CUATRO TIENDAS DE REUNIÓN.

Me quejaba amorosamente a mi esposo por haber pasado la hermosa octava del Santísimo Sacramento sin mucha devoción y sin haber podido bajar a la oración a causa de mis achaques e incesantes visitas, cuando escuché que la vara de Aarón floreció a pesar de no haber sido puesta delante del arca junto con las de Coré, Datán y Abirón. Las de estos rebeldes permanecieron secas y fueron arrojadas lejos del arca. La de Aarón en cambio, fue encerrada en ella junto con el maná y las tablas de la ley, como un monumento eterno a la elección que Dios hizo del linaje de Aarón para ejercer el sacerdocio.

         Mi divino y amoroso pontífice, deseoso de favorecerme, me aseguró que, aunque yo hubiera estado como privada del altar a causa de mis indisposiciones, al que todo mundo se había acercado de un modo extraordinario no me vería privada, sin embargo, de sus flores; es decir, que moraría yo en el arca y en el santuario. Continuó diciéndome que los demás se retiran de él para dirigirse a sus diversas ocupaciones, y como vuelven de vez en cuando, se detiene con ellos, por así decir, ocupándose en recibirlos. Como yo soy de la casa, no tengo necesidad de tantos cumplimientos, pues en cuanto pasa la fiesta, puedo gozar de él a mi placer.

         Me dijo también que los hijos de Aarón permanecían en el tabernáculo y celebraban sus banquetes en la sección conocida como el santuario, mientras que las hijas no podían comer sino en los atrios y en las habitaciones que estaban a la entrada. Me hizo notar que en este punto gozo del privilegio de los hijos de Aarón, por participar de manera eminente en este sacramento y en dicho sacerdocio; que yo entraba en el santuario que es el alma del Hijo de Dios, mientras que las demás personas, que son como las hijas, se detienen a festejar en la parte exterior del templo, que es el cuerpo y la carne de este divino Salvador.

         En ese mismo día, mi querido esposo me ordenó prepararme a recibir el relicario de la fiesta, diciéndome que el estuche de las celebraciones y solemnidades del mundo es insignificante, pues así como las vanidades nada son, el resto de una nada no puede ser sino nada, y nada más. Por el contrario, todo lo que proviene de él, es infinito e inmenso. El relicario de un Dios es Dios mismo; lo que nos resta de las solemnidades pasadas, es el mismo Santísimo Sacramento, en el que está el mismo Dios oculto en el misterio, al que honramos con un culto solemne durante estos ocho días en que permaneció en nuestras iglesias expuesto a la puerta de los sagrarios.

 

 

         Me dijo, pues, que deseaba que yo fuese su tabernáculo de reunión. No comprendí de pronto estas palabras, pero me fueron explicadas de este modo: Hija, hay cuatro tabernáculos de reunión: el primero es el de las divinas personas, pues la divinidad sola se encierra y comprende en sí misma y por sí misma en la Trinidad de personas, que no teniendo sino una divinidad, poseen una inconcebible armonía tanto en la trinidad e identidad de la esencia, como en su distinción y circumincesión; distinción que está dentro, es decir, en el interior, en razón de vínculos que concuerdan y alternan unos con otros.

         El Padre contiene, abraza y encierra en sí al Hijo; y el Hijo, en reciprocidad, abraza y contiene en sí al Padre. El Padre y el Hijo reciben al Espíritu Santo, y el Espíritu Santo, al Padre y al Hijo. Como estas tres personas no poseen sino una inmensidad por la que están presentes y son íntimas a todo el ser real, es necesario, por secuencia ineludible, que cada una esté en todo el ser real y en las otras personas que constituyen el ser real y soberano [380] en este tabernáculo, que es en verdad de reunión y de paz, ya que no existe otro que lo iguale en su inmensidad y comprensibilidad de la divinidad y de las divinas personas sino ellas mismas, que están recíprocamente la una dentro de la otra en razón de esa misma inmensidad.

