Bendito el que viene en nombre del Señor- Domingo de Ramos P Juan Manuel Beltrán

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Bendito el que viene en nombre del Señor

Domingo de Ramos

28 de marzo de 2021

Del Evangelio según San Marcos (11, 1-10)

Se acercaban a Jerusalén, por Betfagé y Betania, junto al monte de los Olivos, y Jesús mandó a dos de sus discípulos, diciéndoles: —«Vayan a la aldea de enfrente y, en cuanto entren, encontrarán un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo. Y si alguien les pregunta por qué lo hacen, contéstenle: “El Señor lo necesita y lo devolverá pronto”».

Fueron y encontraron el borrico en la calle, atado a una puerta, y lo soltaron. Algunos de los presentes les preguntaron: —«¿Por qué desatan el borrico?». Ellos les contestaron como había dicho Jesús; y se lo permitieron.

Llevaron el borrico, le echaron encima sus mantos, y Jesús se montó. Muchos alfombraron el camino con sus mantos, otros con ramas cortadas en el campo. Los que iban delante y detrás gritaban: —«Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor. Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David. ¡Hosanna en el cielo!»”. Palabra del Señor. Gloria a Ti, Señor.

Jesús, hoy, mientras conmemoramos tu entrada triunfal en Jerusalén, nosotros entramos en la semana más importante del año, la semana santa o semana mayor. Tú entraste a Jerusalén en un borrico en el que nadie había montado todavía. ¿Por qué entraste a la ciudad de David montado en un burro y no mejor en un caballo? Pues así cumpliste lo que decían las Escrituras, a través del profeta Zacarías: “¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Grita de júbilo, hija de Jerusalén! Mira que tu Rey viene hacia ti; él es justo y victorioso, es humilde y está montado sobre un asno, sobre la cría de un asna” (Zacarías 9, 9). Y, además, entraste en un asno y no en un caballo, porque tu reinado no es un reinado de fuerza, poder y dominación, sino de humildad, mansedumbre y servicio. Si tu reinado hubiese sido de poder y gloria humana, seguramente habrías entrado a caballo. En efecto, el caballo era el animal usado en las grandes batallas para conquistar tierras y dominar pueblos. Pero este no es tu reinado. Tu reinado es de paz, servicio, amor, misericordia. En tu reinado los preferidos no son los más fuertes, sino los más débiles. ¡Que humildad la tuya, que te llevó a identificarte con el asno, animal usado para servirle al hombre en las labores domésticas! Tú, siendo Dios, te hiciste el siervo de la humanidad.

No obstante, entraste en este sencillo animal, la multitud te aclamaba como al gran rey y Mesías esperado, el descendiente de David. Por eso la gente que iba adelante y atrás gritaba: “Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor. Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David. ¡Hosanna en el cielo!”. Esta gente seguramente pensaba en su interior: “ahora sí vamos a ser liberados del poder de los romanos que nos oprimen con tantos impuestos, y por qué no, ser liberados también de las autoridades judías que nos oprimían con tantas leyes”. Ellos habían visto tu trato tan humano y tan cercano para con todos, especialmente los excluidos, los pobres, los enfermos, los que no contaban a los ojos del mundo; y por eso habrían pensado: “este es el rey que necesitamos”.

Sin embargo, días después, cuando fuiste entregado a las autoridades judías y romanas y mientras te acusaban tu permaneciste en silencio y no pronunciaste ni una palabra para defenderte, esta misma gente quedó desconcertada, pues cómo podría defenderlos de los poderes de este mundo uno que no se defiende a sí mismo y se deja pisotear; por eso, cambiaron su eslogan y en vez de gritar “bendito el que viene en nombre del Señor… ¡Hosanna en el cielo”, prefirieron gritar: “crucifícale, crucifícale”.

¡Qué duro para Ti, Jesús, ver que los que antes te aclamaban ahora te desprecian! Y esto te pasó por no satisfacerles sus expectativas, por no usar las armas del poder y de la guerra para defenderte, sino por optar por el silencio, la humildad, la mansedumbre y el desprecio; y así se siguieron cumpliendo las Escrituras: “Ofrecí mi espalda a los que golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían” (Isaías 50, 6).

Tus mismos apóstoles que habían estado contigo por tres años, también quedaron desconcertados. Pedro seguía pensando como los hombres no como Dios y seguramente aún tenía puestas las esperanzas en un Mesías que los liberara del dominio de los pueblos vecinos. Por eso, cuando te capturaron en el Huerto de los Olivos, él no dudó en defenderte, sacando la espada y cortándole la oreja a uno de los siervos del Sumo Sacerdote. Y mientras eras juzgado y le preguntaban a Pedro si te conocía el respondió que no, seguramente fue muy honesto consigo mismo, pues en verdad no te conocía, había puesto sus esperanzas en tu poder para curar ciegos, calmar tempestades, saciar el hambre de multitudes, pero no en un Dios, que ocupara el lugar del esclavo y se inclinara para lavarle sus pies, y que ahora, en esta hora decisiva, dejara ver la debilidad humana, sometiéndote al escarnio y a una muerte de cruz.

A veces cuánto nos cuesta aceptar a un Dios frágil, humilde, manso, que se deja pisotear por el ser humano. Como a Pedro y a la multitud del Domingo de Ramos, nos queda más fácil creer en un Dios todopoderoso y omnipotente que todo lo puede y que cada vez lo invocamos viene a resolver nuestros problemas; y cuando vemos que te quedas callado y no satisfaces nuestras expectativas ni sacias nuestros caprichos, llegamos a vociferar contra Ti, dudamos de tu existencia, te rechazamos y de una u otra forma, como aquella multitud, volvemos a gritarte: “crucifícale, crucifícale”.

Jesús, en esta semana santa a la cual nos estamos adentrando que, al contemplarte en el madero de la cruz, comprendamos que tu reinado no es de violencia, poder y dominación, sino de paz, amor, servicio, mansedumbre y misericordia. Que al contemplar tus heridas, tus manos y tus pies perforados, y tu costado traspasado, nos dejemos abrazar por tu misericordia para ir luego a compartirla con quienes están a nuestro lado. Amén. Jesús, en Ti confiamos

Oración de la comunidad

Adora Su Misericordia alma mía

Alma mía, adora la misericordia del Señor, corazón mío, goza en El plenamente, ya que has sido elegida por El para difundir la gloria de su misericordia. Nadie ha penetrado ni nadie logrará medir su bondad, su compasión es incalculable, la experimenta cada alma que se acerca a El, El la protegerá y la estrechará en su seno misericordioso. Feliz el alma que ha confiado en tu bondad y se ha abandonado plenamente a tu misericordia, esa alma está llena de la serenidad del amor, la defiendes en todas partes como a tu niño. Oh alma, quien quiera que seas tu en el mundo, aunque tus pecados sean negros como la noche, no tengas miedo de Dios, tú el niño débil, porque es grande el poder de la DIVINA MISERICORDIA!

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"Que sus conversaciones sean siempre agradables y oportunas, a fin de que sepan responder a cada uno como es debido". Colosenses 4:6

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