La santidad como tarea

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San Francisco Choe Kyong-hwan (1805-1839)

Choe Kyong-hwan Francisco nació en 1805 en una familia acomodada de la actual Corea del Sur. Su abuelo fue el primero de su clan en ser bautizado, por lo que en su familia, se respiraba la frescura del cristianismo. Sin embargo, durante muchos años, los católicos de la zona se habían quedado sin guía y, como consecuencia, no vivían la fe de una manera auténtica. Encontraban muchos obstáculos en la observancia de los mandamientos y en la práctica de la fe, se generalizaron las supersticiones y las falsas adoraciones falsas. Incapaz de soportar la situación, Francisco y sus hermanos se mudaron a Seúl, la capital. Allí perdieron la mayor parte de sus propiedades y tuvieron que mudarse a una aldea en el Monte Suri, en la provincia de Kyonggi. En ese lugar, comenzó la verdadera vida de fe para Francisco y su familia: por la noche estudiaban la doctrina y meditaban las Escrituras y se comprometieron a construir una pequeña aldea donde los hermanos de otras familias cristianas pudieran refugiarse. Al principio, la pequeña comunidad consistía en tres o cuatro familias, pero lentamente este número creció considerablemente. Por la noche, Francisco reunía a todos en su casa, enseñaba la doctrina y explicaba los mandamientos. Es verdad que no estaba muy instruido, pero la meditación diaria de la Palabra de Dios y de las enseñanzas de la Iglesia, encendieron en él un ardiente amor a Dios, en el cual reconoció la profunda verdad de la vida. En 1839 fue nombrado catequista.


En esos mismos años, muchos católicos fueron arrestados por su fe. En el corazón de Francisco ya estaba claro que el Señor lo llamaba al martirio. Todo en aquellos meses fue una preparación para afrontar la batalla en el ejército de Cristo: escondió los objetos sagrados para que no fueran profanados, se instruía de manera más asidua y meditaba con más intensidad sobre la Pasión de Jesús. Preparado y consciente de su vocación al martirio, el 31 de julio de 1839, las fuerzas armadas llegaron a la aldea, rodeando la casa de Francisco. La violencia de la ideología chocó con la calma de quien tienen la Verdad en su corazón: el catequista dio la bienvenida a los soldados y los recibió por la noche, ofreciéndoles arroz y vino. Sabía bien que había llegado el momento de derramar su sangre, por lo que preparó a su familia y a sus hermanos de la aldea a empuñar las armas de la fe y salir al campo de batalla. A la mañana siguiente, con gran fe en su corazón, muchas personas del pueblo fueron encarceladas y torturadas. Tres de ellos quedaron vivos: Francisco, su esposa y un pariente. Fue encarcelado por última vez y, sabiendo que todo estaba cumplido, fue asesinado el 12 de septiembre, alzando como sacrificio de suave olor su vida, toda ella vivida en el seguimiento del Crucificado.


Oración del catequista

"¡Señor, cuenta conmigo!"

Señor, nos gustaría sentirte siempre

cercano como un amigo,

para que nuestra tarea de sembradores

nos resulte más fácil.

Nos gustaría quererte y comprenderte

como tus amigos de Betania.

Enséñanos a descubrirte en nuestros hermanos,

porque cada vez que los escuchamos y ayudamos,

realmente te escuchamos y ayudamos a Ti.


Disipa, Señor, nuestros temores,

afianza nuestra decisión de ser catequistas,

fortalece nuestra voluntad,

que oscila entre el sí y el no.


Llena nuestra ignorancia con tu claridad,

nuestro cansancio con tu fortaleza,

nuestro egoísmo con tu amor,

nuestra desilusión con tu esperanza.


Señor, agradezco tu elección

y la confianza que pones en mí.


Con humildad,

pero con alegría y esperanza,

hoy quiero repetirte una vez más:

 ¡Señor, cuenta conmigo!


Amén.

(Oración de Javier Leóz) 


 

Oración de la comunidad

Oración de intercesión por los misioneros

Señor, que has querido que tu Iglesia sea sacramento universal de salvación para todos los hombres, escucha bondadoso las súplicas que te dirigimos por los misioneros: sacerdotes, religiosos y laicos. Ya que te dignas concedernos la gracia de cooperar en la santificación de tu Iglesia, acepta nuestro deseo de hacerte amar y conocer, por el que te ofrecemos nuestra oración, amor y sacrificio, Para que por los méritos de tu Hijo Jesucristo bendigas a los misioneros, guardándolos de todo peligro, haciéndoles sentir tu presencia en sus trabajos y preocupaciones, haciendo de ellos unos apóstoles que emulen el fervor misionero de San Francisco Javier y Santa Teresa del Niño Jesús, co-patronos de las misiones. María, Madre de la Iglesia, Estrella de la evangelización y Reina de las Misiones, acompaña a los misioneros en su entrega y concédeles el don de la perseverancia en su compromiso de dar a conocer a Jesucristo, nuestro Salvador y compartir el evangelio con quienes no lo conocen. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén

¡Gracias! 54 personas oraron

"Que sus conversaciones sean siempre agradables y oportunas, a fin de que sepan responder a cada uno como es debido". Colosenses 4:6

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