¿Con qué compararemos el Reino de Dios? Meditación p Juan Manuel Beltrán.

Haz click aquí para escuchar la meditación: Meditación p. Juan Manuel Beltrán


Con qué compararemos el Reino de Dios? 

XI Domingo del T.O.

13 de junio de 2021

Lectura del Santo Evangelio según san Marcos (4, 26-34)

En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: “El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha”.

Les dijo también: “¿Con qué compararemos el Reino de Dios? ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra”.

Y con otras muchas parábolas semejantes les estuvo exponiendo su mensaje, de acuerdo con lo que ellos podían entender. Y no les hablaba sino en parábolas; pero a sus discípulos les explicaba todo en privado”. Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor Jesús.

¿Con qué compararemos el Reino de Dios? Con un sembrador que siembra la semilla en la tierra. Que sencillez con la cual nos hablas, Jesús. Para hacernos entender los misterios del Reino de Dios, te expresas con palabras cercanas y familiares a nuestra vida cotidiana. En esta breve parábola, con solo tres palabras nos explicas la pequeñez y la grandeza del Reino de Dios: sembrador, semilla y tierra.

El Sembrador es tu Padre Dios; Tú, Jesús, eres la semilla; y nosotros somos la tierra. Tu Padre te ha enviado como Semilla a este mundo para hacernos tierra santa, tierra divina, tierra de su propiedad.

Gracias amado Padre Celestial por ser nuestro Sembrador. Gracias por sembrar en todos los terrenos, en todos los corazones, pues no haces acepción de personas, sino que haces llover sobre justos e injustos, sobre santos y pecadores, colocas la semilla en la tierra buena, en el camino, en el pedregal y entre la maleza. No obstante, en nuestros corazones encuentras, además de un poco de tierra buena, piedras y espinas, no desistes de sembrar con ternura y con mucha paciencia. No eres un padre tacaño, sino que derrochas tus bendiciones sobre cada uno de nosotros tus hijos, gratos e ingratos.

También te damos gracias, amado Padre Celestial, porque en todo momento vienes a sembrar: en la mañana, al medio día y en la tarde, en el verano y en el invierno, en nuestra infancia y en nuestra vejez, en los días de sol y en los días de lluvia, en las buenas y en las malas, cuando nos comportamos bien y cuando nos comportamos mal, siempre. Jamás desistes de nosotros. Nunca te das por vencido. Si te ignoramos, sigues teniéndonos en cuenta. Si creemos o no creemos en Ti, Tú siempre sigues creyendo en nosotros. Gracias por tanta bondad y misericordia. Como el salmista te decimos: “Es bueno darte gracias, Señor, tocar para tu nombre, oh Altísimo, proclamar por la mañana tu misericordia y de noche tu fidelidad” (Salmo 91).

Y te alabamos y te bendecimos, Padre Dios, por la semilla que siembras en nosotros: la semilla de tu Palabra, de tu Amor, de tu Misericordia, en una palabra, siembras en nosotros la vida de tu propio Hijo, hecho carne por nosotros y como nosotros para salvarnos. Por eso a Ti, Jesús, también te alabamos y te damos las gracias, por ser obediente al Padre y aceptar plantarte en nosotros y en nuestras familias y comunidades. Gracias por hacerte semilla, por ser una semilla tan diminuta que muchas veces pasas desapercibido, a veces ni te vemos, pareciera que estuvieras ausente, pero no por esto dejas de actuar. Gracias por actuar de manera sencilla y escondida, sin hacer ruidos ni alborotos. Gracias por hacerte la Palabra que nuestros oídos escuchan. Gracias por hacerte el Pan que sacia nuestra hambre. Gracias por hacerte la luz que ilumina nuestras tinieblas. Gracias por hacerte miseria, para levantarnos de nuestras miserias. Gracias por convertirnos en tierra sagrada, santa, divina, tierra donde mora tu Santo Espíritu. Gracias por hacernos tierra de tu propiedad.

Hoy nos presentamos ante Ti, Jesús, con la tierra que hay en nuestros corazones, con lo que tenemos de tierra fértil y de tierra estéril, de santo y de pecado, de sano y de enfermo, para que con tu misericordia y con tu infinita paciencia nos sigas transformando. Transforma los desiertos de nuestra aridez, en manantiales fecundos, donde brote la bondad, la amabilidad, la fraternidad, la paz, el perdón, el gozo, y toda clase de buenos frutos, pues amándonos y tratándonos como buenos hermanos, daremos gloria a nuestro Padre que está en los cielos. Amén.

 Jesús, en Ti confiamos.


Oración de la comunidad

Adora Su Misericordia alma mía

Alma mía, adora la misericordia del Señor, corazón mío, goza en El plenamente, ya que has sido elegida por El para difundir la gloria de su misericordia. Nadie ha penetrado ni nadie logrará medir su bondad, su compasión es incalculable, la experimenta cada alma que se acerca a El, El la protegerá y la estrechará en su seno misericordioso. Feliz el alma que ha confiado en tu bondad y se ha abandonado plenamente a tu misericordia, esa alma está llena de la serenidad del amor, la defiendes en todas partes como a tu niño. Oh alma, quien quiera que seas tu en el mundo, aunque tus pecados sean negros como la noche, no tengas miedo de Dios, tú el niño débil, porque es grande el poder de la DIVINA MISERICORDIA!

¡Gracias! 176 personas oraron

13 comentarios

"Que sus conversaciones sean siempre agradables y oportunas, a fin de que sepan responder a cada uno como es debido". Colosenses 4:6

loader

La Divina Misericordia en mi alma

Me inscribo