La misión nace del amor

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Charles Lavigerie (1825-1892), Misionero, fundador de institutos misioneros, cardenal y testigo comprometido de su tiempo

Charles Lavigerie nació el 31 de octubre de 1825 en Bayona, en el sudoeste de Francia, en una familia no especialmente fervorosa desde el punto de vista religioso. Una breve estancia en el seminario menor de su diócesis dejó claro a sus superiores que el joven tenía dotes especiales: Charles fue enviado por ello a París para continuar sus estudios, y allí fue ordenado sacerdote en junio de 1849. Doctor en Teología y en Historia de la Iglesia, dio clases en la Sorbona. Los estudios históricos realizados permitieron al futuro misionero tener un sentido de la historia y de sus perspectivas que le acompañó toda su vida.


En 1856, el arzobispo de París encargó al padre Lavigerie que dirigiera la Obra de las Escuelas de Oriente, fundada poco antes para apoyar las obras católicas en Oriente Medio. Con motivo de esta tarea, el padre Charles hizo un viaje de varias semanas a Siria para ayudar a las víctimas de las masacres provocadas por una revuelta kurda. Este viaje marcó profundamente el pensamiento y la visión eclesial de Lavigerie, que mantuvo siempre durante toda su vida un gran interés por los cristianos de Oriente.


Tras dos años pasados en la Santa Sede como auditor del Tribunal de la Rota, Charles Lavigerie fue nombrado a la edad de 38 años Obispo de Nancy por el Papa Pío IX, que había tenido oportunidad de apreciar su inteligencia y vivacidad. Convertido en el obispo más joven de Francia, emprendió importantes reformas en su diócesis, especialmente en la formación del clero, en su opinión una prioridad para la Iglesia francesa, adquiriendo un prestigio cada vez mayor entre los obispos del país. A finales de 1866, a propuesta del gobierno francés y con el consentimiento de la Santa Sede, se ofreció al obispo Lavigerie la sede episcopal vacante de Argel. Aceptó sin demoras este cargo que carecía de prestigio, ya que le ofrecía la oportunidad de llevar adelante el proyecto de vida misionera que abrigaba en su corazón desde los años del seminario mayor.


Lavigerie llegó a Argel en mayo de 1867: Argelia estaba entonces bajo dominio francés, una tierra mediterránea de cultura árabe y religión musulmana. En la primera carta pastoral dirigida a su nuevo rebaño, Monseñor Lavigerie expuso dos orientaciones principales: la opción pastoral por todos los habitantes de su diócesis, cristianos y musulmanes, y la convicción de que su cargo lo invitaba a mirar más allá de los límites del Gran Sahara, para llevar el Evangelio hasta las regiones aún poco conocidas del África subsahariana. Esta apertura hacia el centro del continente fue confirmada por el Papa Pío IX, que le nombraba en 1868 Delegado Apostólico para el Sahara y Sudán. En el ejercicio de esta nueva tarea, fundó dos institutos misioneros dedicados a las poblaciones de Argelia y, en general, de la vasta región subsahariana. Así fue como nació, en 1868, la Sociedad de los Misioneros de África, los conocidos Padres Blancos, y la Congregación de las Hermanas Misioneras de Nuestra Señora de África, o Hermanas Blancas.


El nuevo Papa, León XIII, aceptó la solicitud del Arzobispo de Argel y le encomendó la tarea de la primera evangelización de las vastas áreas de los Grandes Lagos en el África ecuatorial. Durante diez años consecutivos, desde 1878, una caravana compuesta por una decena de misioneros salía cada año hacia las regiones centrales de Uganda y la parte oriental de la República Democrática del Congo, desde Kivu a Ituri. También en 1878, monseñor Lavigerie fundó una comunidad de los Padres Blancos en Jerusalén. A petición suya, a estos misioneros se les encomendó el cuidado de la piscina de Betesda y de la cercana Basílica de Santa Ana.


En 1881, la Santa Sede nombraba a Monseñor Lavigerie Administrador de Túnez. En marzo de 1882, apreciando su competencia, su capacidad para mediar y su compromiso misionero, el Papa León XIII elevaba al arzobispo Charles Lavigerie al cardenalato, además de ser nombrado en 1884 Arzobispo titular de Cartago.

“Yo no pido la menor restricción de la libertad ajena. Yo pido simplemente que se respete mi libertad, pido que me sea permitido, como está permitido en Egipto y Turquía, la apertura y conservación de asilos donde sean recibidos los huérfanos abandonados de todos, las viudas, los ancianos, los enfermos. Pido establecer casas de socorro, allí donde los indígenas lo soliciten, para curar sus llagas y aliviar sus miserias”.


El cardenal se comprometió en una campaña contra la esclavitud entre 1888 y 1890. Conmovido por las historias de los misioneros y exploradores sobre las atrocidades del comercio de esclavos en el África ecuatorial, con motivo de la publicación de la Encíclica de León XIII In plurimis por la abolición de la esclavitud en Brasil, Lavigerie obtuvo la autorización del Santo Padre para denunciar la tragedia de los ataques en busca de esclavos en el África ecuatorial. En pocos meses, el cardenal organizó una campaña de conferencias públicas, implicando a todas las principales potencias europeas.


“La esclavitud es contraria al Evangelio y contraria al derecho natural. Yo soy una persona humana y la opresión me indigna. Soy una persona humana y las crueldades contra tan gran numero de mis semejantes solo me inspira horror”.


Mirando a su país de origen, el cardenal, inspirado en el pensamiento del Papa, invitó a la Iglesia de Francia a abandonar su radical oposición al gobierno para abrirse al diálogo.


El cardenal Lavigerie, un hombre de profunda fe y alimentado por una auténtica vida espiritual, austero en su vida privada y pastor capaz de atraer a muchos jóvenes al compromiso misionero, murió en Argel el 26 de noviembre de 1892.

Oración de la comunidad

Oración de intercesión por los misioneros

Señor, que has querido que tu Iglesia sea sacramento universal de salvación para todos los hombres, escucha bondadoso las súplicas que te dirigimos por los misioneros: sacerdotes, religiosos y laicos. Ya que te dignas concedernos la gracia de cooperar en la santificación de tu Iglesia, acepta nuestro deseo de hacerte amar y conocer, por el que te ofrecemos nuestra oración, amor y sacrificio, Para que por los méritos de tu Hijo Jesucristo bendigas a los misioneros, guardándolos de todo peligro, haciéndoles sentir tu presencia en sus trabajos y preocupaciones, haciendo de ellos unos apóstoles que emulen el fervor misionero de San Francisco Javier y Santa Teresa del Niño Jesús, co-patronos de las misiones. María, Madre de la Iglesia, Estrella de la evangelización y Reina de las Misiones, acompaña a los misioneros en su entrega y concédeles el don de la perseverancia en su compromiso de dar a conocer a Jesucristo, nuestro Salvador y compartir el evangelio con quienes no lo conocen. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén

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"Que sus conversaciones sean siempre agradables y oportunas, a fin de que sepan responder a cada uno como es debido". Colosenses 4:6

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