         El segundo tabernáculo es el de la santa humanidad, en la que habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad; en ella se encierran todos los tesoros y riquezas de la sabiduría y ciencia de Dios. Ella está en el Verbo como un injerto adherido a su árbol, y recibe en sí al Verbo sin abarcarlo. A su vez, es sostenida por el mismo Verbo, quien sirve de base y apoyo a su ser, no formando sino una sola persona con él. La conformidad de este tabernáculo es maravillosa, y consiste en el lazo sagrado y la hebilla de oro que une a estas dos naturalezas tan distantes entre sí en la unidad de una persona, que hace realidad el amable compuesto de un hombre Dios; de un Verbo Encarnado, de un Jesucristo.

         El tercer tabernáculo es el de la Virgen, que entre todas las criaturas se conformó de manera eminentísima a la muy Augusta Trinidad. Ella fue el tabernáculo santificado por el Altísimo, abrigado a la sombra por el poder del Padre y honrado con la presencia del Espíritu Santo, que descendió sobre ella para recibir al Verbo que, desliándose hasta su seno, se unió a nuestra naturaleza; y habiéndose hecho Hombre-Dios, reposó en él nueve meses enteros. ¿Quién podrá expresar esta armonía y los coloquios entre esta madre y aquel hijo, que es el mismo Hijo del Padre Eterno, al que concibió por obra del Espíritu Santo? Sólo él, como sabiduría del Padre, puede ayudarnos a comprenderlo.

         El cuarto tabernáculo es el que mi divino esposo, el divino Salvador, escogió en mi alma, a la que desea unirse de nuevo para morar en ella, así como habita, mediante el sacramento, en el sagrario de las iglesias. Me prometió que esto no se haría realidad sin hacerme sentir los efectos de su amorosa presencia, afirmando que la conformidad que parece faltar aquí a causa de la desproporción entre Dios y yo, se convertirá en una diferencia que la hará resplandecer más aún.

         Dios permanece en toda su grandeza cuando llena a su criatura; nada pierde su inmensa dignidad al hospedarse en un tabernáculo tan pequeño. Permanece ahí todo entero junto con la infinidad de sus perfecciones, sin sentirse oprimido ni constreñido, es decir, sin estar comprendido por otro ser que no sea él mismo. 

El alma, al retener al ser que posee, se transforma en algo que no era: el sitial, el trono y el tabernáculo de Dios, que al colmarla de sí la dilata, y al dilatarla la engrandece, la llena; y dentro de la pequeñez de su ser, recibe, en proporción, la inmensidad de las tres divinas personas, sin que por ello se vean limitadas y abarcadas por su criatura.

         ¡Oh maravilla! en Dios se encuentra un abismo de inmensidad y plenitud del ser, de grandeza, de poder, de bondad, de perfección, de sabiduría, de luz; y en el alma existe otro abismo que es el vacío de la nada, de la pequeñez, de las debilidades, imperfecciones, locuras y tinieblas. Un abismo sólo puede ser colmado por otro abismo; la nada, por el ser soberano; la bajeza, por la grandeza; la debilidad, por el poder; las tinieblas, por la luz; la ignorancia, por la sabiduría; el vacío, por la plenitud.

         Cuando Dios mismo llena el vacío de mi alma y de todas mis potencias, no deja en ellas oquedades ni abismo alguno. Habiéndome escogido para ser su tabernáculo, lleva a cabo, por esta bella convención y encantador atractivo, la comunicación de su plenitud al vacío, del ser a la nada, y el abismo de sus perfecciones a la sima de mis defectos e imperfecciones. Nada atrae tanto a la misericordia como la miseria, que es su objeto; que la luz a las tinieblas que disipa; que la ciencia a la ignorancia que erradica; que el poder a la debilidad que sostiene y refuerza; que la perfección al sujeto al que perfecciona; que el ser a la nada que anonada al darle el ser; y que un abismo a otro abismo, al que colma y desborda.

