1.2.- EL TIEMPO DE LA LUCHA (1611-1615) [15-19 años]

Que el «adversario el diablo, cual león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar» (1 Pe 5,8), lo experimentamos a lo largo de nuestra vida, cada vez que nuestra predilección por Dios nos lleva a progresar en su gracia. 

Jeanne de Matel evidentemente debió activar más que nadie su ardor por impedirlo. Por un lado, interiormente fue creciendo en piedad, y por otro, exteriormente, fue defendida mediante la cercanía del corazón misericordioso de su madre. A la vista de eso, el mejor plan del enemigo fue separar a Jeanne de su madre y de su vida cerca de Dios. 

Jeanne no ocultó nunca su deseo de ser religiosa. Poner a prueba su fidelidad fue la mejor manera de saber si este deseo era verdadero. 

Como es normal, en la adolescencia y juventud, cayó en varias ocasiones en cierto relajamiento espiritual. 

Jeanne, en ese entonces, adolescente de quince años, fue invitada por su tía a pasar unos días fuera de Roanne con la familia. Los jóvenes con los que convivió, si bien eran de su edad y condición social, estaban muy lejos de su nivel espiritual, lo que propició que la piedad de Jeanne se enfriara. Como cualquier joven, por complacer a sus amigos, entró en su dinámica de diversión y abandono de lo que antes llenaba su vida dedicada a Dios. En cinco meses que permaneció fuera de su casa, sólo comulgó en tres ocasiones, cuando habitualmente lo hacía cada ocho días. 

En ese momento la duda era si iba a ser capaz de, a pesar de todo, mantener su relación con Dios; o si por el contrario iba a optar por el camino de la mediocridad. La respuesta estuvo siempre en Dios, que veló por esa adolescente tan querida para Él, provocando en ella el deseo de volver al lado de su madre, a quien tanto extrañaba. 

Fue consciente de lo que había sucedido, «Tu gracia fue más fuerte que la naturaleza; me fui retirando poco a poco de la comunicación de las que me llevaban a la vanidad del siglo y volví a mis ejercicios de devoción empleando una gran parte del día en oraciones vocales oyendo varias misas»16

De todo lo vivido durante esos meses fuera de casa le quedó un cierto remordimiento, por lo que quiso suplir esos días de abandono espiritual. Pero no supo hacerlo con el equilibrio necesario, multiplicó las prácticas de piedad, que le ocupaban casi todo el tiempo. Su madre, que no lo veía bien, le llamó la atención, pero sus observaciones no fueron escuchadas por su hija. Dios intervino para hacerle comprender que, para orar, no era necesario estar en la iglesia o en un oratorio todo el tiempo; que podía hacerlo estando ocupada al lado de su madre, y sin dejar a la familia. 

Esa fidelidad a la luz que recibió de Dios y a las renuncias que hizo, desarrollaron en ella su gran deseo de consagrarse a su servicio en la vida religiosa. 

Como sucede en muchos jóvenes al manifestar esa vocación, su familia no la apoyó, lo cual entristeció su corazón, pero no rompió su determinación. 

Dios tenía un plan particular para ella, la estaba destinando a abrir un nuevo camino para quienes eran llamadas a pertenecer de un modo singular al Verbo de Dios hecho Hombre, mediante la profesión especial de honrarlo e imitarlo. Ella fue el instrumento elegido por Él, el cual fue necesario forjar y templar a través de la prueba. 

Después de algún tiempo de fervor, asistió fuera de Roanne a las fiestas de la parroquia donde vivían unos parientes. Una nueva crisis en su vocación a la vida consagrada se percibió en el horizonte. La historia se repitió, otra vez para contentar a la gente, trató de esconder la devoción que tanto amaba y tan feliz le hacía. Los halagos y admiración que recibió por parte de todos se le subieron a la cabeza, y nuevamente comenzó a transigir y participar en las diversiones del mundo. En ese momento lo único que había a su favor fue que siempre guardó la modestia y deseo de pureza. 

La lógica siguió su curso en un corazón de dieciocho años, «susceptible, como ella escribió más tarde, de agradarse en sí misma y condescender con los demás»17, se vio debilitado por el veneno de las alabanzas. Participó, con toda la gracia y distinción innatas en ella en las fiestas donde era invitada. Todo eran adulaciones, si bien eso hizo crecer su vanidad, no satisfizo su corazón, «Agradaba yo a todos, reconoció, pero desagradándome a mí misma, porque temía desagradar a Dios»18

En la soledad de su habitación, en el silencio de su corazón, su conciencia le reprochó lo que estaba haciendo y Se propuso poner fin a esta vida vacía. 

De regreso a casa, las cosas no fueron como antes. Se había apartado del Señor con mucha ligereza y esa inconsistencia tuvo consecuencias. En las prácticas religiosas sólo sentía disgusto, de buena gana las hubiera abandonado si no hubiera sido por el respeto humano del qué dirán. No quiso perder la imagen que todo Roanne tenía de ella desde que era pequeña. 

Siguió participando con gusto en las reuniones de sociedad. Para calmar su conciencia, en una ocasión dijo, «Señor, me acordaré mucho de Ti en el baile». Promesa que Aquel a Quien se la hizo, se encargó de llevarla a cabo. El Señor se hacía presente, de una manera que «no percibían los ojos de mi cuerpo, pero sí, muy claramente, los de mi espíritu, el cual Te escuchaba decirme caritativamente: ¡Qué bien te ves en el baile!»19Esas palabras la confundieron, pero no tuvo fuerzas para rechazar las invitaciones. 

