Somos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo...

El Verbo Encarnado, pleno de gloria en su humanidad, lleva consigo al cielo a todas las criaturas. Es éste un holocausto de gloria que se presenta como hostia viva y agradable a la Trinidad, porque en él todo es consumido y purificado. Se trata de un fuego de amor que lleva a la sagrada y santa humanidad, en unión con todos los santos, a exhalarse perpetuamente como incienso en acción de gracias y alabanza, sin disminuir su esencia y sustancia. Su Padre lo envió a la tierra porque exigía un holocausto digno de su majestad divina, no queriendo aceptar más la sangre de las numerosas víctimas y de los toros que eran masacrados y sacrificados en su honor. El Hijo, consciente de la inclinación y el deseo de su Padre, se presentó para servir él mismo de víctima: No has querido holocaustos por el pecado, por lo que dije: Heme aquí que vengo (Sal_39_7). Se ofreció sobre el altar de la cruz y de la Eucaristía, consumando así, en su totalidad, los antiguos sacrificios: Somos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo hecha una vez sola (He_10_4).

    El sigue siendo la perfección, el adorno y el enriquecimiento de esta maravilla de amor, convirtiendo dicho holocausto en perpetuo y universal, lo cual sigue haciendo en nuestros días. Así como el ángel que apareció a Manué (Jc_13_20) subió junto con la llama del sacrificio que se elevó hasta Dios, sin utilizarla, empero, como carro de triunfo, el Salvador al levantarse sobre el fuego de su amor, eleva a todas las criaturas y las transforma en él, para hacerlas llegar muy alto en su compañía .Por medio este fuego divino, atrae sus corazones y los presenta a su Padre como una tropa de predestinados que ha llevado consigo, los cuales, en unión con los ángeles que constituyen la corte celestial, brillarán y arderán sin consumirse por toda la eternidad con la viveza de este fuego, que arderá sin fin en el horno de la Sión celestial, en la que todos serán holocaustos de gloria.

    El divino Hijo subió para enviar, junto con el Padre, a su Espíritu Santo, el cual deseaba venir a la tierra por haber sido designado Paráclito, es decir, consolador. [652] Su inclinación lo mueve a buscar a los afligidos, que moran fuera del cielo; y, por ser el término del amor del Padre y del Hijo, de los que recibe sin añadir cosa alguna, ni intervenir en las divinas emanaciones, desea producir al exterior el divino amor e implantarlo en el corazón de los hombres, entre los que no faltan quienes pagan sus bondades con suma indignidad e ingratitud. El Espíritu Santo se goza con los buenos, tolerando que los malos lo contristen con su malicia.

    En el cielo, el Salvador llena todo con el amor del Espíritu Santo, en la medida en que recibe todo su fuego y la universalidad de sus gracias, manifestando la manera en que administrará las gracias que piensa derramar sobre la tierra. El Hijo vino como para comerciar en la tierra en nombre de la Trinidad, la cual ha retirado sus fondos; y al valorar la gran ganancia que él obtuvo, el Santo Espíritu, que es el distribuidor de los dones, acude con sus riquezas para perpetuar el negocio y la banca que el Salvador administró con tanta pericia.

    Dios, que no tiene necesidad de sus criaturas, obtiene en todo momento, por exceso de bondad, riquezas de nuestras utilidades e intereses de nuestras ganancias, deseando abrir sus tesoros a fin de que nos sirvamos de ellos para nuestra salvación. Satisface, de este modo, su inclinación de hacernos el bien. El Espíritu Santo tiene el deseo de actuar y obrar por amor en nosotros, mediante las amorosas operaciones de sus gracias, que son atribuidas a él mismo.

    A partir de la Ascensión, dichas gracias se han multiplicado. Podemos decir que, hasta este día, el Salvador colmó en el cielo el deseo del Espíritu Santo de comunicarse y conceder sus llamas y su amor. Espíritu divino que, habiendo encontrado un objeto digno de sus dones en la humanidad del Salvador y en las almas de quienes lo han acompañado, se regocija en nosotros con un gozo inefable. El Salvador ha llenado el cielo de gloria, el mundo de gracias y el infierno de confusión. Como ya lo expliqué, subió para ensalzar su gloria, perfeccionar a los santos y consumar la construcción de su Iglesia, según lo expresó san Pablo: A fin de que trabajen en la perfección de los santos, en las funciones de su ministerio, en la edificación del cuerpo de Cristo (Ef_4_12).