         El alma que recibe el ser sobrenatural a través de estas plenitudes y de las divinas perfecciones, conserva su ser creado a la manera en que el hierro recibe las cualidades del fuego sin dejar de ser hierro. El alma adquiere una conformidad con Dios que la hizo a su semejanza y por ser, además, su tabernáculo.

         Operación admirable que Dios realizó entonces en mí, tomando posesión de mi alma como de su trono y de su tabernáculo de reunión, haciéndolo propio y conveniente a su bondad y a su grandeza.

         Como ignoraba qué había atraído al divino esposo a escoger este tabernáculo y a descender a las partes inferiores de la tierra, mi divino amor me dijo que habían sido mi confianza amorosa y la esperanza que tengo en mi esposo y en su Padre Eterno, el cual me considera hija suya, desposándome por ello con su Verbo, que se complace en habitar en mí y hacer de mí su tabernáculo; y que las otras dos personas divinas lo acompañan por concomitancia.

         Esta operación tan divina llenó mi alma de tal plenitud, que pasé varios días totalmente absorta en Dios y ocupada sólo en El, de suerte que parecía no vivir más en mí. Estaba como arrebatada por una santa locura. Lamenté ante mi esposo este júbilo tan grande, que parecía ocasionarme un humor demasiado alegre, diciéndole que la gente escrupulosa lo atribuiría a ligereza causada por la locura. El me respondió que en esta enajenación aparecía su divina sabiduría, mediante la cual había producido en mí una especie de escenario teatral, para que representara yo a diversos personajes e interpretara las acciones que él me dictara. Me complació muchísimo jugar de este modo con mis criaturas, así como lo hacía ya en presencia de mi Padre desde la primera creación: Jugando en su presencia en todo tiempo, jugando por el orbe de su tierra; y mis delicias están con los hijos de los hombres (Pr_8_30s).  

Añadió que la tierra jugaba en su presencia, y que en tanto me dejara conducir de su Espíritu, que en ella es el primer actor, que obra en todos los elegidos y los lleva a obrar, él me prescribiría una gran diversidad de acciones: ya de dolor y contrición, más adelante de amor; ahora de llanto, después de gozo; ora de encuentro con él, ora con el prójimo.

         Este divino esposo mío, que es la sabiduría increada, me dijo que encuentra sus ratos de esparcimiento en todo esto, y que juega gustoso conmigo porque yo comprendo fácilmente sus palabras y los movimientos de sus ojos; y que me lleva en ellos de cuando en cuando con todos mis afectos y con amor. Le respondí amorosamente: Querido esposo, se dice que ordenas la caridad. ¿Qué mandato existe en la mía, que aparece sin medida, y que manifiestas además por medio de multitud de favores que compartes conmigo, sobre los cuales tal vez sería preciso callar? El me respondió: Hija mía, la caridad tiene un orden que nadie conoce sino aquellos que me aman. Este orden sin regla, que parece un desorden a las criaturas, me complace, pues la caridad embriaga santamente, y el alma jamás ama con tanta perfección como cuando se encuentra en el interior de la bodega de mis vinos, que están purificados de toda hez. Es preciso que la esposa realice acciones diversas, que pueden parecer locuras a los sabios del mundo, y que duerma y repose la acción de mi vino. Por ello, en los cantares la esposa sólo habla de dormir, y ser rodeada de flores y manzanas; ella misma se cansa de otros discursos, deleitándose únicamente en conversar con sus amigas, las hijas de Jerusalén, quienes consideran como gran sabiduría los aparentes desvaríos del santo amor. El apóstol, abrazado por estas llamas, exclamó: Somos tenidos por locos por causa de Jesucristo; ustedes, los del mundo, son sabios, pero la locura que nosotros poseemos es sabiduría delante de Dios.