Es cierto que Dios nunca se desanima con ninguno de sus hijos, y menos lo haría con ella y a pesar de su imprudencia, la siguió protegiendo. No permitió que ningún pensamiento malo la acechara, ni ninguna falta de respeto de la gente con la que se relacionaba. 

Su corazón estaba hecho para el Señor, por eso vinieron, otra vez, los remordimientos ante ese cambio de vida. En la incoherencia de esta vida, incluso cambió su dulzura y condescendencia por el mal humor. Todo le parecía hostil, hasta los consejos de su madre, de la cual imaginó que no la quería. 

Nuevamente quiso poner punto final a esa lucha, para lo cual, tuvo que renunciar a todas esas cosas que en el mundo la llenaban de satisfacción. Pero su decisión no pareció ir por esa línea. «Pedí ir a visitar a mi tía, que estaba enferma corporalmente en el lugar donde había yo contraído mi enfermedad espiritual»20

Su tía, se sintió feliz de recibirla, pues conocía su bondad y su piedad, sólo esperaba de su presencia caridad y ayuda. Pero no fue así, 

Jeanne sólo dedicó su tiempo a divertirse. Todos se sorprendieron de semejante comportamiento puesto que conocían su virtud e inclinación a la vida religiosa. 

Pero nadie se atrevió a censurarle su conducta, bueno si, en realidad oía los reproches que Dios le hacía, de ésos no pudo huir. Aunque intentaba justificar su comportamiento, nada hizo ver la lucha interior que mantenía. 

En el fondo se sintió un poco asustada. Percibió la dificultad de una vida religiosa exigente, «no podía, contó, resolverme a la austeridad que según yo se practicaba en la religión, a pesar de no tener tentaciones ni pensar en casarme. Tú me habías librado de todo sentimiento sensual, por lo que no tenía pensamientos respecto a estas cosas, pero temí no poder encerrarme de por vida, deseando poder vivir en el mundo con plena libertad y sin obstáculos»21

Buscó una salida a esta lucha interior. Por un lado, su deseo era buscar una excusa en la oposición radical de sus padres, librándose así de su temor de ser infiel a Dios. Pero al mismo tiempo fue consciente que eso era tan sólo una tentación que le pedía lo que es contrario a la voluntad de Dios. Al final la razón y la gracia se impusieron, «Dios mío, no quiero dejarte, ni consiento en esas tentaciones; sin embargo, no tengo fuerza suficiente para vencerlas. Me abandono a tu misericordia, que tendrá piedad de mí a pesar de ser yo tan indigna»22

Aun así, el espíritu vacilante de Jeanne, también escuchó las voces externas que la invitaban a dejar de lado su idea de ser religiosa y permanecer en el mundo. Su respuesta, «Dios me llama, no quiero serle infiel». En el fondo, por hacerse agradable a la gente, había abandonado el deseo de agradar a Dios. 

La solución, volver al lado de su madre y emprender de nuevo su antiguo camino de oración y disciplina, rompiendo con todo lo que pudiera apartarla de Él. Contando con la bondad de Dios, le dijo: «Sólo espero en tu misericordia [...] sin ti no puedo nada; Tú lo harás todo»23

Dios había triunfado y el fundamento indispensable para la edificación de la gracia quedó ya sólida y profundamente establecido en el ser joven de Jeanne. El conocimiento de sí misma y de sus limitaciones le ayudó, en adelante, a atribuir a Dios los beneficios sin número que recibió. 

Si todavía quedaba alguna herida en su corazón, su regreso a casa hizo que el único que podía curarlas, la sanara por completo, «El día de la Candelaria, te pareció bien iluminarme y convertirme del todo a Ti. En ese día me hiciste partícipe de las victorias que obtuviste gloriosamente en el desierto, diciéndome: “Confía en mí, Yo he vencido a tus enemigos”»24

Estas eficaces palabras, como son todas las del Verbo Encarnado, obraron lo que afirmaron. El tiempo de la lucha había pasado, la victoria fue de Jesús. En adelante, le veremos prodigar las riquezas de su amor y de su gracia para embellecer y enriquecer a su querida conquista, disponiéndola para la realización de sus designios sobre ella.

Oración de la comunidad

Pidiendo por la pronta beatificación...

Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te alabamos por todos los dones con los que has enriquecido a tu sierva Jeanne de Matel. Te suplicamos, por los méritos del Verbo Encarnado y los dolores de su Santísima Madre, elevarla al honor de los altares, para mayor gloria y salvación de la humanidad. Por su intercesión, te rogamos, Jesús, nos concedas la gracia de amarte cada vez más (gracia que se quiera alcanzar) y llegar un día a tu Reino de Amor. Amén V/ Venerable Jeanne de Matel, Apóstol de la Encarnación... R/ Intercede por nosotros. comunicar favores y gracias a [email protected]

¡Gracias! 37 personas oraron

"Que sus conversaciones sean siempre agradables y oportunas, a fin de que sepan responder a cada uno como es debido". Colosenses 4:6

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