    Los santos, a medida que son más y más consumados en la unidad, son más gloriosos. El Verbo descendió para traer la santidad al mundo y para hacer santos. El los pule y perfecciona, elevándolos después a la gloria, como hizo con algunos en este día, los cuales nos demuestran lo que hará con los demás mediante la concesión de diversos dones, al constituir [653] a unos apóstoles, a otros, doctores; a otros, profetas y a los demás pastores, según la diversidad de ministerios que estableció en su Iglesia, a la que perfecciona y construye de esta suerte: en la edificación del cuerpo de Cristo (Ef_4_12). El Salvador tiene dos cuerpos: uno natural, que formó el Espíritu Santo de la sustancia de María ,que fue siempre perfecto, aunque en la gloria fue enriquecido con adornos gloriosos que le eran debidos, de los que estuvo privado durante el tiempo de su vida mortal. El otro cuerpo del Salvador es su cuerpo místico; es su Iglesia, a la que edifica y perfecciona en todo momento, sirviéndose, para la trabazón de esta construcción, y para la unión de sus miembros, de la argamasa de la caridad, que el Espíritu Santo, al que envió desde el cielo, derrama o difunde en los corazones en los que se digna habitar.

    El Verbo Encarnado quiso quedarse como alimento para nutrir y perfeccionar a los suyos, para incorporarse a nosotros y a nosotros a él, a fin de que formemos un solo cuerpo al comer de un mismo pan. Al ser cimentados en una misma masa, que liga y une a la cabeza y a los miembros de este cuerpo místico, las piedras de esta construcción, que son los fieles, llegan a ser uno en él, uniéndose entre ellos por él mediante el ofrecimiento de sus buenas acciones, a semejanza de los Israelitas, quienes pusieron en manos de Salomón lo que su devoción los llevó a contribuir para la edificación del templo. Estos dones, que hubieran sido insignificantes en sus manos, se convirtieron en joyas reales en manos de dicho príncipe. De igual manera nosotros, como miembros de este cuerpo sagrado, y partes de dicha edificación, debemos contribuir con todo cuanto tenemos, ofreciéndolo a aquel que lo mereció y nos lo da: Jesucristo, que es el arquitecto de toda la construcción, el cual ennoblecerá y divinizará todo por su bondad y sabiduría, colocando cada cosa en su justo lugar, y aportando la añadidura necesaria para la perfección y belleza de dicha obra.

    Ahora bien, esta edificación no se erige de un solo golpe, sino poco a poco, como nos dice san Pablo: Hasta que arribemos todos a la unidad de una fe y de un conocimiento del Hijo de Dios, al estado de un varón perfecto, a la medida de la edad perfecta según Cristo (Ef_4_13). Esta obra se continúa mediante las admirables ascensiones y descensos de los santos, que se elevan hasta Jesucristo, y a Jesucristo, quien se abaja y desciende hasta ellos.

Diario Espiritual 1 Cap 111

Oración de la comunidad

Pidiendo por la pronta beatificación...

Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te alabamos por todos los dones con los que has enriquecido a tu sierva Jeanne de Matel. Te suplicamos, por los méritos del Verbo Encarnado y los dolores de su Santísima Madre, elevarla al honor de los altares, para mayor gloria y salvación de la humanidad. Por su intercesión, te rogamos, Jesús, nos concedas la gracia de amarte cada vez más (gracia que se quiera alcanzar) y llegar un día a tu Reino de Amor. Amén V/ Venerable Jeanne de Matel, Apóstol de la Encarnación... R/ Intercede por nosotros. comunicar favores y gracias a [email protected]

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"Que sus conversaciones sean siempre agradables y oportunas, a fin de que sepan responder a cada uno como es debido". Colosenses 4:6

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