         A pesar de tan presionantes favores, no cabía en mi asombro al verme tan distraída durante la octava tan de gran solemnidad. Por ello, me quejé‚ una vez más a mi esposo, representándole mi pena por haber tenido tan poco tiempo para hacerle compañía. El me dio a entender que con frecuencia las reinas y las princesas se complacen en adornar con sus perlas y piedras preciosas a las doncellas de condición humilde en el día de sus bodas, durante las cuales las buenas aldeanas, ricas en atavíos y adornos ajenos, aparecen como princesas, y las princesas como damas descuidadas, sin joyas ni collares; aunque no por ello sean más pobres ni pierdan un ápice de su grandeza y majestad, pues en cuanto termina la boda, recogen todas sus cadenas y sortijas, dejando a las nuevas casadas en su pobreza original, según su estado y condición.

         Como el divino esposo, que es el único adorno de sus esposas, a las que adorna con una infinidad de gracias como si fueran sortijas y collares de gran precio, contrajo nuevas alianzas con varias almas durante la solemnidad de la octava, se dio a ellas; y aunque era suficiente para todas, creyó conveniente dejar sin aderezo, durante todo este tiempo, a la reina y princesa que lleva la corona del reino. Sin embargo, al terminar la boda, se volvió a ella como a su única esposa, por estar cautivo de su amor, regresándole todas sus joyas y atuendos, que ella posee como si fueran propios, por haberlos recibido legítimamente de su esposo sagrado, y no prestados para solemnizar una fiesta.

 

 

         Mi divino esposo me dijo que me tenía en calidad de reina por haberme concedido la corona del reino del amor; que yo llevaba esas cadenas con las que su amor sagrado atraía a sí a mi alma, ligándola amabilísimamente a través de los lazos de su amor, y que el matrimonio sagrado que celebró conmigo me enriqueció y embelleció en proporción a lo que poseemos, que es común a los dos. Le plugo, pues, adornarme con estas agradables cadenas, diciéndome que la primera estaba formada por hebillas de oro; la segunda por un tejido de perlas, y la tercera por diamantes.

         La cadena de oro es el buen natural y todos los dones tanto del cuerpo como del alma, que no exceden, sin embargo, el orden de la naturaleza, y que son grandemente apreciados por los hombres, quienes los estiman por tratarse de perfecciones de la generosa mano de Dios, que nos atrae por semejantes beneficios a su conocimiento y a su amor. Y así como el oro, a pesar de que entre los hombres fija el precio a todas las otras cosas, es extraído del lodo y de la tierra, siendo formado en sus entrañas por exhalaciones sulfurosas y otras materias hediondas, de igual manera las raras perfecciones de naturaleza que el mundo tanto estima por ser cualidades del cuerpo y de la carne, nacen de la complexión y del temperamento de los órganos, que son un poco de lodo amasado y revestido de una lámina de oro que con frecuencia engaña a las personas que idolatran estas cualidades, haciendo de ellas un dios, en lugar de permitir que los sujeten, como si fuesen cadenas sagradas y preciosas, a Aquél que es el autor de todo este oro.

         Por el collar o cadena de perlas, es necesario valorar los bienes de la gracia o las perfecciones que la acompañan; las perlas son tan maravillosas en sus producciones, que son apreciadas por su belleza. La madre perla, al abrirse al rocío del cielo, lo mezcla con su secreción, formando esa pequeña redondez que vale, en ocasiones, provincias enteras. El alma debe abrirse mediante la libertad y la franqueza de su voluntad al dulce rocío del paraíso y a la divinidad. Ella misma, que se destila en ocasiones en este corazón como una lluvia sagrada, se conforma a todas las cosas creadas de manera que lo salado del mar no penetre en ellas, formando en su interior una infinidad de hermosas perlas que las hacen agradables a Dios; que atraen al esposo al alma y adhieren el alma al esposo. En fin, con la mezcla de ambos corazones, del licor destilado del seno de la divinidad y de los afectos de un alma enamorada del amor sagrado, se realiza la bella unión o la unidad de espíritu del alma con Dios, del esposo con la esposa.

