Día 3: Santa Teresa, separación de su padre y enfermedades

Queridos amigos:

El primer día hablamos del gran dolor que tuvo la santa cuando perdió a su madre a los doce años. Ahora nos cuenta lo que sintió cuando tuvo que separarse de su padre, al que quería tanto, para entrar al convento:

"Acuérdaseme, a todo mi parecer y con verdad, que cuando salí de casa de mi padre no creo será más el sentimiento cuando me muera. Porque me parece cada hueso se me apartaba por sí, que, como no había amor de Dios que quitase el amor del padre y parientes, era todo haciéndome una fuerza tan grande que, si el Señor no me ayudara, no bastaran mis consideraciones para ir adelante. Aquí me dio ánimo contra mí, de manera que lo puse por obra." 

-Libro de la Vida, capítulo 4, punto 1.

En la vida de Santa Teresa se cumple muy bien lo que dice el Evangelio “Si el grano de trigo no muere no da fruto, pero si muere da mucho fruto” (San Juan 12, 24-26). Como cuenta aquí sintió como una muerte cuando se separó de su padre. Y la enfermedad y todo tipo de padecimientos le acompañaron a lo largo de su vida. Cuando entra al convento cuenta ella:

“La mudanza de la vida y de los manjares me hizo daño a la salud, que, aunque el contento era mucho, no bastó. Comenzáronme a crecer los desmayos y diome un mal de corazón tan grandísimo, que ponía espanto a quien le veía, y otros muchos males juntos, y así pasé el primer año con harta mala salud, aunque no me parece ofendí a Dios en él mucho. Y como era el mal tan grave que casi me privaba el sentido siempre y algunas veces del todo quedaba sin él, era grande la diligencia que traía mi padre para buscar remedio; y como no le dieron los médicos de aquí, procuró llevarme a un lugar adonde había mucha fama de que sanaban allí otras enfermedades, y así dijeron harían la mía. Fue conmigo esta amiga que he dicho que tenía en casa, que era antigua. En la casa que era monja no se prometía clausura. Estuve casi un año por allá, y los tres meses de él padeciendo tan grandísimo tormento en las curas que me hicieron tan recias, que yo no sé cómo las pude sufrir; y en fin, aunque las sufrí, no las pudo sufrir mi sujeto, como diré.” 

-Libro de la Vida, capítulo 4, punto 5.

Lo que me gustaría resaltar es que a la vez que ella tenía estos padecimientos también empezó a gustar de la oración de recogimiento y de Dios, como ella cuenta y su consuelo era la humanidad de Jesucristo:

“Comenzó el Señor a regalarme tanto por este camino, que me hacía merced de darme oración de quietud, y alguna vez llegaba a unión, aunque yo no entendía qué era lo uno ni lo otro y lo mucho que era de preciar, que creo me fuera gran bien entenderlo. Verdad es que duraba tan poco esto de unión, que no sé si era Avemaría; mas quedaba con unos efectos tan grandes que, con no haber en este tiempo veinte años, me parece traía el mundo debajo de los pies, y así me acuerdo de que había lástima a los que le seguían, aunque fuese en cosas lícitas. Procuraba lo más que podía traer a Jesucristo, nuestro bien y Señor, dentro de mí presente, y ésta era mi manera de oración. Si pensaba en algún paso, le representaba en lo interior” 

-Libro de la Vida capítulo 4 punto 7.

Si os parece podemos hacer hoy un momento de meditación reflexionando sobre cómo vivimos la Cruz en nuestra vida. Todos tenemos sufrimientos. Pero podemos buscar nuestro consuelo en Dios y saber que Él nos ama y no quiere nuestro dolor, aunque lo aprovecha para nuestro bien.

Retírate a un lugar tranquilo. Adopta una postura cómoda e intenta relajar tu cuerpo con una respiración profunda y calmada. Abandona todas tus preocupaciones en tu Padre Dios. Lee despacio o recuerda si ya la conoces la escena del Evangelio en la que Jesús se encuentra en Getsemaní solo y abandonado por sus discípulos (Lucas 22, 39-46) Acompaña a Jesús en su soledad y siéntete acompañado por Él. Puedes poner mentalmente las manos en su cabeza y dejar que Jesús las ponga sobre Ti.  Jesús te consuela y  tú consuelas a Jesús. Déjate llevar por ese momento de intimidad con Dios.

¡Hasta mañana!

Oración de la comunidad

Oración a Santa Teresa de Jesús de San Alfonso de Ligorio

Oh, Santa Teresa, virgen seráfica, querida esposa de tu Señor Crucificado, tú, quien en la tierra ardió con un amor tan intenso hacia tu Dios y mi Dios, y ahora iluminas como una llama resplandeciente en el paraíso, obtén para mí también, te lo ruego, un destello de ese mismo fuego ardiente y santo que me ayude a olvidar el mundo, las cosas creadas, aún yo mismo, porque tu ardiente deseo era verle adorado por todos los hombres. Concédeme que todos mis pensamientos, deseos y afectos sean dirigidos siempre a hacer la voluntad de Dios, la Bondad suprema, aun estando en gozo o en dolor, porque Él es digno de ser amado y obedecido por siempre. Obtén para mí esta gracia, tú que eres tan poderosa con Dios, que yo me llene de fuego, como tú, con el santo amor de Dios. Amén.

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"Que sus conversaciones sean siempre agradables y oportunas, a fin de que sepan responder a cada uno como es debido". Colosenses 4:6

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Novena con Santa Teresa de Jesús, una mística muy humana

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