«Si no vivimos del Evangelio, Jesús no vive en nosotros».

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Charles De Focauld, el hombre de los vínculos, del compartir, del diálogo, de la amistad y la fraternidad.


Charles de Foucauld nació en Francia, en Estrasburgo, el 15 de septiembre de 1858 en una familia noble, pero perdió a sus padres a edad temprana y fue criado por su abuelo materno. El joven Carlos pronto destacó por su inteligencia y por sus ganas de estudiar. Sin embargo, aunque respetaba la religión católica, se fue alejando poco a poco de la fe: ya no creía en Dios. Tras dos años de estudios en la Escuela Militar, se convirtió en oficial. A la edad de 20 años, con considerables posibilidades económicas por la herencia recibida de su abuelo fallecido, comenzó a buscar el placer en las cosas mundanas. 

«La fe es incompatible con el orgullo, con la vanagloria, con el deseo de la estima de los hombres. Para creer, es necesario humillarse».

Pronto descubrió que no estaba hecho para la vida de los cuarteles y en 1882 salió del ejército. Desde Argel, donde se encontraba, Charles visitó Marruecos, en aquella época un país prohibido a los europeos, acompañado del judío Mardoqueo como guía: durante 11 meses fue insultado, apedreado, corrió el riesgo de morir, pero tras viajar más de tres mil kilómetros logró atravesar el país y llegar a la frontera con Argelia en mayo de 1884. La empresa le valió al año siguiente la medalla de oro de la Sociedad Geográfica Francesa, pero Charles no buscaba la gloria y en 1886 fue a recuperarse de sus viajes con su familia en París, donde entró en contacto con personas muy inteligentes, virtuosas y cristianas: al mismo tiempo sintió que dentro de él crecía una fuerte gracia interior que lo impulsó a volver a la Iglesia, donde pasaba horas pidiendo a Dios que le permitiera conocerlo. Charles, a pesar de estar muy apegado a su familia y amigos, maduró finalmente su deseo de dejarlo todo para seguir a Jesús.

«Cada cristiano tiene que ser apóstol: no es un consejo, sino un mandamiento, el mandamiento de la caridad».

El 15 de enero de 1890 ingresó en una abadía trapense, pero aún así sentía que estaba llamado a otra cosa. Fue en 1897 cuando el Superior General de los Monjes Trapenses le permitió seguir su vocación y Charles se fue a Nazaret, donde las hermanas Clarisas lo acogieron como colaborador. Vuelto a Francia después de algunos años, recibió la ordenación sacerdotal en 1901 en Viviers, en el departamento de Ardèche, y al año siguiente llegaba a Argelia para establecerse en Beni-Abbés, en el desierto del Sahara, en la frontera con Marruecos, donde cada día pasaba muchas horas frente al Tabernáculo y siempre alguien llamaba a su puerta. Un encuentro fortuito con un eclesiástico le permitió conocer al pueblo Tuareg: no había sacerdotes dispuestos a vivir entre ellos y él se ofreció, permaneciendo con ellos los últimos once años de su vida, hasta su muerte a manos de unos bandidos en diciembre de 1916, en Tamanrasset, en el macizo del Hoggar, donde había establecido una ermita. El padre Charles de Foucauld era un misionero, un sacerdote secular que la diócesis de Viviers aceptó enviar a la diócesis de Ghardaia. El Hoggar fue su parroquia, una zona montañosa y desértica de más de 2.000 km de diámetro.

«No tenemos una pobreza de convención, sino la pobreza de los pobres. La pobreza que, en la vida escondida, no vive de dones ni de limosnas ni de rentas, sino sólo del trabajo manual».

El padre Charles no fue un eremita, hablaba con los tuaregs en su idioma tamasheq, que aprendió tan bien que elaboró un diccionario extraordinario hecho con una metodología innovadora, basada en el significado, que permitió la supervivencia de la cultura tuareg. Fue un misionero a la manera de Matteo Ricci. Si a su llegada a Tamanrasset solo había unas pocas chozas, a su muerte ya había cincuenta casas: el padre Charles siempre se interesó en el progreso y desarrollo de su rebaño, trabajando para mejorar su educación. El misionero Charles de Foucauld, el hombre de los vínculos, del compartir, del diálogo, de la amistad y la fraternidad, fue beatificado por el papa Benedicto XVI el 13 de noviembre de 2005. 

«El sacerdote es un ostensorio, su deber es mostrar a Jesús. Él tiene que desaparecer para dejar que sólo se vea a Jesús…».

Al término de de la celebración el Papa decía: demos gracias por el testimonio ofrecido por Carlos de Foucauld. Mediante su vida contemplativa y escondida en Nazaret, encontró la verdad de la humanidad de Jesús, invitándonos a contemplar el misterio de la Encarnación. Allí aprendió mucho sobre el Señor, a quien quiso seguir con humildad y pobreza. Descubrió que Jesús, que vino a congregarnos en nuestra humanidad, nos invita a la fraternidad universal, que él vivió más tarde en el Sahara, y al amor del que Cristo nos dio ejemplo. Como sacerdote, puso la Eucaristía y el Evangelio en el centro de su existencia, las dos mesas, de la palabra de Dios y del Pan, fuente de la vida cristiana y de la misión”.

ORACIÓN DEL PADRE CHARLES FOUCAULD

Padre mío,

me abandono a Ti.


Haz de mí lo que quieras.


Lo que hagas de mí te lo agradezco,

estoy dispuesto a todo,

lo acepto todo.

Con tal que Tu voluntad se haga en mí

y en todas tus criaturas,

no deseo nada más, Dios mío.


Pongo mi vida en Tus manos.

Te la doy, Dios mío,

con todo el amor de mi corazón,

porque te amo,

y porque para mí amarte es darme,

entregarme en Tus manos sin medida,

con infinita confianza,

porque Tu eres mi Padre.


Amén.


 

Oración de la comunidad

Oración de intercesión por los misioneros

Señor, que has querido que tu Iglesia sea sacramento universal de salvación para todos los hombres, escucha bondadoso las súplicas que te dirigimos por los misioneros: sacerdotes, religiosos y laicos. Ya que te dignas concedernos la gracia de cooperar en la santificación de tu Iglesia, acepta nuestro deseo de hacerte amar y conocer, por el que te ofrecemos nuestra oración, amor y sacrificio, Para que por los méritos de tu Hijo Jesucristo bendigas a los misioneros, guardándolos de todo peligro, haciéndoles sentir tu presencia en sus trabajos y preocupaciones, haciendo de ellos unos apóstoles que emulen el fervor misionero de San Francisco Javier y Santa Teresa del Niño Jesús, co-patronos de las misiones. María, Madre de la Iglesia, Estrella de la evangelización y Reina de las Misiones, acompaña a los misioneros en su entrega y concédeles el don de la perseverancia en su compromiso de dar a conocer a Jesucristo, nuestro Salvador y compartir el evangelio con quienes no lo conocen. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén

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"Que sus conversaciones sean siempre agradables y oportunas, a fin de que sepan responder a cada uno como es debido". Colosenses 4:6

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