REFLEXIÓN PASCUA 2019

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La belleza de la creación muestra ante nuestros ojos entre los muros de la huerta conventual. Aquí admiramos como la espléndida primavera se acompasa a Cristo cuyo cuerpo, glorioso y resucitado, sale del sepulcro. En esta contemplación hierve nuestro corazón pero la paz hace asiento en nuestro entendimiento. ¡Qué silueta tan solemne tiene el ciprés! ¡Qué verdor tan argentino exhiben los olivos! ¡Qué blancura tan limpia poseen las flores! ¡Qué fresca emerge el agua de las entrañas de la tierra! ¡Qué luz tan inmensa mana del sol!

En este mundo nada es para siempre y aún esta elevación del espíritu se diluye. Volvemos a la pobreza, a la aspereza. El frescor húmedo de un rincón a la sombra nos devuelve al invierno. La melancolía nos tienta y la soledad nos aprisiona en su jaula. La preocupación es nuestra ocupación. ¡Qué de asuntos mundanos! ¡Cómo mantendremos la casa! ¡Cómo estarán las hermanas! Y porque no decirlo ¿Vendrán vocaciones? ¿Qué será de nuestra Orden? Nos replegamos en nuestros bienes, en nuestra historia, sostenemos en nuestras manos la Regla y Constituciones. Leemos la carta de Nuestro Padre San Juan de Ribera. Un escrúpulo asalta el espíritu. ¿Será autocompasión? ¿Será pecado esta autocompasión? Pero seguimos leyendo la carta de nuestro Padre Fundador. No es necesario seguir de la primera parte. El Señor ya ha dicho por hoy todo cuanto quería.

Los buenos entre malos son más buenos. Para eso estamos aquí. No es tiempo de monjas, tampoco es tiempo de Fe. Por eso quiere el Señor que cuando más cerrada sea la noche más se esfuercen las estrellas por alumbrar. Pensé que el Señor me elevó para dejarme caer. En cambio me subió más alto; solo que yo debí de cubrirme los ojos o quizás atravesé la oscuridad de un túnel para entrar en un valle más pleno de luz. Primero se asombraron mis ojos con la belleza de sus criaturas, después se admiró mi corazón con la dulzura de sus palabras. ¡Cómo un Dios tan grande está tan pendiente de los detalles que componen mi felicidad!

¡Qué poca seguridad tenemos en este mundo! ¡Qué preocupación vamos a tener de lo de aquí si todo es endeble! Al fin pocas cosas sabemos. Pero tenemos la palabra de Jesús, el ejemplo de su Pasión y la Fe en su Resurrección. Aquí permanecemos, en la casa de Dios, esperándole con Amor.   

Oración de la comunidad

SER CORAZÓN DE LA IGLESIA

ORACIÓN DE LA COMUNIDAD La vocación de una religiosa de clausura es el AMOR y su oficio la oración. Para orar hay que poner la cabeza y el corazón en el Señor. ¿Cómo hacerlo? Como nos enseña nuestra Madre Teresa de Jesús, como lo hizo nuestra hermana la Beata Inés con pocas palabras, con pocos pensamientos. Solamente hay que mirar la grandeza del Amor de Dios y descansar sabiendo que solo Él es grande. Considerémonos humildes, que somos poca cosa, que estamos huecos pero que nuestro vacío es un recipiente que Dios puede llenar. Ésta ha sido nuestra elección; vivir en esta casa para que Dios colme nuestro ser de su Amor. Que el Señor no permita que apartemos nuestros ojos de su grandeza y que nuestro ejemplo aliente a todos a llenarse de su Amor.

¡Gracias! 20 personas oraron

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"Que sus conversaciones sean siempre agradables y oportunas, a fin de que sepan responder a cada uno como es debido". Colosenses 4:6

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