Apóstol de los Apóstoles

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El Evangelio

Juan 20, 17-18

Jesús le dijo: «Suéltame, pues aún no he subido al Padre. Pero vete dónde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre, que es Padre de ustedes: a mi Dios, que es Dios de ustedes.

Lucas 24, 9-12

Al volver del sepulcro, les contaron a los Once y a todos los demás lo que les había sucedido. Las que hablaban eran María de Magdala, Juana y María, la madre de Santiago. También las demás mujeres que estaban con ellas decían lo mismo a los apóstoles. Pero no les creyeron, y esta novedad les pareció puros cuentos. Pedro, sin embargo, se levantó y fue corriendo al sepulcro; se agachó y no vio más que los lienzos, por lo que volvió a casa preguntándose por lo ocurrido.

Meditación

Para que María Magdalena no guarde para ella misma ese tesoro inestimable que le da Jesús, éste la envía hacia los apóstoles. María va hacia sus hermanos y les dice todo lo que Cristo le ha dicho.  Pero los discípulos reaccionan de la misma manera que ella, que no había ni creído ni comprenddo las palabras del ángel. Ellos la toman por una loca. Creen que las palabras de María son habladurías. No nos asombremos de la reacción de los apóstoles. Los discípulos de Emaús tampoco creyeron el rumor que circulaba en aquel primer día de la semana. Ellos mismos supieron todo lo que había ocurrido. Ellos también oyeron que algunas mujeres habían visto el sepulcro abierto y vacío, que ellas incluso habían visto y oído a los ángeles que les afirmaban la resurrección de Cristo. Tomás tampoco creyó ni la historia que María Magdalena les había contado ni a los Once cuando le relataron que Jesús se les había aparecido mientras estaban encerrados en la casa.

María Magdalena, los discípulos de Emaús, los Once y Tomás nos permiten tomar conciencia de que, por más que escuchemos a los ángeles y a los que fueron testigos de Cristo resucitado, todo eso no nos hace creer en la Resurrección de Jesús. Para poder creer en la Resurrección y vivirla, es primordial encontrar personalmente al Señor. Es esencial que él venga a nosotros, que esté a nuestro lado, que nos explique todas las Escrituras, que nos enseñe sus llagas, que parta el pan. Es esencial que Cristo venga a nosotros, pero aún más que se desvele a nuestra inteligencia. E incluso después de haberlo visto y reconocido una primera vez, los once apóstoles que están pescando en el mar de Tiberíades no lo reconocen a primera vista. Es necesario que Jesús les diga que tiren la red a la derecha y que capturen muchos peces para que puedan reconocer en este hombre al Señor. Y hoy en día, ¿cómo reconocerlo? ¿Cómo viene a nosotros? Está en lo más íntimo de nuestros corazones y especialmente en el corazón de los que reciben el Espíritu Santo en el día de su bautizo. En ese día, Dios viene a habitar en lo más íntimo de nosotros mismos. Nos hace hijos adoptivos, templos de su Espíritu, miembros de su cuerpo que es la Iglesia. Está a nuestro lado cada vez que leemos los evangelios y que los entendemos, cada vez que arde nuestro corazón al escuchar la palabra y su explicación. Está presente y se deja ver cada vez que celebramos un sacramento y especialmente en la eucaristía, en la cual lo reconocemos cuando el sacerdote parte el pan. Está presente cada vez que nos dejamos tocar por el bálsamo de la misericordia que viene a sanar las heridas provocadas por el pecado en el sacramento de la reconciliación. Está presente cada vez que amamos a nuestro prójimo como Dios nos ha amado. «En esto reconocerán que estoy presente y que actúo en ustedes y mediante ustedes: en el amor que les tengan a los demás.»

Cuando todos han reconocido a Cristo resucitado, Jesús los envía en misión. Les dice: «Vayan a enseñar a todas las naciones, para que el universo vea la Salvación de Dios. Vayan, recorran el mundo y denles la buena nueva de la Salvación. Díganles lo que les enseñé a ustedes. Muéstrenles el amor de mi Padre. Háganme presente junto a ellos por la gracia. No guarden para ustedes mismos lo que llena sus almas y sus corazones. No se preocupen, que estaré con ustedes, que les asistiré y los acompañaré ya que les envío mi Espíritu. Les doy a Pedro como pastor de mis ovejas. Y ustedes también, que bajo su autoridad sean pastores de mi pueblo. Antes de salir, oren.» «Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos [...] hasta los confines de la tierra» (Hebreos 1, 8).

Oración de la comunidad

Oración de un penitente

Santa María Magdalena, tú que obtuviste el perdón de Jesús de todos tus pecados, tú que lo has asistido hasta su último suspiro al pie de la cruz, tú que fuiste el primer testigo de su resurrección y del primer anuncio de la alegría pascual, te suplico que escuches mi oración. Intercede por mí ante nuestro Señor Jesucristo, para me conceda su perdón por todos mis pecados, mis dudas, mi falta de bondad y caridad con mis parientes, y con todos los que están cerca de mí, por todos mis errores cometidos voluntariamente o involuntariamente. Ahora que estás cerca de Jesús, no me abandones en mi desamparo. Haz que el Señor me otorgue la absolución, que me permita recuperar la serenidad, la paz del corazón, del alma y del espíritu.

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"Que sus conversaciones sean siempre agradables y oportunas, a fin de que sepan responder a cada uno como es debido". Colosenses 4:6

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Novena a Santa María Magdalena, para AMAR a Jesús

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