o hijos adoptivos no sean bien aceptados por su futuro entorno, sobre todo por sus futuros compañeros escolares. Hoy día, al menos en una sociedad occidental, no suele haber motivos serios para albergar esos temores, y en cambio lo que sí sucede es que la hipersensibilidad de los cónyuges en este sentido puede hacer bastante daño a los hijos adoptivos si no se disipa.

 

Hay un caso particular, por desgracia cada vez más frecuente en nuestros días, en la que puede hacerse necesario recomendar categóricamente la adopción. Se trata de los cónyuges que, en su afán de tener hijos a toda costa, se quieren someter a tratamientos inmorales, como la fecundación in vitro (FIVET), en la que se puede afirmar que se traspasa la línea que separa engendrar un niño de fabricarlo. En algunos casos, ese afán se transforma en una verdadera obsesión. Resulta evidente entonces que es necesario presentar alternativas, como son, en algunos casos, otros tratamientos que no vulneran la moralidad, y, siempre, la adopción.

 

La selección de un “perfil” de niño para adoptar no presenta muchos problemas éticos. Desde el momento en que la adopción no es un deber, se concluye fácilmente que uno abre la puerta de su familia a quien quiere. Es lógico que, por regla general, se quiera que estén sanos. Más lógico aún -y en general recomendable- es que se deseen niños lo más pequeños posible, pues cuanto menor sea la edad más fácil será la adaptación del menor a la familia que lo incorpora. De todos modos, conviene evitar pedir unos requisitos tan particulares y accidentales que reflejen una mentalidad caprichosa, pues denotan una actitud posesiva por parte de los padres, que olvida con facilidad que un niño es un don, no un capricho.

 

En la adopción por parte de un matrimonio, lo más problemático suelen ser los casos en los que el niño no es un auténtico huérfano, sino que tiene unos padres -lo más habitual es que proceda de una madre sola- que no han podido o no han querido hacerse cargo del niño. Aquí juegan un papel importante las leyes del país que se trate, pero de todas formas se pueden dar algunas recomendaciones generales, aunque después haya que adaptarlas en todo caso a la normativa vigente. También hay que señalar que la mayor parte de los problemas vienen por el lado de los padres -sobre todo, la madre- biológica, que cuando resuelve o cree resolver los problemas que le impedían criar al niño quiere retomarlo, o simplemente con el paso de los años cambia de parecer, de forma que ya no quiere, como al principio, desprenderse del niño para entregarlo en adopción. Son problemas complejos, en los que con frecuencia es imposible contentar a todas las partes en disputa, pero, como regla general, se puede decir que, si el niño ha sido entregado en adopción antes de tener uso de razón, y el único hogar que ha conocido es el de sus padres adoptivos, lo mejor es que ahí siga. Una vez más la clave para resolver la mayor parte de este tipo de conflictos es considerar que lo prioritario es el bien del niño. No parece una buena solución legal poner en manos del hijo la decisión cuando cumple la mayoría de edad: es una decisión que siempre conlleva un desgarro interior que sería preferible evitar. Sí lo es, en cambio, que quien entrega un hijo en adopción -una madre joven soltera, por ejemplo- firme un compromiso con el fin de no reclamar en el futuro a su hijo; por dura que parezca esta medida, redunda a la postre en bien del hijo. Es también conveniente, por regla general, que no se proceda a la adopción hasta no tener garantías de estabilidad de cara al futuro; mientras tanto, el hijo puede permanecer sin problemas en su nuevo hogar en calidad de acogido, a la espera de poder ser definitivamente adoptado. La razón es clara: la adopción debe ser un paso definitivo, nunca una situación provisional; para lo provisional está la acogida.

