"Daría mi vida por la salvación de las almas"

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San Rafael Guízar y Valencia

Rafael Guízar y Valencia nació en Cotija, diócesis de Zamora en el Estado de Michoacán, México, el 26 de abril de 1878. Sus padres, Prudencio y Natividad, fervientes cristianos, dieron a sus 11 hijos una excelente educación religiosa. Huérfano de madre a la edad de 9 años, Rafael realizó sus primeros estudios en la escuela parroquial y, después, en un colegio de los padres jesuitas. Durante estos años maduró su vocación al sacerdocio y decidió seguir la llamada de Dios. En 1891 entró en el seminario menor de Cotija y luego en el seminario mayor de Zamora en 1896. El 1 de junio de 1901, a la edad de 23 años, fue ordenado sacerdote.


En los primeros años del ministerio sacerdotal, se dedicó con gran celo a las “misiones” populares en la ciudad de Zamora y en diversas regiones de México. Nombrado en 1905 misionero apostólico y director espiritual del seminario de Zamora, trabajó incansablemente por inculcar en los seminaristas el amor a la Eucaristía y la tierna y filial devoción a la Virgen. En 1911, para oponerse a las hostilidades contra la Iglesia, estableció una moderna imprenta en la Ciudad de México y comenzó a imprimir un periódico católico que fue cerrado al poco tiempo por los revolucionarios.


Perseguido a muerte, vivió algunos años sin una morada fija, soportando todo tipo de peligros y privaciones. Para poder ejercer su ministerio se disfrazó de vendedor ambulante, médico homeópata o músico. Así podía acercarse a los enfermos, consolarlos, administrarles los sacramentos y ayudar a los moribundos. Acosado por sus enemigos, no pudiendo permanecer más tiempo en México ante el peligro inminente de ser capturado, se refugió en Estados Unidos a finales de 1915 y al año siguiente en la República de Guatemala, donde predicó en un gran número de misiones.

“A un obispo le puede faltar mitra, báculo y hasta catedral –decía–, pero nunca le puede faltar el seminario, porque del seminario depende el futuro de su diócesis”

Su fama de misionero llegó también hasta la vecina isla de Cuba, a la que fue invitado para animar nuevas misiones. Su apostolado misionero en la isla fue ejemplar y fructífero. El 1 de agosto de 1919, fue nombrado obispo de Veracruz. Ordenado en la catedral de La Habana el 30 de noviembre de 1919, tomó posesión de su diócesis el 9 de enero de 1920. Pasó los primeros dos años visitando personalmente el extenso territorio de la diócesis, convirtiendo las visitas en verdaderas misiones y en una obra de asistencia a los pobres de Veracruz, víctimas de un violento terremoto que había llevado la muerte y la destrucción a la zona. El obispo predicó además en las parroquias, enseñó la doctrina, regularizó las uniones ilegítimas y pasó horas en el confesionario con los fieles. Una de sus principales preocupaciones era la formación de los sacerdotes.


En 1921, logró rescatar y restaurar el antiguo seminario de Xalapa, que había sido confiscado en 1914, pero el gobierno requisó nuevamente el edificio apenas se renovó. El obispo trasladó entonces el seminario a la Ciudad de México, donde siguió adelante clandestinamente durante 15 años. Fue el único seminario en sobrevivir, llegando a contar con hasta trescientos seminaristas.


De los 18 años como obispo, nueve los pasó en el exilio o viviendo en la clandestinidad, porque se le buscaba con la intención de matarlo. Dio aún así pruebas de una gran “fortaleza”, acudiendo en persona a la presencia de uno de sus perseguidores, a quien ofreció su vida a cambio del retorno de la libertad de culto. En diciembre de 1937, mientras predicaba en una misión en la ciudad de Córdoba, sufrió un grave ataque al corazón que lo obligó a guardar cama. A pesar de estar gravemente enfermo, siguió intensamente las vicisitudes de la diócesis desde su lecho y se preocupaba en especial por el seminario. Mientras tanto, se preparaba para el encuentro con el Señor, celebrando la Santa Misa todos los días. Murió el 6 de junio de 1938 en la Ciudad de México. Al día siguiente sus restos mortales fueron llevados a Xalapa. La procesión funeraria fue un triunfo. Todos querían ver por última vez los restos del “Santo Obispo Guízar”. Fue beatificado por San Juan Pablo II el 29 de enero de 1995 en la Basílica de San Pedro. El 15 de octubre de 2006, fue proclamado santo por el Papa Benedicto XVI. Es el primer obispo de América Latina en ser canonizado. Enterrado en la catedral de Xalapa, su sepulcro es meta para miles de peregrinos que solicitan su intercesión.

ORACIÓN

Oh Dios, que en san Rafael Guízar y Valencia,
nos ofreces un modelo de fidelidad al Evangelio
y de Pastor según el corazón de tu hijo,
concédenos por su intercesión
vivir gozosos nuestra vida cristiana
y obtener las gracias que te pedimos
y tú bien sabes que necesitamos:

(hacer la petición)

para que así,
podamos servirte en nuestros hermanos
mediante la entrega generosa
en la vida de la Iglesia.

Te lo pedimos por Nuestro Señor Jesucristo
tu Hijo,
que vive y reina Contigo,
en la Unidad del Espíritu Santo
y es Dios,
por los siglos de los siglos.

Amén.

Rezar tres Padrenuestro, tres Avemarías y tres Glorias.


Oración de la comunidad

Oración de intercesión por los misioneros

Señor, que has querido que tu Iglesia sea sacramento universal de salvación para todos los hombres, escucha bondadoso las súplicas que te dirigimos por los misioneros: sacerdotes, religiosos y laicos. Ya que te dignas concedernos la gracia de cooperar en la santificación de tu Iglesia, acepta nuestro deseo de hacerte amar y conocer, por el que te ofrecemos nuestra oración, amor y sacrificio, Para que por los méritos de tu Hijo Jesucristo bendigas a los misioneros, guardándolos de todo peligro, haciéndoles sentir tu presencia en sus trabajos y preocupaciones, haciendo de ellos unos apóstoles que emulen el fervor misionero de San Francisco Javier y Santa Teresa del Niño Jesús, co-patronos de las misiones. María, Madre de la Iglesia, Estrella de la evangelización y Reina de las Misiones, acompaña a los misioneros en su entrega y concédeles el don de la perseverancia en su compromiso de dar a conocer a Jesucristo, nuestro Salvador y compartir el evangelio con quienes no lo conocen. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén

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"Que sus conversaciones sean siempre agradables y oportunas, a fin de que sepan responder a cada uno como es debido". Colosenses 4:6

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