         Por la cadena de diamantes comprendí los dones de la perseverancia y de la gloria definitiva. Los réprobos han endurecido su rostro como diamantes que el martillo no puede romper, a propósito de los cuales dice la Escritura con razón que se han endurecido ellos mismos, y son ellos quienes se condenan de manera parecida a los judíos, que se rechazaron por sí mismos al negarse a reconocer el cetro de David: Nada tenemos que hacer con David, ni que esperar cosa alguna del hijo de Isaías (2S_20_1). Los elegidos son diamantes de una fuerza insuperable; no pueden ser demolidos sino por la sangre del cordero. No se santifican ellos mismos, sino que cooperan a su santificación con una firme constancia y fidelidad de diamante, jamás apartándose de Dios o arrepintiéndose de lo que han prometido al Salvador. Es ésta la tribu de Judá que permanece fiel a Dios, que trata con él en sinceridad y atraviesa el Jordán de la tribulación y de la penitencia; que acepta todas estas vicisitudes sin jamás dejar a su Señor.

         

Como mi divino esposo me concedió el favor de regalarme estas cadenas y collares, fui reputada como hija de Caleb y divinamente adornada por el todo amable corazón del Padre Eterno, el cual me entregó al Verbo en calidad de esposa mediante las arras del Espíritu Santo y todas sus gracias, que es el rociador de lo alto y de lo bajo, en razón del conocimiento de las cosas altas y bajas, cuya inteligencia he recibido de él, así como la facilidad para explicarlas. El quiere darme una gran perfección y adornos si le correspondo en todo. Le suplico me conceda gracia para ello.

         Escuché que mi divino esposo alababa mi fidelidad de diamante y mi gran confianza en él, y conocí que dicha confianza era el germen de David, el cual había apoyado toda su fortuna en el Maestro que debía nacer de su simiente. Pongo en esta paz mi corazón, mi amor, mi confianza; es la flor de Jesé, el germen de David, Jesucristo, al que mi Padre me ha dado sin arrepentirse de ello.

         Tantas bondades sumergieron mi alma en la admiración de la gran bondad de Dios, que se comunicaba tan profusamente a una hija suya, dejando a varios grandes doctores en su aridez y sequedad. Al pedir una razón de esto a mi esposo, me respondió que dichos sabios están llenos de su propia excelencia, en la que siempre se consideran, ufanándose en sus hallazgos e idolatrando casi todas sus ideas. Esto da lugar a que no comprendan las de Dios y que tampoco entiendan sus palabras. Esto ocasiona que él no pueda sufrir tan grande ignorancia, que está saturada de vanidad.

         Mi corazón, que estaba fuertemente agitado por el amor, que aumentaba con la presencia de mi amado, y por las tiernas caricias que me prodigaba, casi no me permitía permanecer en un sitio. Me retiré, por tanto, a una gruta de la casa situada bajo la calle del Gourguillon, que deriva su nombre de la sangre de los mártires que borboteó y corrió en grandes olas a través de ella. Pedí a todos estos santos mártires por las almas del purgatorio, a fin de que sintieran la frescura de esta sangre derramada en testimonio al Verbo Encarnado, mi amor, el cual me manifestó que mi oración le era acepta y, permaneciendo a mi lado, me enseñó muchos bellos secretos. 

Oración de la comunidad

Pidiendo por la pronta beatificación...

Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te alabamos por todos los dones con los que has enriquecido a tu sierva Jeanne de Matel. Te suplicamos, por los méritos del Verbo Encarnado y los dolores de su Santísima Madre, elevarla al honor de los altares, para mayor gloria y salvación de la humanidad. Por su intercesión, te rogamos, Jesús, nos concedas la gracia de amarte cada vez más (gracia que se quiera alcanzar) y llegar un día a tu Reino de Amor. Amén V/ Venerable Jeanne de Matel, Apóstol de la Encarnación... R/ Intercede por nosotros. comunicar favores y gracias a [email protected]

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"Que sus conversaciones sean siempre agradables y oportunas, a fin de que sepan responder a cada uno como es debido". Colosenses 4:6

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