 

Hay una cuestión frecuente que se plantea a los padres adoptantes: ¿Se debe decir al niño que es adoptado? Y si la respuesta es afirmativa, ¿en qué momento? Por regla general, es conveniente informarle, y mejor a temprana edad, sin envolverlo en dramatismo. Se suele aceptar sin problemas ni traumas, y el chico o la chica suelen quedar muy agradecidos a sus padres adoptivos por haberle aceptado como hijo. Y, por supuesto, una vez comunicado se le debe tratar con la misma naturalidad que a un hijo biológico, sin actitudes de recelo o sobreproteccionismo, y sin pensar que haya la más mínima suspicacia por parte del menor. El problema puede surgir a partir de la adolescencia, cuando despierta en el chico -o, sobre todo, en la chica- un deseo de saber quiénes son sus padres biológicos, y de acercarse de algún modo a ellos. Si no se sabe, o han fallecido, no hay problema. Pero si están vivos y se puede averiguar quiénes son, la cosa puede ser más problemática. Quizás una buena solución es adelantarse al problema, e intentar educar al hijo adoptado en el convencimiento de que ésa es una herida que es mejor que permanezca cerrada, de forma que querer abrirla, aunque responda a un deseo muy natural, conlleva más sufrimientos para todos que ventajas, por lo cual no vale la pena intentarlo. Con todo, si tiene ya una cierta edad y se empeña obstinadamente en ello, más vale decírselo que dejar que lo averigüe por su cuenta.

 

Hay algún otro aspecto que merece la pena tratar. Uno de ellos, aunque a primera vista parezca una perogrullada, es el principio moral de que la adopción no debe nunca constituir un recurso para evitar voluntariamente engendrar hijos. Es indudable que cualquier matrimonio prefiere en principio tener hijos propios que adoptarlos. Sin embargo, pueden encontrarse situaciones en las que hay una mentalidad propensa -y una presión exterior-, para evitar las cargas del embarazo y los cuidados a los recién nacidos. En más de un caso, por desgracia, puede constituir un serio obstáculo para la carrera profesional de la mujer, o incluso truncarla. A esto hay que añadir los síntomas de una sociedad demasiado cómoda, que en más de un caso se traduce en un rechazo a esas cargas biológicas, mientras que se mantiene el “instinto” de maternidad. En situaciones así, puede abrirse paso paulatinamente la idea de que la adopción -por ejemplo, de uno o dos niños de unos tres o cuatro años- puede ser un recurso satisfactorio, e incluso pensar que de paso se hace una buena obra de caridad, al dar hogar a alguien de otro modo condenado a una vida desarraigada. Esto último puede tener algo de verdad, pero no constituye una razón suficiente para convertir en moralmente aceptable una conducta así. El matrimonio está naturalmente orientado a engendrar hijos y aceptarlos como un don, no a encargarlos a medida de los propios gustos o circunstancias del momento. Desde el punto de vista moral, además, supondría otro ejemplo de la separación voluntaria y absoluta de sexualidad y procreación, lo cual no es aceptable.

 

Queda por añadir, dentro de este apartado, algo sobre la adopción de niños por parte de matrimonios que ya tienen hijos propios. Es, qué duda cabe, un gesto noble y una muestra de generosidad y rectitud. Se han dado casos, incluso, de familias que han adoptado un niño discapacitado; el resultado es que esa generosidad heroica se ha visto recompensada con una mayor unidad y afecto entre los miembros de esa familia. Dios no deja sin premio a esas familias, que con frecuencia señalan que el nuevo miembro es la alegría de la casa. No hay mucho en realidad que decir sobre la adopción en estas circunstancias. Lo principal es que, a la hora de tomar la decisión, tengan voz no sólo los padres sino también todos los hijos con uso de razón. Lo cierto es que suelen aceptarlo con entusiasmo, sobre todo cuando son pequeños, entre otras razones porque suelen estar bien educados, ya que esas familias suelen ser familias cristianas ejemplares, de cuyo testimonio y ejemplo está muy necesitada la sociedad contemporánea. En el caso concreto de adopción de niños con minusvalía, conviene además que la decisión esté bien ponderada, teniendo en cuenta factores como si están en condiciones de proporcionar la atención que necesita, o el previsible futuro de esas personas cuando con el correr de los años los padres sean ya ancianos o hayan fallecido.

Oración de la comunidad

Ave María

Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita Tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

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"Que sus conversaciones sean siempre agradables y oportunas, a fin de que sepan responder a cada uno como es debido". Colosenses 4:6

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