Jesos Konoronkwa (Jesús te amo)

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Biografía de Santa Catalina Tekakwitha

Catalina Tekakwitha nació en 1656 de padres iroqueses en la región de Ossernenon, ahora en el estado de Nueva York, donde, pocos años antes, los jesuitas Jogues, Goupil y de La Lande habían sido martirizados. Cuando Kateri tenía cuatro años, una epidemia de viruela golpeó Ossernenon, matando a su madre, a su padre y a su hermano menor, dejando a la pequeño Kateri con graves problemas de vista y en la piel. Sus ojos eran hipersensibles a la luz, por lo que la gente la llamaba “Tekakwitha”, que significa “la que busca el camino” o “la que tropieza con las cosas”.

Huérfana, vivió bajo la tutela de un tío suyo, contrario al cristianismo. Sin embargo, los principios que su buena madre, católica, había inculcado en ella y la gracia de Dios la movieron a hacerse cristiana. En 1667, el encuentro con los tres misioneros jesuitas contribuyó a que creciera esta aspiración: el padre de Lamberville decidió bautizarla en la Pascua de 1676 con el nombre de Catalina (Kateri). Desde entonces vivió con fervor su relación personal con Cristo crucificado. Durante más de un año, su familia le hizo la vida difícil y, a veces, la privó de alimentos porque se negaba a trabajar en domingo. El padre de Lamberville la animó a que se fuera a vivir a la misión de San Francisco Javier, en la orilla sur del río San Lorenzo, frente a Montreal, en el actual Kahnawake. El padre de Lamberville pudo confirmar más tarde que Catalina jamás vaciló en su fervor religioso, incluso cuando su gente le hacía pasar malos ratos.

Su amor por Jesús fue tan intenso que Catalina, alejándose de las tradiciones tribales de los iroqueses, bajo un impulso divino, no consintió en casarse con un joven designado por los jefes de la tribu: su intención era vivir en unión con Cristo. En la Navidad de 1677, Catalina fue admitida a recibir la Eucaristía. Vivió luego durante tres años más como miembro de la aldea, dando ejemplo de virtudes cristianas, especialmente de caridad hacia las personas necesitadas y que sufrían.

Vivía en la capilla. Llegaba a las cuatro de la mañana y asistía a misa al amanecer y al atardecer. Visitaba el Santísimo Sacramento varias veces durante el día y la noche. Rezaba con gran fervor y desarrolló una profunda vida interior. Oraba para que su gente recibiera la Buena Nueva del Amor que había llenado su vida, practicaba el ayuno y las mortificaciones, a veces incluso de manera excesiva.

Convencido de su pureza y de su amor a la persona de Cristo, el 25 de marzo de 1679, su director, el padre Cholenec, le permitió hacer al Señor voto de perpetua virginidad. Fue el primer reconocimiento de este tipo entre los indios de Norte América.

El 17 de abril de 1680, consumida por la fiebre y con solo 24 años, expiraba pacíficamente diciendo como últimas palabras: “¡Jesús, te amo!”. Después de su muerte, las señales de la viruela desaparecieron de su rostro.

El cadáver virginal de Catalina no fue colocado en una pobre corteza de árbol, envuelto en una manta, según la costumbre india, sino en una caja de madera. A su tumba comenzaron a acudir desde todas partes indios y franceses, incluso desde Montreal y Quebec. Por su intercesión se multiplicaron los milagros. Las reliquias de la virgen india piel roja, colocadas en una caja de ébano, son custodiadas desde 1719 por los padres jesuitas en Caughnawaga, en la diócesis de Albany. Fue beatificada por el Papa San Juan Pablo II en 1980 y canonizada el 21 de octubre de 2012 por el Papa Benedicto XVI.

ORACIÓN

Santa Catalina Tekakwitha,

la flor más bella que haya florecido

entre los hombres de piel rojiza, el lirio de los mohawks,

flor que simboliza la pureza,

pura, inocente y buena de corazón,

dotada por Dios de gran belleza espiritual,

dulce santa Catalina, ruega por nosotros.


Tu que expresaste tu pasión por la fe de modo angelical,

soportaste grandes dificultades y superaste duras luchas,

que te sacrificaste a ti misma para recibir el Evangelio,

y dejaste testimonio de enorme caridad cristiana

de dedicación y compasión por los menos favorecidos,

pide por nosotros al Señor y escucha nuestras suplicas.


Santa Catalina, bendita auxiliadora

venerada por tu dedicación al prójimo,

y dispensadora de gracias y favores del Cielo,

por los milagros que obraste y sigues otorgando,

te ruego me tiendas tu mano generosa

y me des consuelo y alivio en mis penas,

derrama tus bendiciones sobre mí y dame tu ayuda en:


(pedir ahora con mucha esperanza lo que se necesita).


Gloriosa santa Caterina, de corazón limpio y noble, 

amante de la Cruz de Jesucristo

y fiel devota de María Santísima

deposito en ti toda mi confianza

sabiendo que nunca defraudas ni abandonas a nadie,

sabiendo que eres amada por el Señor

y eres poderosa intercesora te ruego:

lleva mis necesidades al Cielo

y haz que sean concedidas mis peticiones,

mira mis penas y desalientos,

mis graves dificultades y problemas,

auxíliame cuanto antes y dame remedio en mi amargura.


Santa Catalina, alma encendida de caridad,

que diste heroico ejemplo de paciencia y mortificación,

concédeme firmeza y adelanto en la fe, esperanza y caridad;

tu que fuiste elegida por Dios entre los humildes y olvidados

que por tus virtudes, amor y lucha por defender tu fe 

brillaste con luz propia y fuiste colmada de santidad,

que enseñaste a tu pueblo a amar con pureza a Jesús y a María

alcánzame que mi corazón se encienda de amor hacia Ellos

así como hacia mis hermanos los hombres,

y que imite tu sencillez y tus virtudes en todo momento.


Por Jesucristo nuestro Señor.


Amén.


Rezar tres Padrenuestros, tres Avemarías y tres Glorias.



Oración de la comunidad

Oración de intercesión por los misioneros

Señor, que has querido que tu Iglesia sea sacramento universal de salvación para todos los hombres, escucha bondadoso las súplicas que te dirigimos por los misioneros: sacerdotes, religiosos y laicos. Ya que te dignas concedernos la gracia de cooperar en la santificación de tu Iglesia, acepta nuestro deseo de hacerte amar y conocer, por el que te ofrecemos nuestra oración, amor y sacrificio, Para que por los méritos de tu Hijo Jesucristo bendigas a los misioneros, guardándolos de todo peligro, haciéndoles sentir tu presencia en sus trabajos y preocupaciones, haciendo de ellos unos apóstoles que emulen el fervor misionero de San Francisco Javier y Santa Teresa del Niño Jesús, co-patronos de las misiones. María, Madre de la Iglesia, Estrella de la evangelización y Reina de las Misiones, acompaña a los misioneros en su entrega y concédeles el don de la perseverancia en su compromiso de dar a conocer a Jesucristo, nuestro Salvador y compartir el evangelio con quienes no lo conocen. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén

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"Que sus conversaciones sean siempre agradables y oportunas, a fin de que sepan responder a cada uno como es debido". Colosenses 4:6

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